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CRÍTICAS - STREAMING

Bo Burnham: Inside

I started a joke, which started the whole world crying

But I didn’t see that the joke was on me, oh no

I started to cry, which started the whole world laughing

Oh, if I’d only seen that the joke was on me

UN POQUITO DE TODO, TODO EL TIEMPO

Inside es el nombre del nuevo ¿contenido? de Bo Burnham, recientemente publicado en el catálogo de Netflix. Comediante, músico, actor y director, Burnham es un espécimen perfecto de la era de internet; por ahí pasa gran parte del encanto de su obra. Tanto Eight Grade (su ópera prima de ficción) como sus shows de comedia indagan en las ansiedades, las angustias y soledades producto de crecer en un mundo fuertemente anclado en lo digital. Es lógico que la pandemia del coronavirus, la consecuente cuarentena y el vuelco absoluto a la virtualidad que eso implicó -aunque el especial nunca las mencione directamente- le hayan supuesto una fuente de inspiración para embarcarse en este proyecto difícil de definir. Show de stand up, recital, compendio de escenas entre desopilantes y desesperadas alrededor del aislamiento: Inside es muchas cosas. Ante todo, es un unipersonal en el que Bo Burnham se posiciona como one man band y centro excluyente de interés, expuesto ante nosotros. Con las luces en plano, en calzoncillos y una barba crecientemente desprolija que rechaza cualquier tipo de lógica de continuidad, canta sus canciones y busca encontrarle algo de sentido a la enloquecedora perspectiva de quedarse aislado en casa. El artista se expone como nunca y a la vez lo hace a través de un montaje, de una puesta en escena muy elaborada que refuerza la idea de exposición. Lo más interesante de Inside es eso: Burnham encuentra en el aislamiento obligatorio un trampolín para pensar la performatividad (la suya, la de los demás) a través de las redes sociales y el propio medio que está habitando: una plataforma de streaming.

El vínculo de Inside con el contexto pandémico y el carácter excluyente de lo digital resulta su mayor virtud y su gran debilidad. Por momentos todo se siente un poco anacrónico a pesar de haber sido filmado el año pasado. La angustia y la incertidumbre que se describe resulta más propia de los primeros meses del terrible 2020 que al actual 2021: la actitud hacia la pandemia ha cambiado, tanto desde los Estados como desde las personas que la padecemos. Por otro lado, la decisión de afrontar la lógica de la virtualidad -enfatizada una y otra vez por el propio Burnham-, es una apuesta novedosa quese convierte en una excusa para la autoindulgencia. La estructura del especial es una sucesión de sketches combinando canciones originales, humor y también una (pretendida) lectura política del estado del mundo. No siempre los segmentos hacen cuerpo unos con otros: por momentos Inside parece -si de internet hablamos- una ventana de Google con demasiadas pestañas abiertas. Burnham parece dividido entre la enumeración humorística de los elementos más reconocibles de la cuarentena (sexting, videollamadas madre-hijo, obsesión por el ejercicio físico) y proponer una lectura metafórica sobre la necesidad permanente de estar conectados. Afortunadamente, después de un interludio que divide al especial en dos mitades, Burnham gira el timón y apuesta por indagar su lugar como performer en relación con el público.

Previamente mencioné el término contenido, que Burnham usa socarronamente para referirse a lo que está haciendo mientras lo está haciendo. Si el de contenido es un concepto que generalmente recibe rechazo en el ámbito artístico, Burnham lo abraza y se ríe de él: quizás porque la idea de contenido (algo que llena, que alimenta la oferta de una plataforma para la cual la calidad no suele ser el norte) resulta adecuado para el espíritu de popurrí que imbuye la primera mitad de Inside. El término es clave para pensar el intríngulis ético-político en el que se mueve el especial: Burnham se cuenta a sí mismo como un hombre blanco joven, socialmente consciente, y surfea el cinismo inherente de quien ironiza sobre el capitalismo de Jeff Bezos mientras le vende su especial a… Reed Hastings. Hay algo de ese cinismo que Burnham no termina de abrazar, aunque lo disimule muy bien: cada vez que se pregunta si él (un hombre blanco con privilegios) está en posición de hacer humor sobre el estado del mundo, el montaje corta a la escena siguiente. Que los cortes entre un segmento y el otro pueden resultar bruscos, es algo que Burnham nos avisa de antemano. Esta enunciación aparece en todos los puntos donde su lugar como sujeto político podría ser cuestionado: él lo sabe, así que lo menciona antes de que cualquier portal de internet lo haga. En ese punto, Bo Burnham no puede despegarse de cierto espíritu de época al cual parece bastarle con enunciar los privilegios para convencerse de que los está combatiendo.

En la segunda mitad del especial, el asunto se despega de esta tensión entre el compromiso social y ser un engranaje más de un servicio consumista de streaming, abocándose a una mayor introspección. Burnham, que dejó de actuar en vivo hace cinco años porque sufría ataques de pánico arriba del escenario, se dedica a examinar la relación del artista con su público. Un artista que no puede actuar -porque tuvo que dejar de hacerlo, porque no puede salir de su casa- hace un show en el cual pone en escena su mundo íntimo en el cual se ponen en juego tanto la obsesión egocéntrica como el deseo genuino de conectarse con aquellos que no puede ver. Un show desnudo intervenido por el montaje, que puede llegar a más espectadores de los que cualquier fecha en un teatro local podría.

El último tramo del especial indaga en otro miedo inherente a la pandemia, más cercano a las ansiedades de este 2021 y a las que vendrán: ya no la imposibilidad de salir, sino el miedo a no poder entrar de nuevo. El comediante se pone en el lugar del detenido, que sale con las manos en alto encandilado por el reflector policial. Una policía que siempre queda en el fuera de campo, pero -podemos suponer- somos nosotros mismos. Cada vez que Burnham agarra la cámara, su deseo pareciera ser llegar hasta nosotros, sacudirnos. Ese público al cual él no parece poder dejar de exponerse desde que era un niño que subía videos a YouTube tocando sus canciones. En la última escena, vemos a Burnham contemplando lo que acaba de filmar: el mismo, saliendo de su casa sin poder volver a entrar. Él nos ha abierto la puerta de su intimidad, una intimidad que -sabemos- es performance.

Quizás la conclusión más relevante de Inside sea esa: entre la performance que hacemos de nosotros mismos y lo que realmente somos ha dejado de existir un borde definido. Quizás Bo Burnham resulte un poco víctima de su propia creación: una especie de mártir (no en vano se muestra crucificado en una de las secuencias musicales) que sacrificó su intimidad para salvar al mundo con humor. Quizás el precio de habernos abierto la puerta sea no poder cerrarla. No hay un lugar donde no pueda estar expuesto, o donde pueda dejar de exponerse. Hay algo de este mártir que a mí me resulta muy atractivo: es un mártir sin certezas.

 

 

 

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

(Estados Unidos, 2021)

Guion, dirección, protagonista: Bo Burnham. Producción: Josh Senior. Duración: 87 minutos.

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