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CRÍTICAS - CINE

Cruella

¡DERELICTE!

Es falso que nunca haya sido sencillo ser crítico de cine. Cuando las películas eran “difíciles”, era más fácil: quedaba espacio para imaginar sentidos. De hecho, había mucho cine hecho para eso, de manera programática. Claro que, en ocasiones, caía en el campo de la criptografía: esto es símbolo de aquello, y ya está. El film se volvía no un misterio sino algo más trivial: un enigma, un juego de ingenio cuya solución era sencilla. Y listo, pasábamos a otra cosa. En esos mismos tiempos (remotos, nebulosos, con mezcla de décadas), Hollywood era también sencillo: películas abiertas, claras en sus intenciones y paisajes, en sus personajes y motivos. Ventanas a otros mundos que solían parecerse a este. El cine era un arte, por supuesto, pero en secreto: no hacía falta considerarlo siempre como tal para poder acercarse a él. De hecho, era mejor no considerarlo “arte” para que el discurso académico no lo contaminara, para que todavía fuera (incluso el cine “difícil”) un espacio de libertad donde hasta el crítico (más conocedor, más avezado, más entrenado en el mirar) tuviera cómo ejercer su escritura creativa.

Olvídense, ya pasó. Hoy es más difícil que nunca escribir sobre cine porque las películas se muesrran en dos anaqueles: el de la exposición didáctica utilitaria y el de la sensación primaria inmediata. En el medio hay muy, pero muy poco. Es en ese “lugar del medio” donde el crítico realmente se siente con ganas de escribir y de ser leído, de comunicarse con el lector/espectador que está del otro lado. De ahí que muchas veces zapemos en los blockbusters gigantescos en busca de escenas más o menos humanas que les otorguen sentido. Pongo un ejemplo totalmente personal: para mí, la secuencia de Scarlett Johansson, Chris Evans y Paul Rudd más el sándwich en Avengers-Endgame, o la del almuerzo con Tony Stark, es lo que le da peso y gracia a todo lo que pasa. Algo así dice Quintín en el librito que editamos, “La vuelta al cine en 40 días”, que en el cine de acción, antes, las escenas de diálogo eran el descanso entre las aventuras que movían la trama, y hoy es al revés: las escenas de acción desaforadas son la excusa para que los diálogos y la calma puedan decir algo que valga la pena. Bueno, eso es consecuencia de aquello de lo que hablamos más arriba.

Pero incluso hoy hay raras ocasiones, rarísimas realmente, donde el crítico se ve incómodo. A la repetida pregunta “qué estoy viendo” se la responde con muchas proposiciones diferentes a la vez, o no se la puede responder. Esto puede suceder con películas -uf- “difíciles”. La cosa es más interesante cuando sucede con las películas “fáciles”. Esto es lo que pasa con Cruella, de Craig Gillespie, un objeto audiovisual de los más raros que ha dado el mainstream en estos años de desconcierto y fórmula. En principio, responde a la moda Disney de revisitar sus clásicos animados. A veces se hace desde la remake (la genial El libro de la selva, la excretable La Bella y la Bestia), a veces, desde el “relato de orígenes” (Maléfica). Aquí estamos en la segunda estrategia: vemos de dónde viene Cruella DeVil, la villana de 101 Dálmatas (perdonen, soy grupo de riesgo: para mí se llamaba La noche de las narices frías). El film combina -y lo hace bien- tres elementos: el duelo cómico entre dos personajes (Emma Stone y Emma Thompson), el melodrama de venganza y el film de robos y planes locos. El tono parece de comedia sarcástica y tiene momentos que efectivamente lo son. Otros, no.

Cruella tiene otro punto: la joven Estella (Stone) se transforma en Cruella a la manera de Batman o Superman. Como Batman, busca vengar la muerte de su madre (o de quien cree su madre); como Superman, descubrirá que sus “superpoderes” (su genialidad como diseñadora de modas y su inteligencia prodigiosa) viene  del más inesperado de los orígenes. Solo sus secuaces (ahí todo parece un episodio de la serie Batman del 66, volveremos) saben de la doble vida. Finalmente, Estella asumirá una única personalidad. Dicho de otro modo, la película suma a los elementos que describimos el del que domina hoy la taquilla: el del superhéroe.

¿Y Cruella quién es? Bueno, el alter ego de Estella es una diseñadora pop y punk que viene a romper con la tradición que representa su antagonista, la Baronesa, que Emma Thompson modela como una parodia de la Meryl Streep de El diablo viste a la moda (que ya era una sátira, digamos todo). Cada vez que la Baronesa presenta un evento chic y haute coûture, viene Cruella y le monta una performance que recuerda un poco a Mugatu. Suenan en esas secuencias Bowie, Ike & Tina Turner cantando a Zeppelin, The Clash e Iggy Pop. Hay que ver a Cruella un poco borracha (sí, se bebe, y Estella se emborracha un par de veces) cantando “I wanna be your dog”. Aunque no debería, les recuerdo que esta es una película de Disney. Pero por muy disruptivo que parezca, no lo es. No, no, para nada.

Finalmente habrá un secreto familiar, un plan maquiavélico de venganza y un final feliz, o algo así. El secreto familiar, les cuento, viene directamente del cuento de hadas, pero no de las versiones Disney sino del puro Grimm o Perrault, o incluso del mito griego: una madre que manda a matar a su vástago, vástago al que la piedad rescata. No es madrastra contra niña adolescente sometida a servidumbre, sino pedido monstruoso que desmiente el “instinto maternal”. Todo esto, sigue diciendo el crítico, es muy extraño: ¿sigue siendo una película de Disney?

Sí, amigos: ES una película de Disney. En Disney, el mundo donde transcurre el cuento es una sumatoria-resumen de la imaginación sobre un tipo dado. Por ejemplo: el mundo de la Bella Durmiente es una Francia medieval idealizada; la Italia de Pinocho, lo que alguien imaginaría que era un pueblito piamontés del siglo XIX. La Londres de Cruella es un promedio que va de 1965 a 1976, de los Beatles (se escucha “Come Together”) y los Stones (la última canción es -¡en una película de Disney!- “Simpathy for the Devil”, no por previsible menos perfecta) a Joe Strummer (“Should I Stay or Should I Go”). Es decir, lo que alguien imaginaría que podría ser ese mundo “promedio”, transformado por la magia de la distancia temporal en una tierra del “había una vez”. Claro que es, también, el mundo de la liberación sexual, de la ruptura de muchos conceptos tradicionales (como, sustancial, el de “familia”) y de música aliada al ruido. Así que incluso con todas sus rarezas, el mundo de Cruella es consistente con la manera en que Disney crea sus universos ligados -pero no miméticos- al real. Y además, dado que tenemos que tener simpatía por Cruella, voy a espoilearles algo: nunca hace un tapado con dálmatas, sino que copia sus manchas en una prenda. De hecho, se hace amiga de ellos, aunque son prima facie los culpables de la muerte de su ¿madre? Ahí es donde el Alto Comisariado Para la Corrección Política funcionó bien. Una madre puede mandar a asesinar a su hijo, pero guay de matar un perrito. 

Con todo esto, el lector pensará que la película no me gustó ni medio. Al contrario, me gustó mucho. Como ven, estoy escribiendo bastante, porque cada vez que pienso en un detalle, aparece algo que me parece que vale la pena decir. Dijimos que volveríamos al Batman de Adam West. Pues bien: Cruella hace con las “nuevas adaptaciones para nuevos públicos y ¡con personas!” de los cuentos de Disney lo que aquella serie, de intención ostensible y literalmente humorística, le hizo a los superhéroes: mostrar lo ridículo de la reescritura. Más allá de que, probablemente, el realizador no se haya dado del todo cuenta (igual hay que seguirlo: ya trató el tema de rivalidad madre-hija en I, Tonya, de la que Cruella parece un avatar), el asunto funciona como si ya los mecanismos de control fueran tan absurdos que la realidad, la rebeldía, la necesidad de crear algo se le escurriera por entre las costuras. Hay un momento clave en el film: cuando un vestido que parece de canutillos de oro se convierte en un mar de polillas que devoran los modelos mejor y más fríamente diseñados. Exactamente lo mismo pasa con Cruella, una película finalmente punk por el absurdo. Como diría el mencionado y gran Mugatu, un film ¡Derelicte!

calificacion_4

 

 

 

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

(Estados Unidos, Reino Unido, 2021)

Dirección: Craig Gillespie. Guion: Dana Fox, Toni McNamara. Elenco: Emma Stone, Emma Thompson, Joel Fry, Mark Strong. Producción: Kristin Burr, Andrew Gunn, Marc Platt. Duración: 134 minutos.

 

1 comentario en “Cruella”

  1. Juan Marcelo Díaz

    Me encantó tu crítica me parece súper acertada y le hace buen juicio a la película, que debo decir que me gustó y me sorprendió mucho por momentos olvidé que era una película de Disney.

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