LA MÁQUINA DE SER FELIZ
Se los dije. Se los dije mil y una vez desde 1995: estudien el cine de animación. Véanlo, síganlo, lean sobre. Es el futuro del cine aunque eso no necesariamente sea una buena noticia, decía. Bueno, ahora estamos ahí: la mayoría de las películas mainstream que vemos están modeladas alrededor del cartoon, y no solo porque la mayor parte de lo que un “tanque” pone en pantalla ha sido definido por dibujantes e ingenieros, sino porque las estructuras narrativas mismas son, al menos en el cine de gran presupuesto, herederas del cartoon. Episódicas, con clímax y paroxismos constantes, en mucho momentos ver una película es menos entrar en un mundo que vamos descubriendo poco a poco y más hacer binge watching. No es algo malo o bueno en sí mismo, por cierto. Reconocer esta nueva normalidad del cine de gran presupuesto puede ser, incluso, saludable. Al menos, liberador. Pero recuerden, se los dije.
De todos modos, a veces pasa que esa misma estructura se rompe en pedazos y el bucle se cierra volviendo al origen por saturación. El ejemplo es La familia Mitchell vs. las máquinas, estreno reciente de Netflix que, solo por lo bello y funcional de su diseño, hubiera merecido una pantalla grande. Lo sé: esta queja ya es vieja y anacrónica. Pero igual: merecería verse en una pantalla grande. Volvamos: de tan paroxística, La familia… es una película clásica. Si en la superficie puede definirse como una especie de episodio en ácido de Los Simpson a velocidad de cocaína, en realidad ese es su vestido. Un vestido lujoso en risas, claro. En principio, la anécdota encuentra a una familia que se autopercibe disfuncional (ese es un chiste muy sofisticado en sí mismo, pero pasa inadvertido hasta segunda mirada) que enfrenta dos problemas: cómo se resuelve la relación entre una adolescente que deja a su familia para ir a estudiar y un padre que la adora, por un lado, y un apocalipsis de las máquinas en las que un celular celoso tomó el control de cada aparato para acabar con la Humanidad, por otro. En el medio, hay dos personajes clave: dos robots que descubren qué es ser un humano, qué valor tiene la vida. Esos personajes somos nosotros, mecánicos dependientes de mil artefactos un poco demasiado encerrados en la burbuja tecnológica que compramos fácilmente (hay burbujas para humanos y hay un chiste sobre la tecnología, la clave es “wifi gratis”).
Pero esto es solo la superficie. Alcanza con ella para que la película siga la tradición desaforada de los productores Phil Lord y Chris Miller, cerebros detrás de Lluvia de hamburguesas, La gran aventura Lego, las dos Comando Especial (la segunda es sublime), y Spider-Man: dentro del Spider-verse, muestran en sus películas no una reivindicación de la cultura pop, no una amalgama de citas. Muestran que la cultura pop es un planeta consistente y optan por algo muy diferente del guiño: considerar que todos somos habitante de ese maremagnum artificial que nos rodea y le pone una marca a cada cosa. En ese sentido, La familia Mitchell… tiene algo de la ética del western: así se vive en este paisaje. Pero es también y sobre todo una autobiografía: el realizador Michael Rianda cuenta la historia de su propia familia transformándola en una fantasía, y las intervenciones en off de la protagonista funcionan como alguien contándonos una anécdota. Lo interesante es que lo hace con un lenguaje de guiños, memes, citas y sobrecitas mientras piensa en -sí- convertirse en una artista de animación. Es decir: estamos ante un ejercicio personal, individual, de un medio que se ama, y de una demostración de qué se puede hacer con él.
Es cierto que hay algo sobre el uso y abuso de la tecnología, etcétera. Pero opinar al respecto es caer con ambos pies en la trampa cazabobos de la película: se supone que exagera el mundo “como es” para poder contar algo un poco más inasible, un poco más profundo, por interpósita metáfora y con vehículo de pura risa. Así que el tema “tecnología” está para que funcione la fantasía. Por otro lado, la reivindica totalmente: es gracias a ella no solo que los Mitchell salvan el mundo y se reunen como familia sino que el propio film existe. Como siempre en un cuento de hadas (este, en el sentido más retorcido posible, lo es), se trata de recomponer el amor familiar y de elegir el lado moral correcto. Así que no, no “critica la dependencia de la tecnología”. Dice que las cosas (la tecnología, las relaciones, los robots defectuosos, los perros feos y adorables) pueden ser buenos o malos, pero que lo mejor es que sean buenos. Así que sí, Los Mitchell… es una película buena. En el sentido estético y, sobre todo, moral del término. Se los dije: vean animación. En ese mundo plástico e infinito todavía puede sobrevivir algo que todos llevamos en el corazón desde que somos chicos: el juego con el que reconocimos el mundo, esa máquina de ser felices.
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(Estados Unidos, Canada, Hong Kong, Francia, 2021)
Guion, dirección: Michael Rianda, Jeff Rowe. Voces de: Abbi Jacobson, Danny McBride, Maya Rudolph, Olivia Colman, Fred Armisen, John Legend, Conan O´Brien. Producción: Kurt Albrecht, Phil Lord, Christopher Miller. Duración: 113 minutos.