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CRÍTICAS - CINE

Muere, monstruo, muere

(Argentina, Francia, Chile, 2018)

Guion, dirección: Alejandro Fadel. Elenco: Esteban Bigliardi, Francisco Carrasco, Tania Casciani, Romina Iniesta, Victor Lopez, Sofia Palomino. Producción: Fernando Brom, Benjamin Delaux, Alejandro Fadel, Jean-Raymond García, Julie Gayet, Édouard Lacoste, Antoun Sehnaoui, Dominga Sotomayor Castillo, Nadia Turincev, Omar Zúñiga Hidalgo. Distribuidora: Maco. Duración: 109 minutos.

COPIA DE COPIA DE COPIA…

Muere, monstruo, muere toma de todos lados. Empezando por el soundtrack, una clara similitud con el tema inicial de Twin Peaks, también se advierten los longevos planos largos de Tarkovski y las referencias a un sinfín de películas de terror. Esta, vale decir, no lo es. Es un bodrio insoportable sin despliegue dramático, escenas sin ningún tipo de consistencia y un desdén absoluto por crear imágenes, mucho menos desarrollarlas.

Muere, monstruo, muere abusa con plena delincuencia del sugerir. El presentar algo a medias, sesgadamente, pero que habría de tener un correlato con un elemento -dispuesto de manera análoga- posterior. En esta unión consecuente de formas se armaría un sentido, un relato, un film. Aquí sólo persiste el desorden, cosas sueltas carentes de relación y que únicamente acceden a ese grado si el espectador es ducho en las artes de la prestidigitación u otro espécimen de la adivinanza y el engaño.

Todas las escenas de “terror” y de asesinatos están realizadas en los estilos más diversos e incapaces de confluir, la primera es una escena gore a lo Cronenberg, la segunda una de suspenso a lo Carpenter, mientras que otras son resueltas fuera de campo a lo Tourneur. No hay nada propio ni creativo, el cine es tomado como un museo repleto de figuras de cera para que mamarrachos como este tomen con mano limpia lo que les plazca y regurgiten desvarío tras desvarío, mientras el espectador combate al sueño atroz que busca poseerlo. Los brazos de Morfeo son más apetecibles.

No vamos a perder el tiempo en enumerar las torpes alegorías (sexuales, psicológicas, etc.) que Muere, monstruo, muere escupe sobre el espectador (basta ver la constitución del monstruo y el plano final de la película), los roles carentes de sentido de varios personajes o la espantosa solemnidad de todo el asunto.

Aludiremos, con cierto espíritu lúdico, a un diálogo del film, el cual me da vergüenza ajena citar y que al lector probablemente le provoque risa al leerlo y pensar cómo un actor puede entonar semejante incongruencia: “Cuando recibo impulsos sensibles, me pongo violento en el interior”. Vale decir que Muere, monstruo, muere esta totalmente contaminada por este tipo de proceder.

Para no extendernos con semejante perdida de tiempo, con esta concatenación de insultos, obviedades y pantomimas insoportables, terminamos por volver a mencionar la detestable solemnidad con la -no podía faltar- voz en off de turno.

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