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CRÍTICAS - STREAMING

Palm Springs

A Hechizo del tiempo / Groundhog Day / Día de la marmota / Atrapado en el tiempo / Ricomincio da capo, de 1993, se la supo calificar de borgeana, por Borges, el Jorge, como decía Virus, el Virus relevante. Quizás sea perogrullo decir que Hechizo del tiempo es una de las mayores obras maestras de la historia del cine, y quizás sea crucial aclarar que es aún más fulgurante e importante todavía porque no es “de gran director”. Es una película genial, inoxidable, milagrosa: lo mejor de lo mejor todo junto, alineado, encajando en una danza fílmica irrepetible por más que se intente resetear e imitar. No se vuelve a vivir la misma película. Sobre Hechizo del tiempo escribí varias veces, por ejemplo aquí.

Cuestión de tiempo / Como si fuera la primera vez / Al filo del mañana / Ocho minutos antes de morir / Feliz día de tu muerte… y la lista de películas que citan y reverencian, usan y a veces ofenden a Hechizo del tiempo sigue. Creo que escribí sobre todas o casi todas ellas. Aparece una película que cita a Hechizo del tiempo y me levanto otra vez temprano con Sonny & Cher. Y hasta hoy ninguna película -que yo sepa, al menos- fue tan lejos como Palm Springs. No en el descaro -aunque también en el descaro- a la hora de citar, trabajar sobre Hechizo del tiempo, sino por tomar a Groundhog Day directamente como si fuera un código del cine, como si fuera un elemento del lenguaje del cine por todos conocido. Palm Springs no “recomienza desde el principio” (Ricomincio da capo) sino que supone el conocimiento de Hechizo del tiempo por parte de su público y va más allá, porque toma “Groundhog Day” ya no como película sino como si fuera un flashback, o un plano con punto de vista subjetivo. El mayor homenaje que le hace Palm Springs a Groundhog Day es tomarla como base común, compartida por los espectadores. Así como hay un “efecto Kuleshov” hay ahora -definitivamente y para siempre, o hasta volver a despertar- un efecto Groundhog Day.

Groundhog Day: ya un concepto, un motor de sentido, un punto de partida que ni siquiera hay que explicar demasiado. Y en ese comienzo, en la mitad de las cosas -como se decidió que Groundhog Day no lo hiciera- es cuando Palm Springs parece tener la energía, la prestancia y la elegancia como para intentar refundar la comedia en estos tiempos en los que el mundo más que refundarse parece refundirse. Pero nada se refunda, ni la comedia ni el mundo. Palm Springs tiene un principio brillante no solamente porque Andy Samberg y los demás actores y especialmente las actrices están brillantes, graciosos, contentos de actuar en semejante osadía sino -y sobre todo- porque la operación mimética sobre los momentos más definitorios -digamos la segunda mitad, digamos el final, digamos todo- de Groundhog Day está hecha con desparpajo y sin necesidad de guiñar el ojo: la noción de fiesta perfecta, de timing exacto ante cada cosa, la sabiduría que el espectador comparte de saber que el amor ya nació por las miradas, y más. Y eso con los mejores chistes, esos que se juegan en los momentos en los que -gracias a la película molde de 1993-, expliquemos otra vez, no hay que explicar nada. En esos momentos, los personajes bailan como en un musical del Hollywood clásico sin ser nostálgicos, se suceden acciones en diversos lugares del plano como si fuera una de Berlanga, y la cámara es grácil y certera como en una película de las mejores producidas por Tom Cruise. Pero, aún con las posibilidades de combinación con más de un personaje viviendo la eternidad en un día -multiplicación de los chistes, cambios de punto de vista, etc- Palm Springs va progresivamente dilapidando sus riquezas, las propias y las heredadas, en un camino inconstante hacia las explicaciones, las obviedades, las musiquitas que no casan muy bien con su cinismo tan siglo XXI (y el cinismo no es lo peor de la comedia de este siglo), el montaje “virtuoso” y de homenaje al de Groundhog Day si uno considera cada secuencia o escena o plano por separado pero no en sus implicancias narrativas y emocionales de forma más amplia, con mayor amplitud de miras, esas que nos podrían hacer avistar la cohesión. Palm Springs sabe que parte de una de las mejores películas de la historia y se confía en que la herencia le va a rendir un montón aunque no tenga la fortaleza y la capacidad de sacrificio como para trabajarla demasiado. En realidad no es así, ni lo uno ni lo otro: hay un trabajo minucioso en los chistes, en las derivaciones posibles de los personajes, en imitar el montaje de Groundhog Day, lo que no hay es otra cosa. Y eso que no hay es algo así como confianza en un marco de sentido, en un centro organizador, en una tradición. El cine, para el alma inexistente de Palm Springs es un arte extinto, una cantera abandonada de la que se pueden extraer riquezas y exhibirlas con algo de seducción y otro poco de impudicia. Palm Springs es una película triste no por nihilista o por cínica sino porque no confía en aquello que admira. ¿Es una buena comedia? Sí, claro, incluso puede llegar a ser de esas que caen en el momento justo (vivir el mismo día a repetición // cuarentena, dah), pero es de esas que no mejoran al cine, que decepcionan pronto y que -claro- no tendrán el destino de grandeza de Hechizo del tiempo. Las grandes películas suelen no saber de su grandeza pero sí de su pertinencia y, sobre todo, de su pertenencia. Palm Springs es post todo pero no se anima a serlo con aplomo, por eso mete diálogos y musiquitas emocionales que quedan fuera de su sistema y señalan su pose, que no su disfraz, porque imitar no es actuar. Palm Springs intenta ser una comedia fantástica como la más fantástica de las comedias pero no apuesta a la metafísica sino que se queda, literalmente, en la física, en las explicaciones terrestres y pedestres. Palm Springs tampoco se anima a contradecir la decadencia del mundo en estas décadas: no se anima a lo imposible, no se anima a fracasar con grandeza. Sí, es cierto, en varios momentos acierta velozmente, casi volando; y no importa si volando alto o bajo, porque vuela como un drone y no como un pájaro.

 

 

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

(Estados Unidos, Hong Kong, 2020)

Dirección: Mark Barbakow. Guion: Andy Siara. Elenco: Andy Samberg, Cristin Milioti, J.K. Simmons, Peter Gallagher, Camila Mendes. Producción: Chris Parker, Andy Samberg, Akiva Schaffer, Dylan Sellers, Becky Sloviter, Jorma Taccone. Duración: 90 minutos.

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