A Sala Llena

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Tal vez ayude

Tal vez ayude

Acá estoy, en casa, adentro. No he asomado la nariz desde hace cuatro meses. Tomo aire por las ventanas abiertas, salgo al balcón, me asomo a ver la avenida Luis María Campos en la tarde y la madrugada, a contar los autos que pasan, aguzando la vista desde el piso 21.

El escenario al que estamos asistiendo es de infierno para mí. Ya me conocen: neurótica, susceptible, dramática, depresiva, hipocondríaca, paranoica… por supuesto también soy expansiva, risueña, creativa, eufórica, sensible, eficiente, adecuada, amorosa… El tema es que, en general, no soy todas esas cosas al mismo tiempo. A veces soy una sola, o la combinación de tres o cuatro, o la ausencia de todas y la aparición de una nueva a la que es imposible identificar. 

Acabo de ver el episodio 3 de Modern Love, en el que Anne Hathaway lleva a cabo su periplo bipolar. Toda su gestión hasta la confesión final. La pérdida de otra oportunidad, de otro posible enamoramiento, otro trabajo. Y el encuentro con alguien que parece ser la tabla de salvación en el medio de ese mar desconocido, repelente y expulsivo que es la enfermedad mental.

Soy paciente desde los cuatro años. He hecho todo tipo de terapias. Ahora he vuelto al psicoanálisis y he encontrado a otro más que cree que va dar con la cura a todo lo que me pasa. Ayuda y mucho, por supuesto, pero hago el ejercicio de pasar por alto el hecho de que ignora la idea de que mi condición estará allí para siempre, y que lo único que puede hacer es ayudarme a que el viaje sea llevadero.

Modern Love, en este capítulo, se las apaña para contar muy bien lo que es el sube y baja emocional por el que algunos pasamos. El mío se parece bastante al del personaje, aunque tal vez no sea tan dramático, gracias a que el Chuchi me acompaña desde hace años y tuve el buen tino de casarme con él apenas me lo propuso. Fui contra viento y marea para que nos lo permitieran. Éramos muy jóvenes. Demasiado jóvenes. Pero yo sabía, yo tenía una certeza extraña dentro de ese ovni, de ese organismo extraterrestre que es mi mente. Y esa certeza me salvó de muchas cosas.

La protagonista de este capítulo de la serie de Amazon Prime, se ha metido en un calabozo de secretos que la distancia del mundo y de sus experiencias. Cerrándose así a la posibilidad del amor y de la amistad. Hathaway lleva a cabo un trabajo tan hondo y tan honesto, que me conmovió profundamente. Linda narrativa, con aproximación musical como metáfora de la montaña rusa a la que parecemos estar subidos los que padecemos ciertas condiciones. Aún así, y finalmente, todo se queda en la superficie.

El final me pareció una redomada basura. La charla con su amiga, el peso liberado y ahora sí, la idea de que todo ese universo del que se había protegido, podrá verla tal como es. Todo visto desde el cristal romántico que, ahora, en vez de ensalzar la relación de pareja, remarca y engrosa la amistad entre mujeres, como el nuevo “Príncipe Valiente” para nosotras. Pero en este caso, lo hace tocando un tema demasiado delicado.

Patrañas.

Las amigas son importantes, si. Pero (y sé que esto va a molestar muchísimo, va a irritar y jorobar a todas esas mentes pseudo emancipadoras que creen que la única forma de salvarse es salvarse a una misma) es el amor, la verdadera intimidad, la libertad absoluta de que alguien te vea en la peor versión de tu espectro emocional y mental, la única manera de que la existencia se vuelva una experiencia posible para nosotros. Es en el amor, en la convivencia y en el compromiso diario de amar todo lo que se es y no aceptar menos de que te amen entera. Eso no puede esperarse en la amistad. Tus amigas no pueden estar a las cinco de la mañana, cuando creés que el mundo está terminando y que es inminente la explosión. Tus amigas no pueden estar ahí cuando preferís morir de hambre a tener que sacar un pie fuera de la cama para cocinarte. Tus amigas no pueden hacerlo, y no porque no te quieran, o porque te abandonan. Porque tienen sus vidas, sus hijos, sus novias, sus trabajos, sus problemas, sus amantes, sus enfermedades. No. Tiene que ser alguien cuya vida, sea también la tuya. Si no, es imposible.

El capítulo plantea una incipiente amistad entre dos colegas, que se volverá más sincera y definitiva. Y en vez de arriesgarse y mostrar la forma en que el amor se vuelve así, se quedan en la periferia de un almuerzo que ayudará, si, pero que no será más que una especie de escalón. Después hablamos de las píldoras, que colaborarán y mucho. Seguro mucho más que el almuerzo. Y finalmente de Tinder y de aplicaciones para encontrar pareja, que solo justifican el título del show.

Lo siento. Todo eso suena tentador, pero convierte a la narrativa en otra forma (y voy a usar las palabras con plena conciencia) tilinga y glamorosa de contar la enfermedad y de contar a las mujeres.

¿Me he puesto un vestido brillante para ir al supermercado?, por supuesto que sí. ¿He pasado una semana entera sin bañarme y con la misma ropa?, también. ¿He llamado a amigas que han venido en mi ayuda? Por supuesto. Y me han dado consuelo y me han sanado.

Pero, siendo todo lo enfática que puedo, y parafraseando a otro enfermo mental para salirme con la mía, “Solo en las misteriosas ecuaciones del amor puede encontrarse alguna lógica”.

Y me hubiera gustado algo de esa lógica, algo de esa franqueza descarnada, en una serie en la que se promete amor.

© Laura Dariomerlo, 2020 | @lauradariomerlo

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

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