Salto de fe
En The Devil and Father Amorth tanto el demonio como el padre Amorth son excusas. El personaje principal es el director del film, William Friedkin. No solo porque está todo el tiempo delante de cámara, lleva la voz cantante y seguimos su punto de vista. Friedkin es el personaje principal porque es él mismo quién realiza la transformación dramática. Conociendo sus declaraciones sobre El exorcista al momento de rodar ese film (ahora estas valen como material de crítica porque él mismo se coloca como objeto y personaje de su cine) Friedkin tenía una posición de cautela sobre el tema. Entre la fe y el escepticismo elegía la duda. Esa duda es la que lo lleva a finalizar el primer montaje de El exorcista, la versión estrenada para cine, con un cierre amargo: la madre de Regan rechaza la medalla de Karras y el padre Dyer se queda solo. Para la versión reestrenada años después, ahora sí respeta el guión de William Peter Blatty y no solo Chris acepta la medalla sino que el padre Dyer y el teniente Kinderman se hacen amigos. Su destino es la compañía mutua, el cine como consuelo y El exorcista 3 – Legión como destino.
The Devil and Father Amorth es un paso más en la autoconsciencia: el director ya es un personaje más de su mundo, Friedkin es uno más en su propia trama. ¿Quién representa a quién en este asunto de dobles? El diablo es siempre el diablo, no puede cambiar. Amorth es Merrin. Christine, la poseída italiana, es Regan. Y Friedkin es el hombre de la duda que debe dar el salto de fe. El cine fue el seminario de Friedkin, Blatty su guía. El padre Karras su arquetipo.
Friedkin da a Blatty no solo el comienzo de su film sino también el final. Él inicia esta cuestión de El exorcista a la hora de escribir la novela, inspirándose en un hecho real. Y con su muerte se cierra nuestro documental, la película está dedicada a su memoria. Blatty entonces es el inicio y el final. Él es dentro de esta cosmogonía el maestro que marca, quién inicia a Friedkin en el camino de la fe. Un camino con muchas vueltas, contradicciones, dudas. Pero finalmente aceptación. Blatty escribió esta novela convencido en la veracidad del caso que estaba relatando. Friedkin termina su documental aceptando que el padre Amorth era un hombre santo, que en el universo existe el mal y también el bien. ¿Dónde se hace esta aceptación? En las mismas escaleras en las que un sacerdote dio un salto de fe. Karras cayó para salvarse. Porque se derrumbó con demonios, pudo ascender al cielo.
Friedkin relata que el padre Amorth era un entusiasta de El exorcista, ya que veía en el film un verdadero trabajo evangelizador. Eso sí: reconocía que sus efectos especiales eran un poco “exagerados”. El documental sirve no como corrección a El exorcista, pero si como una continuación aclaratoria, reflexiva. Si a Chris el padre Merrin le cierra de manera literal la puerta en la cara, siendo nosotros los únicos testigos vivos de lo que sucedió esa noche dentro del cuarto de Regan, lo sorprendente del exorcismo hecho por el padre Amorth es su carácter público: no solo por la presencia de la cámara de Friedkin, sino también por todos los participantes que allí están reunidos. Los exorcismos como un acto público de fe. Eso sí: no para cualquiera. La cámara de Friedkin ingresa porque Friedkin, y nosotros, ya estamos iniciados. ¿Quién nos inició? El exorcista. El cine debió mediar como puente, garante y maestro. Solo pudimos conocer la realidad de un ritual porque asistimos a un ritual fílmico. Las pruebas fueron tremendas, exageradas diría Amorth. Pero necesarias. El resultado el mismo: el terrible y sagrado corazón de un misterio.
Amorth, por el contrario de Merrin, tiene mucho humor. Merrin bromea con Chris sobre el brandy para su café, pero su sonrisa está cansada, muy cansada. Amorth, por el contrario, le hace burla expresa al demonio, bromea con la poseída, incluso podemos decir que le llega a tomar el pelo. Es la confianza del que se sabe protegido. Amorth le quita solemnidad a la imagen que teníamos de un exorcista. Su autoridad sobre los demonios es tan firme como la de Merrin, pero sus formas son más campechanas. Friedkin juega con esta imagen de sus dos exorcistas manejando una tierna simetría: si Merrin llega al lugar del exorcismo en un taxi que más parece un carruaje en medio de las neblinas de Transilvania, Amorth llega ayudado por un andador con ruedas. Semejantes en sus traslados, uno lo hace con el cine a cuestas, el otro con nuestra triste realidad. Opuestos de carácter, ambos llevan en su voz el mando divino.
Pero ahí no terminan las simetrías entre ambos exorcistas. Si Merrin muere sin poder concluir su exorcismo, Amorth lo hace sin poder salvar a Christine. La mujer, lo sabemos por Friedkin, vuelve a sufrir el ataque del demonio. El director se reúne con ella en una iglesia y ocurre un hecho que no tiene registro pero que es reconstruido: la poseída en un ataque de furia clama que le devuelvan las cintas de su exorcismo. ¿Por qué el demonio querría que el ritual no se haga público? Friedkin logra escapar y se marcha de Italia no solo con la creencia de haber conocido a un hombre santo, sino también con mucho miedo. Entonces, así como Merrin muere para que Karras crea, Amorth muere para que Friedkin sea testigo. El documental es el resultado total de su experiencia, de su salto de fe. Karras muere y Dyer y Kinderman buscan consuelo en el cine clásico, quedando la autoconsciencia solo para nosotros. Friedkin cree y empuja la autoconsciencia un paso más allá. Ya no solo se trata de creer en el cine. Ahora también se trata de creer gracias y por el cine.
Para Friedkin es una cuestión de suma urgencia. Cree en las fuerzas del mal: las vio con sus propios ojos. Pero también ve que los hombres santos desaparecen. Amorth y Blatty están tan muertos como Merrin y Karras. Si hay demonios, entonces tiene que haber ángeles, dice Friedkin citando el título de un libro de Blatty. ¿Pero dónde están? La ciencia, el documental lo explica, sigue como en el film de 1973: la posesión se trata de sugestión, incluso ahora figura como patología en los libros de salud mental. Y el joven sacerdote que es entrevistado reconoce que él mismo no está a la altura espiritual necesaria como para enfrentarse a los demonios. Friedkin le hace repetir la frase, ni él mismo puede creerlo. Un sacerdote reconoce que no está a la altura necesaria para dar la batalla que su mismo magisterio le obliga. Otra vez: la urgencia. Hay demonios, ¿dónde están los ángeles?
Friedkin, en el montaje de su film documental, no duda en utilizar el efecto especial, esa exageración que critica Amorth pero al mismo tiempo comprende como parte de la misión evangelizadora. Así utiliza trucos ópticos, música estridente, sonidos hechos para el susto. Friedkin no trata que la aparición del efecto de montaje sea sutil, por el contrario: lo utiliza de manera sobreexpuesta para que no dudemos de su mano manipuladora. Incluso podemos preguntarnos por la voz de la poseída: ¿está retocada en posproducción? Friedkin no lo dice nunca. Los mismos médicos que analizan las cintas están allí como escribanos nuestros, reconocen que ni siquiera una persona enferma puede hacer esos sonidos con su garganta. ¿El demonio del infierno o el demonio de la tecnología? La duda nuestra persiste. Y así lo quiere el director. Friedkin quiere que dudemos porque hacernos dudar sobre su manipulación es hacernos preguntar sobre el límite de nuestras creencias, ya no solo en lo sobrenatural, sino también en la creencia sobre el cine. Friedkin utiliza el efecto especial como lo utilizó en El exorcista para sumergirnos en un estado de miedo y al mismo tiempo para que seamos conscientes de que el efecto es eso mismo, mero efecto. Utiliza al cine como artefacto de trucos, como espejismo, como ilusión. Sabe que todo es montaje, que todo es artificio. La obligación nuestra es comprender ese artificio como sostén de otra verdad. ¿Qué es verdad en este documental? ¿El demonio? ¿El milagro? ¿El director que nos asegura que todo esto es cierto cuando es él mismo quién está haciendo sus trucos de montaje? Él pudo creer, el dio el salto final. Somos nosotros, los sumergidos en el efecto especial, los que escuchamos la voz sospechosa, los que vemos al hombre santo, los que fuimos enseñados por Blatty, los que tenemos consciencia del milagro del cine y del cine como milagro, los que debemos saltar con él. ¿Cuál es nuestra misión? Saber que hay demonios. Y, si estamos listos, armarnos con espadas y alas.
Friedkin y Blatty nos educaron. Ahora ya no alcanza con saber lo que el cine sabía. Ahora es el tiempo de hacer algo con ese conocimiento. Porque el cine es realmente cine cuando lo hacemos vida.
© Diego Avalos, 2018
Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.