El inicio de la nueva película de Gavin O’Connor con Ben Affleck (cuál será la nueva de Ben Affleck sigue siendo un misterio cuya respuesta muchos aguardamos) la emparenta de cierto modo con Mi vida es mi vida (Five Easy Pieces), de Bob Rafelson. Ambas parten de la jornada laboral de sus protagonistas y el regreso a sus casas para introducirnos en la gris realidad de cada uno de ellos: un presente imbuido de una infelicidad que escapa a las palabras y que se manifiesta en el pesar de sus cuerpos, en la frustración de sus rostros y en las latas de cerveza a las que se aferran para sobrellevarlo.
A priori, podría decirse que The Way Back se presenta como un proyecto ideal para el lucimiento de su protagonista. Ya saben, personaje sufrido, solitario, caído en desgracia, que encuentra su redención en la ayuda a los demás; uno de esos papeles que ciertos actores escogerían para ostentar su vasto talento interpretativo derramando un par de lágrimas, pegando un par de gritos y exagerando un par de gestos con la esperanza de, quizás, recibir una nominación en alguna entrega de premios de renombre. No obstante, y dejando de lado los múltiples elogios que recibió hasta el momento, la actuación de Ben Affleck en este film jamás despierta siquiera la menor sospecha de que el actor-director oriundo de Boston haya aceptado el papel pensando en tales cuestiones. De hecho, su caracterización del entrenador alcohólico Jack Cunningham, tan contenida como transparente, parece inscribirse en un registro minimalista a contramano de los excesos y la artificialidad usualmente asociados a este tipo de personaje. Con el corazón bajo la manga, oculto bajo la sutileza de sus gestos, Affleck nos adentra en el sufrimiento de Jack de una manera que se percibe sincera, nunca forzada, y en la que entran en juego no sólo su cuerpo —esa enorme masa muscular, remanente de una época de plenitud y vigor físico, hoy vuelta un mero depósito de litros y litros de cerveza—, sino también su propia persona mediática.
Sus caídas, recaídas y conflictos maritales han sido tema de conversación en los programas mediáticos estadounidenses más de una vez: el declarado alcoholismo del actor es de público conocimiento y, precisamente por ello, al ver las heridas de su personaje en The Way Back, uno no puede evitar ver también las de Affleck. Con esto no quiero decir que la película busque ser “meta” al respecto, sino que la vivencia de la adicción en carne propia sin dudas ha nutrido su interpretación, purgándola de cualquier tipo de artificio y volviéndola aún más desgarradora. Incluso en algo tan sencillo como la entonación de un “estoy bien” que oculta más de lo que dice, Affleck demuestra estar en absoluta sintonía con su personaje, con sus esfuerzos por mantener las apariencias y con su incapacidad para lidiar con el trauma que lo acecha. Respecto de este último, no deja de resultar extraña la decisión de demorar su develamiento, en tanto que, una vez explicitada la razón detrás del alcoholismo de Jack, tal información no afecta en absoluto el devenir del relato o el accionar del personaje. Por el contrario, esta arbitraria dosificación de la información no hace más que generar una cierta intriga dramática que, además de probar ser gratuita y prescindible, pretende “completar” la historia previa del protagonista y profundizar así su padecer, como si la labor de Affleck en este aspecto hubiera sido insuficiente.
De la misma manera, y pese a ya haberlo dirigido en El contador, Gavin O’Connor no parece estar del todo convencido de las capacidades actorales de Affleck: en más de una escena, su cámara siente la imperiosa necesidad de acercarse al rostro del actor más de lo necesario y, mediante un impúdico zoom, señalar los gestos que, con su medido abordaje, éste justamente pretendía invisibilizar. Nobleza obliga, O’Connor es un cineasta sumamente competente y esta no es la primera vez que se enfrenta a la difícil tarea de, en un mismo relato, combinar dramas familiares con la temática del alcoholismo y una excitante trama deportiva como hilo conductor. En efecto, con el antecedente de Warrior en su haber, el director no exhibe inconveniente alguno al llevar adelante la narrativa de su nuevo film de una forma armónica y dinámica, e incluso lo hace dando lugar a algunos momentos verdaderamente iluminados (el clímax de uno de los partidos siendo uno de ellos).
Sin embargo, hacia el final, la película opta por una serie de resoluciones un tanto repentinas y apresuradas que parecen estar más en sintonía con los convencionalismos de su guión que con el pathos de su protagonista. Es cierto, a grandes rasgos, The Way Back no brilla por su originalidad o novedad; razón por la cual, con inteligencia, O’Connor supo compensar lo ordinario de su historia con lo extraordinario de su interpretación: sobre los hombros de Affleck reside no sólo el yugo de la pérdida, sino también el peso de todo un film construido en torno a ella y a la adicción, un pozo depresivo lleno de desconsuelo en el que el actor se sumergió con aplomo y sin miedo. Por ello, cuando Jack Cunningham finalmente toca fondo y se levanta no gracias al camino recorrido, sino a una serie de lugares comunes que el film dispone delante suyo (las sonrisas reconfortantes de su familia, un par de sesiones de terapia, un montaje musical efectista y un pintoresco plano final), uno se encuentra, inevitablemente, deseando que The Way Back hubiese optado por una conclusión menos corriente y perezosa, una más cercana a aquella de Mi vida es mi vida tal vez, pero, sobre todo, una que estuviese a la altura del genuino e irrevocable dolor su protagonista.
Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.
(Estados Unidos, 2020)
Dirección: Gavin O’Connor. Guion: Brad Ingelsby. Elenco: Ben Affleck, Al Madrigal, Janina Gavankar, Michaela Watkins. Producción: Gordon Gray, Ravi Mehta, Gavin O’Connor, Jennifer Todd. Duración: 108 minutos.