XTC – “Apple Venus Vol. 1” (1999)
Nuestro crítico, Pablo Rabotnikof, nos trae un nuevo análisis y una nueva recomendación de la banda inglesa XTC, nacida a finales de los ’70.
En el comienzo es una gota. Una gota y un contrabajo. Otra gota y un violín. Otra gota y unos teclados. Así, frente a nuestros oídos se van construyendo melodías circulares que se entrecruzan, arropadas por cuerdas y vientos. Hasta que aparece Andy Patridge invitándonos a arrojar nuestros autos para sembrar “un río de orquídeas en el lugar de una autopista”. Bienvenidos entonces a Apple Venus Vol. 1 (1999), el disco con el que XTC se olvidó de su pasado para cultivar su propio jardín pop, su sinfonía en miniatura.
No es un disco que esconda su pretenciosidad. Es más, la exhibe a toda orquesta. Y está bien, porque los ingleses tienen oficio de sobra. A esta altura se debería considerar a Andy Partridge entre los grandes artesanos del pop contemporáneo. Y de alguna manera, todo el disco parece el resultado de haber hecho estallar su propio “1000 Umbrelas” (Skylarking, 1986) y juntado once luminosos pedazos.
Después de la inaugural “River of Orchids”, “I’d like that” con su guitarra acústica galopante, es tan McCartney (y tan buena) que uno se sorprende de no haberla escuchado nunca antes en ningún lugar. Y la letra propone “cabalgar bajo la lluvia” porque “cada gota me haría crecer muy alto, como un girasol”. Entre cuerdas, la encantadora “Easter Theatre” le da la bienvenida a la Pascua con un gran momento brianwilsonesco (y habrá varios más en el disco).
¿Cómo seguir después de este hat-trick multicolor? XTC responde: con una canción de cuna. La delicada “Knights in shining karma” es una extraña fábula de caballeros que protegen el alma de la lluvia y el calor.
El bajista y también cantante Colin Moulding, autor de muchos de los clásicos de la banda, aporta aquí su cuota de temas con la alegre “Frivolous tonight” que nos llama a recuperar nuestro niño interior y la exótica “Fruit Nut”.
En el corazón del disco “Greenman” resalta con sus toques orientales, mientras que la amarga “Your dictionary” es puro resentimiento (“H-A-T-E is that how you spell love in your dictionary”). Y todo acompañado de guitarras acústicas, pianos y violines, hasta que un sorpendente volantazo orquestal le da algo así como un final feliz.
“I can’t own her” es el lamento de quien puede tener todo salvo lo que más quiere (ella, claro) y canta su desilusión mientras se traga esa píldora amarga “con agua de lluvia”. La campestre “Harvest Festival” celebra la cosecha frutal entre flores, pero lo que más le importa es la mirada de ella, que le durará por todo el año.
Cerrando el círculo “The Last Ballon”, una canción sobre crecer, perder la inocencia y lo que se deja atrás; una balada triste de trompeta que extingue lentamente la llama del disco. Su “climb aboard, climb aboard, you children” es un final tan inesperado que prácticamente fuerza a empezar de vuelta en busca de un poco de luz.
Una de las acusaciones que se le pueden hacer a este Apple Venus Vol. 1 es el de saquear las estanterías de las mentes maestras del pop de todos los tiempos (Wilson, Lennon, McCartney, Bacharach, Spector). Sí, “Knights in shining karma” recupera los arpegios y armonías de “Julia” (The Beatles, 1968) y nadie se sorprendería si “Frivolous Tonight” apareciera entre los descartes de Pet Sounds. Y así sucesivamente.
Claro que quien quiera hacerlo puede tomar cualquiera de las canciones del disco y jugar a las siete diferencias. Pero lo más edificante quizás no sea la mirada al pasado, sino lo que se construye con él. Como si fueran los recuerdos de Inside Out (Pixar, 2015), cada una de las canciones apunta a nuestra memoria emotiva pop, pero pintándola de nuevos colores.
Y el envase también es significativo. Sobre un fondo blanco (que en la tapa de un disco sólo puede remitir a una cosa, al menos desde 1968 para acá) se muestra una pluma de pavo real, que parece mirarnos fijo con su ojo. Es justo. Apple Venus Vol. 1 es el pavo real que espera agazapado a sus oyentes para abrir orgulloso sus plumas y maravillarlos con su belleza.
Por Pablo Rabotnikof