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CRÍTICAS - CINE

Django sin Cadenas, según Rodolfo Weisskirch

Los anillos de Tarantino.

Ningún argumento de una película de Quentin Tarantino tiene algo de original. Siempre fue así. De hecho, Tarantino es el mayor ladrón que existe en la industria y él es el primero en confesarlo. Todas sus películas se nutren de miles de influencias, desde su estructura narrativa hasta los nombres de los personajes. Este collage de citas e intertextualidad es lo que más enoja a algunos y lo que más aplauden otros. Asimismo, es errado pensar que porque en todas sus películas abundan referencias a géneros malditos o clase B, de explotación, setentista y otras bizarreadas, el trasfondo  de la obra tarantinesca carece de sustancia. Tarantino es hijo de todo el cine en general. Queda demostrado que su influencia puede venir de Truffaut para el argumento de Kill Bill (inspirado en La Novia Vestía de Negro) o, como es el caso de Django sin Cadenas, de Fritz Lang, más precisamente Los Nibelungos, y su obra estadounidense.

¿Qué tiene que ver el clásico poema anónimo medieval alemán sobre las aventuras de un caballero que trata de recuperar un tesoro de unos enanos que viven en cuevas con la historia de un esclavo liberado por un dentista cazarecompensas, que pretende recuperar a su esposa, también esclava, de un terrateniente sureño? Todo. Y no es algo arbitrario. El personaje de King Schultz –interpretado por Christoph Waltz, el alma de la película y, sin duda, el personaje más sensible y humano que haya creado Tarantino en toda su filmografía, junto con el propio Django– le cuenta al protagonista el origen del nombre de su esposa, Broohmilda, y cuál es el sacrificio que hace el príncipe Siegfried en la leyenda. Claro, más que nada hay simetrías y no precisamente una analogía literal con la historia, pero si nos ponemos a dividir y comparar las diversas capas de la historia podemos encontrar que el director quiso construir una epopeya romántica disfrazada de spaghetti western. Sería muy fácil decir que Leone, Corbucci o Anthony Mann son los principales referentes visuales del film, pero en su estructura narrativa Tarantino prefiere ser menos episódico –aunque hay dos mitades bien diferenciadas– que en otras obras. Acá el director no aspira a un relato coral sino que se ata de principio a fin a sus protagonistas y los lleva por diferentes circuitos –o anillos– hasta llegar al centro mismo de la tierra, a la guarida de los “Nibelungos”, que, en este caso, es Candyland, la plantación y mansión de Calvin Candie, un desorbitado y caricaturesco Leonardo Di Caprio. Después de Candyland, el film empieza a cerrar una estructura casi circular, lo que confirma que el director pensó la película en forma menos lineal de lo que aparenta ser.

Con esto no me refiero a linealidad temporal –de hecho, es la película de Tarantino con menos flashbacks– sino a pensarla en forma circular basándonos en situaciones que se vuelven a repetir en la vida del protagonista. Aun así, y como analizábamos con la colega Laura Dariomerlo, la película tiene dos mitades que difieren en ritmo y tono, pero que, a la vez, funcionan como espejo. La primera mitad de la película, que admite la liberación de Django y sus primeras aventuras como cazarecompensas, se trata de una comedia, un buddy movie incluso, donde dos amigos cruzan el estado cobrándose la vida de criminales, profundizando una relación amistosa (una relación de verdad, no de camaradas, sino de verdadero sentimiento) que tiene su espejo en la relación entre Calvin y su sirviente Stephen – Samuel L. Jackson, tan caricaturesco como Di Caprio-. Mientras que la primera relación se basa en lealtad impuesta por buenos actos retribuidos, la segunda es una relación forzada. Las actuaciones del lado de Foxx y Waltz son honestas, casi naturales –algo extraño, también, en un film del director–; por su parte, la segunda parte es completamente artificial, basada en sobreactuaciones demasiado maquilladas para los personajes. ¿Y este contraste es acaso azaroso? No, en Tarantino ni un solo encuadre depende del azar. Él quiere marcar esa contrafuerza visual, y eso funciona.

Por otro lado, otra diferencia entre la primera y la segunda parte es el ritmo. La primera hora y media es dinámica, divertida, llena de humor –con una memorable secuencia en la que el director se burla del Ku Klux Klan–, acción y tiros. Pero en la segunda, cuando aparece el personaje de Calvin y, en especial Stephen, se depura un poco el relato, se vuelve más intelectual y dialogado. Muchos han acusado a Tarantino de racista, pero lo cierto es que sucede todo lo contrario. Tarantino retrata la esclavitud en forma salvaje y sanguinaria, denotando no solo las consecuencias físicas sino también las sociológicas y psicológicas. ¿Es casual acaso que el único personaje “blanco” benévolo sea justamente un alemán? Presten atención a este detalle. No hay un solo personaje blanco que se salve de ser estúpido, brutal, sanguinario e hipócrita.

Siempre se ha tildado a Tarantino de un director poco sentimental, pintoresco, demasiado enamorado de sí mismo y sus personajes, pero poco sensible respecto de las emociones de los personajes. En Django, Tarantino adopta un carácter romántico que había empezado a aflorar con “la novia” de Kill Bill, siguió con Shossana en Bastardos sin Gloria y se vuelve el núcleo dramático de Django. Parece que al ir envejeciendo, el director se nos pone un poco más emotivo. Pero todo se justifica desde la narración, la estética y la elección genérica. Como siempre, se pueden encontrar tantas citas hasta el cansancio. Ni Spielberg se salva esta vez (en un momento, Calvin narra una escena de El Color Púrpura). A nivel visual, es prodigioso el trabajo de Robert Richardson al plagiar la imagen lavada de millones de westerns de los ‘60, tanto italianos como estadounidenses. Los pocos flashbacks remiten incluso a la estética grindhouse. Hay enormes libertades temporales que no sacan de contexto y le aportan mayor humor a una película que resulta menos cómica de lo esperado.

Django sin Cadenas tiene a un Tarantino desenfrenado, sediento de violencia y gore. Aun cuando no construye demasiadas escenas individualmente memorables –como logró en Kill BillBastardos– consigue una película con mayor consistencia a novel unitario, un relato un poco más clásico pero con algunas puestas de cámara rebeldes, provocativas para un director estadounidense. La ecléctica banda sonora es realmente magnífica y hace que mantengamos la atención en forma constante. El elenco depara enormes sorpresas de actores invitados como un maravilloso Don Johnson o eternos segundones en roles destacados como Walter Googgins y James Remar, además de varios cameos divertidos (y explosivos).

Difícil de clasificar, Tarantino consigue una nueva obra que confirma su talento, influencia general de todo el arte y potencia como autor. Superior en muchos sentidos a Bastardos sin GloriaA Prueba de Muerte y Kill Bill, aun con sus excesos, caprichos, ambiciones y pretensiones, Django sin Cadenas es una película completa, hermosa a nivel visual y con mucho más para analizar – especialmente desde el punto de vista histórico– de lo que se ve a primera vista. Más allá de las referencias y el pastiche, hay detalles que van a saltar mejor en una segunda visión. Al igual que los mejores spaghetti westerns, Django está destinada a ser un clásico de culto, apreciado por generaciones venideras. En ese caso, el objetivo de esta aventura se habrá cumplido y Tarantino podrá decir que venció al dragón y se alzó con su anillo.

calificacion_5

Por Rodolfo Weisskirch

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