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CRÍTICAS

Dorian Gray, El Retrato

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Dorian Gray, El Retrato

Dirección General, Libro y Letras, Puesta en Escena, Coreografía: Pepe Cibrián Campoy. Música Original, Dirección Musical y Orquestaciones: Ángel Mahler. Diseño de Iluminación: Pepe Cibrián Campoy y Carlos R. Gaber. Repocisión de Vestuario: Alfredo Miranda. Diseño de Sonido: Osvaldo Mahler. Coordinación Escenotécnica: Marcos Moriconi. Producción General: Liliana Mahler, Julieta Kalik, Ángel Mahler. Intérpretes: Juan Rodó, Luna Pérez Lening, Gastón Avendaño, Alexis Pozzo Godoy, Luz Yacianci, Luis Blanco. Prensa: Patricia Brañeiro.

Juventud… divino tesoro…

No se puede negar que Pepe Cibrián se auto plantea nuevo desafíos cada temporada. Desafíos acorde a sus ambiciones. Reestrenar al mismo tiempo dos obras con una diferencia de apenas 4 cuadras entre un teatro y otro, es una demostración del talento y osadía del hijo de Ana María Campoy.

Claro, que ambas obras no solamente no fueron elegidas fortuitamente. Mientras que El Jorobado es más barroca, Dorian Gray es más moderna, y de esa manera, ambas podrían ser disfrutables, sin comparación, conviviendo coherentemente al mismo tiempo.

Sin embargo y más allá de que ambas llevan la marca del autor referida al deseo carnal, los prejuicios sociales, y el triunfo del amor sobre la fuerzas del “mal”, Dorian Gray no termina de funcionar dramáticamente, y a nivel musical es mucho más limitada que la obra basada en la novela de Victor Hugo.

Influenciado por los musicales de Andrew Lloyd Webber principalmente, Cibrián siempre buscó la manera de innovar y realizar adaptaciones de textos clásicos que todavía no llegaron a las tablas de Broadway, y de esa forma ser el precursor de la idea. Aún con sus desaciertos, las elecciones siempre fueron inteligentes y adecuadas. El Retrato de Dorian Gray, inspirado en la novela de Oscar Wilde, se instala muy bien en los escenarios, es perfectamente imaginable en un contexto musical. El horror gótico es un género que se puede traducir perfectamente a la ópera o la comedia moderna. Pero, por alguna razón, resulta mucho más difícil traducir en imágenes concretas de lo  que se imagina.

Posiblemente sea culpa de la cercanía al texto de Goëthe de Fausto lo que la impida sobresalir. Sucedió hace dos años cuando se estrenó la adaptación cinematográfica. Si no se llega al fondo del pensamiento de Wilde – y estoy seguro que Cibrián lo comprende perfectamente – es posible caer en una lectura superficial, y la representación queda a mitad de camino entre lo dramático y lo ridículo.

Aunque Dorian Gray no llega a esta punto, si se pueden encontrar grandes desniveles textuales e incoherencia en la evolución del relato.

Recordemos la historia original: un joven playboy le pido a un pintor que le haga un retrato. Este, enamorado de su belleza externa lo pinta en forma exuberante. A medida que Dorian Gray se empieza a regodear de la clase noble londinense acompañado por su sabio amigo Lord Henry, Dorian decide hacer un pacto faustiano, donde otorga su alma a cambio de la inmortalidad de su cuerpo, para que el mismo permanezca joven para siempre, mientras el que va envejeciendo y acumulando el horror del alma de Dorian, es el Retrato. En el medio se van sucediendo numerosos asesinatos, consecuencia de la ambición de Dorian de apropiarse de la juventud, especialmente de la amada Sybil Vane – que en esta adaptación de Cibrian pasa de ser una actriz a convertirse en una prostituta “virgen”.

Cibrian decide salirse del siglo XIX y mover la acción aparentemente a los años 30 del siglo XX, por lo que se puede descifrar del diseño de vestuario. De esta manera, las coreografías y las canciones poseen un tono más jazzero que la emparentan – por momentos – a una creación de Bob Fosse.

La obra empieza muy bien, rompiendo con la estructura tradicional del musical en el primer acto. Las primeras canciones y bailes son completamente diferentes a las de otras obras del director y su músico Ángel Mahler. La relación de Gray y Lord Henry se plantea de una forma interesante, así como el contexto social de Sybil – que funciona en forma paralela – tiene un perfil grotesco bastante interesante representado por el usurero Jacob y la madre del personaje.

Pero tras el primer encuentro de Gray con Sybil, la obra empieza a decaer en ritmo y las canciones a repetirse en su contenido textual. Las diversos asesinatos que se van dando no tienen la violencia ni el impacto que amerita el relato y parecen impuestas en forma forzada dentro de la obra. El segundo acto, comienza mucho mejor. Se profundiza y queda más al descubierto la insinuada relación homosexual – que le valió a Wilde numerosas críticas en su época – que se establece entre Dorian y el artista Basil. Ya sea por la química entre los intérpretes – el gran Juan Rodó y el notable Alexis Pozzo Godoy – este dueto termina siendo uno de los puntos más interesantes de la pieza.

En cambio queda un poco incoherente la relación Dorian – Sybil, ya que ella pasa de rechazar sus actos de seducción a querer casarse con el personaje en forma un poco inverosímil y repentina. Nuevamente, parece una decisión caprichosa.

El final de la obra llega en forma tan repentina y descolgada, que no hay tiempo para leer una evolución real en el personaje de Gray. Por otro lado, es una lástima que Lord Gray carezca de la profundidad, la humanidad y contradicción que sugiere la novela de Wilde. Su figura tiene un rol simbólico tan predecible y superficial, que no necesita recalcarse con juego de luces e incremento de la potencia musical. Es la actuación y el gran talento vocal de Gastón Avendaño lo que rescatan a este personaje.

Y si bien en lo narrativo, Dorian Gray no consigue consolidarse, al menos en la puesta hay varias ideas interesantes. Partiendo de las coreografías repletas de insinuaciones sexuales hasta el efecto de “el retrato” que va modificándose a medida que se oscurece el alma del protagonista, en forma un poco arbitraria. A nivel escenográfico y de diseño de vestuario hay notables logros.

El elenco, por su lado demuestra un talento indudable para el canto y el baile particularmente, lo que señala la perfección del director, como profesor y el buen ojo a la hora de sacar alumnos de su escuela.

Es imposible por otro lado no seguir adulando la capacidad vocal de Juan Rodó, la magnitud que cobra la figura en el escenario, la facilidad con la que saca adelante el personaje. También la joven Luna Pérez Lening, que ya había demostrado sus dones y dotes en escena con Excálibur – última obra original de la dupla Cibrián-Mahler – vuelve a general expectativa, ya que ahora se la ve mucho más madura y segura sobre el escenario.

Pero todo esto, resulta al mismo tiempo ajeno a la obra. O sea, hay numerosas individuales para seguir destacando, pero cuando la narración no fluye y el timing es errado, no se puede pedir que la obra termine por gustar completamente. Algo sigue fallando, hace ruido. Y eso se relaciona con el esqueleto, con el lienzo. Si falla lo más básico, el resto se derrumba como una torre de naipes y nos queda un cuadro vacío, en blanco.

Dorian Gray, el Retrato es una obra que por un lado nos deslumbra con lo exterior, pero por otro decepciona en el trabajo interior. Algo no muy diferente con lo que sucedía con el film de Oliver Parker. Y completamente opuesto a lo que pasa con la novela original.

Acaso se trate de una maldición de Oscar Wilde.

Teatro: Lola Membrives – Corrientes 1280

Funciones: Miércoles a Viernes 21 Hs – Viernes 15:30 Hs – Sábados 19:30 Hs y 22:30 Hs – Domingos 20 Hs

Entradas: desde $100

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