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Cosas que prometí no decir | Dos navidades. Dos héroes católicos

Cosas que prometí no decir | Dos navidades. Dos héroes católicos

DOS NAVIDADES. DOS HÉROES CATÓLICOS

La celebración de la Navidad, o Rito de Adviento, es junto con la Pascua de Resurrección, un hecho central para el cristianismo; sobre todo para la Iglesia Católica y Romana. Digamos que su económica cuanto su simbólica se mueven en esa doble dirección. Nacimiento y resurrección, es decir un segundo nacimiento, así como se espera una segunda venida o “parousía”.

En el concepto del cine, durante el período clásico de Hollywood, la Navidad, como otras celebraciones religiosas, estuvieron o fueron puestas en escena de acuerdo a las condiciones de posibilidad de la toma de poder cultural diseñada por los grandes estudios. Básicamente centrado en la alianza de sectores judíos y católicos enfrentados al mundo y a la mentalidad wasp. Cosa ésta largamente explicitada en varios de nuestros libros teóricos así como en nuestros seminarios.

De tal modo la Navidad dentro de los directores de origen o tendencia católica, fue desplazada de su primera significación económica, es decir privativa de un grupo o sector o comunidad, para poder ubicarla como valor simbólico, pero también ético y hasta político. 

Es decir, que el cine y su concepto pretendían también interesar a un público liberal, incluso de ese protestantismo liberal tan firmemente asentado ya en aquellos años. Donde no sólo la Navidad sino la propia figura de Cristo habían sido vaciadas de sentido y tomado la forma de un personaje exclusivamente histórico, mezcla de filósofo humanista y de gurú oriental. Cuando no directamente diluido y neutralizado por corrientes predominantes desde un siglo atrás en la mentalidad wasp.

Harvard y el así llamado movimiento “trascendentalista”, es en donde se afirmaran las bases de un cristianismo meramente moral, sobre todo privado e “interior”, o como guía moral ya radicalmente anti ritual y sobre todo anti simbólico; es decir puritano. Sin imaginería alguna. 

Y ya para entonces todo regreso o mantenimiento del modo “antiguo”, es decir toda tendencia siquiera estética hacia el pasado católico, era atacado sin más y de una manera podría decirse que oficial…

No por nada -y vale como ejemplo- el ataque furibundo de los “trascendentalistas” como Emerson et al., contra Poe y su obra y persona. Porque una vez más, el enemigo siempre nos entiende primero y mejor. Más aún, puede afirmarse también que toda la obra de Poe, pero no sólo la narrativa, sino su obra crítica y ensayística, y sobre todo ese poema cósmico que es “Eureka” -donde con sólo animarse a intentar el género, ya muestra una marca y toma de decisión tanto política como, y sobre todo, metafísica- está claramente escrita polémicamente teniendo como blanco a los corifeos del “trascendentalismo”.

Desde luego que también allí y con la obra de Poe se fundan las bases simbólicas y operativas de todo aquello que el concepto del cine del Hollywood clásico afirmaría y volvería de carácter universal mediante el melodrama o thriller; y tanto en su fase terror-fantástico como en su fase policial.

Repetimos esto. La parte católica del Hollywood clásico subsumió o corrió de lugar a la económica de la Navidad, para potencia y privilegiar la primacía de su simbólica. En gran parte esto es también una continuación de la política barroca por otros medios, tal como hemos expresado en nuestro “El concepto del cine”. 

Así como en el siglo diecisiete y en plena guerra religiosa intereuropea, la política barroca-jesuítica se abocó a mantener cierto status operativo, por sobre el especulativo que era mantenido por los teólogos vueltos ya profesionales; y que no hacían otra cosa que azuzar a sus reyes y príncipes para mantener un estado de hostilidades permanente. Para ello buscaban minucias y ripios seudo teológicos, para afirmarse en su miserable poder cortesano.

Fue la Compañía de Jesús la encargada de saltar por sobre estas venenosas discusiones facciosas. Para ello se entregó a la tarea de conservar en el mundo y en el espíritu europeos, aquello que más valía la pena conservar: el status operativo del simbolismo tradicional. Simbolismo que, vía Vico pero y también Leibnitz, se había vuelto “carne”. 

Se trataba de mostrar y demostrar cómo la “philosophia perennis” (término acuñado por Leibnitz), se había vuelto también histórica con el advenimiento de Cristo.

Así, y con un simple ejemplo también, que el canon barroco de un Vivaldi fuera también, mutatis mutandis, el de Bach. O que el canon de Velázquez fuera también el de Rembrandt.

Si tomamos los dos momentos en que hemos dividido el recorrido del concepto del cine de Hollywood, es decir el clásico y el autoconciente, tenemos dos films ejemplares sobre la simbólica de Navidad.

Nos referimos a ¡Qué bello es vivir! (It’s a Wonderful Life) de Frank Capra (1946) y Duro de matar (Die Hard) de John McTiernan (1988).

El film de Capra pertenece también a otra tendencia del cine de Hollywood surgido en la inmediata posguerra. El ajuste de cuentas con su interna diferencial. Hollywood fue un gran sostén del gobierno norteamericano durante la segunda guerra mundial. Utilizó todo su poderío industrial pero también simbólico para proponer al mundo todo, formas de vida y contenidos anímico-espirituales apuestos al nazismo.

Pero luego de terminada la guerra algo les hizo preguntarse si aquello que se había apoyado en el combate no sólo bélico, sino también en el de las ideas, había sido entendido por ese “otro” Estados Unidos. La respuesta fue arduamente polémica. Tres ejemplos. Los mejores años de nuestra vida, de William Wyler,  Notorious de Alfred Hitchcock, y esta ¡Qué bello es vivir! Los tres films plantearon una inmediata decepción de los resultados inmediatos a la segunda guerra. Resultados que eran vistos incluso como hostiles a los valores que se habían propuesto desde el concepto del cine.

En el film de Capra es precisamente la diégesis navideña la que acuña el troquel principal de esta fábula. Una fábula que precisamente quiere mantenerse en este tono fabuloso que evita sabiamente la alegoría, optando por una ingenuidad impostada que le sirve de practicable a sus plenas y asumidas intenciones simbólicas.

La trama es por todo conocidas y no es lugar aquí para recordarla. Sí subrayar lo que se busca y se logra representar aquí. Una Navidad como comunidad  organizada, como una forma de cooperativismo que siempre fue el eje anímico-espiritual de la obra de Frank Capra. 

Ese colectivismo no comunista, más bien su opuesto, se basa en una asunción del cristianismo católico que sostiene el concepto de sacrificio, el de “sacrum facere”; el de hacer lo sagrado. 

George Bailey es la perfecta encarnación del héroe católico, como lo será pero en forma autoconciente y polémica el detective McClane en Duro de matar.

Y cuál es la última tentación del héroe católico, sino negar su propia heroicidad mediante el excipiente mundano y tentador del fracaso. Fracaso entendido como una no correlación con el éxito en sentido crematístico liberal. En vías de ese camino de perfección se tropieza este héroe con el paralelo camino de la adversidad.  No por nada es el dinero, el móvil y pretexto histórico material que rodeará el calvario de Bailey; un capitalismo todavía incipiente, si lo vemos en relación con el pos capitalismo globalizado que debe enfrentar McClane en Duro de matar.

Claro que el recorrido heroico de George Bailey parece resolverse en paralelo a una directa intervención divina y mediante la aparición de un numen que debe también completar su tarea angélica. Este hacerse de lo numinoso, de lo sagrado, no de lo “que mueve al sol y a las demás estrellas”, que es lo permanente, y que por ello manda a aquello a que se haga (manifieste), vuelve adecuadamente esotérico, mediante la cobertura de su exoterismo manifiesto de fábula “ingenua”, la complejidad de su concepto metafísico teológico central. 

Es aquello que Teilhard de Chardin formularía de este modo: “Dios no hace las cosas, manda a las cosas hacerse” (*) Esta criatura angélica es el numen de esta creación.

Y si Bailey en su calvario histórico-material, desdeña en un insólito diabolismo ingenuo y repentista ese “hacerse”, el numen no completaría ese doble marco de la creación. El eje vertical de la Cruz restaría en solitario cuando su eje horizontal (el histórico y biológico del devenir humano) renunciaría a sostener ese “cruce” necesario. 

Porque la misma divinidad tiene “necesidad” de seres humanos. El hacer sin el ser, sería la última y más extrema befa diabólica.

Desde luego esta renuncia a la vida -ya que no a la existencia-, le hará comprender que en un punto somos el apoyo responsable de tantas vidas ajenas. No sólo las familiares, sino también las comunitarias.

El comunitarismo de Capra alcanza en este film su resolución como sociedad.  La Navidad como símbolo actúa como esa nueva vida renacida tras una muerte simbólica. Un nacimiento y una “vita nuova” en sentido dantesco. ¿No ha pasado Bailey por varios círculos del infierno del no-ser?

 En Duro de matar la Navidad ya se ha vuelto adorno global. Incluso el propio gerente de la multinacional japonesa ironiza con la fiesta navideña. Que ha se ha previamente desacralizado ad intra y ahora parece “reciclarse” ad extra.

La propia globalización, contracara del universalismo católico, aparece como duplicidad irrisoria y siniestra en la banda de terroristas. Los cuales han trocado sus antiguos -y supuestos- ideales revolucionarios plegándose miméticamente con el supuesto enemigo de clase ¿O es que ambos grupos siempre perseguían los mismos fines? En todo caso ambos disputaban tan sólo por lo material…

Es evidente también que entre Bailey y McClane ha pasado no sólo el tiempo histórico sino la autoconciencia definitiva del concepto del cine. De allí que el cooperativismo de la comunidad organizada de Capra, se ha vuelto en Duro de matar un cruento sacrificio expiatorio.

 

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

*: el físico Alan Guth declaró en 2003: “Claramente no tenemos una teoría definitiva acerca de cómo se originó el universo, pero lo que la gente especula es que el universo comenzó en una especie de evento cuántico. Ahora, entender ese evento requeriría una teoría cuántica de la gravedad.

La idea general sería tener una descripción cuántica completa de la geometría del espacio-tiempo. Después querríamos tener alguna noción de lo que significa que no haya nada, y “nada” debería ser uno de los estados cuánticos. Un estado que no describa ni espacio, ni tiempo, ni materia, ni energía. Nada. Pero aun así sería un estado, un estado posible de existencia. Esa es la clave. Estoy asumiendo, sin ningún derecho a hacerlo, pero asumiendo, que las leyes de la física, de algún modo, estuvieron ahí antes que el universo. Si no asumimos eso no podemos llegar a ningún lado”

Gracias Mario Bolo, por hacerme conocer esta cita.

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