La dialéctica del contraste.
Sólo muy de vez en cuando llega a la cartelera porteña una anomalía tan gratificante como Drive (2011), en esencia una suerte de neo film noir que toma prestada la imaginería visual de los convites de acción de la década del 80: a pesar del trailer, la campaña de marketing y hasta las referencias implícitas en el título, los que busquen una andanada interminable de persecuciones automovilísticas definitivamente saldrán defraudados de la sala debido a que estamos ante un modesto estudio de personajes que combina un antihéroe enigmático a la Clint Eastwood, la clásica estructura de “negocio sucio que se desmadra” y una bienvenida vuelta de tuerca hacia los relatos de venganza que recuerda al terror clase B de influjo gore.
La película continuamente superpone un lenguaje de opuestos por sobre una miscelánea específica de recursos formales: de hecho, un claro ejemplo de ello es la escena de créditos iniciales en la que una voz masculina distorsionada da paso a una femenina de rasgos etéreos (a partir de allí la banda sonora se queda en el “rango positivo” del espectro moral y deja a la fotografía y la trama la inclemencia prototípica del policial hardcore). La historia gira alrededor de un “conductor sin nombre” que trabaja de mecánico durante el día y de garante de “salidas rápidas” en atracos nocturnos. Como si esto no fuera suficiente, además se desempeña como doble de riesgo cinematográfico y practica para ser piloto de carreras.
Por supuesto que la inevitable complicación no se hace esperar y arriba por la senda de un amor taciturno y de corte platónico: en este caso es su vecina la que genera el conflicto casi sin saberlo ya que su marido está en la cárcel y debe cuidar a su pequeño hijo. Desde el mismo instante en el que el susodicho es liberado y por una “deuda de protección” pone en peligro a su propia familia, nuestro automovilista se ofrecerá a ayudarlo en una última incursión al servicio de la mafia de Los Ángeles y eventualmente demostrará ser bastante letal cuando la situación lo amerite. La pareja protagónica está interpretada con elegancia por Ryan Gosling y Carey Mulligan, ambos perfectos en sus respectivas caracterizaciones.
Ahora bien, el que realmente se roba la función es el director dinamarqués Nicolas Winding Refn, responsable de la excelente Bronson (2008) y de la “trilogía Pusher”: con una genial participación de Ron Perlman y alusiones al esteticismo meticuloso del primer John Woo y de la “nueva ola” del horror francés, el cineasta administra con sabiduría una dialéctica de los contrastes en la que las existencias paralelas y sus contextos heurísticos se interconectan a puro nihilismo y con consecuencias desastrosas para todos los involucrados. Las texturas ambient y las canciones de dream pop símil Cocteau Twins constituyen el complemento ideal para una fluidez narrativa ensoñada de corazón kitsch y una crudeza paradigmática…
Por Emiliano Fernández