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DOSSIER

El Artista versus Hugo

Francia mira a Hollywood. Hollywood mira a Francia. Como si cada cual anhelara el lugar del otro en la historia del cine. Michel Hazanavicius homenajea al cine en su transición del mudo al sonoro, situándose en la plena industria norteamericana, lejos de su patria cuyas producciones no contaban con las mismas comodidades ni recursos. Scorsese realiza lo que pareciera ser su obra más personal y rinde tributo a la artesanía de las producciones independientes francesas, puntualmente a Georges Mélies. Ambas, El Artista y Hugo, resultan ser las dos películas más nominadas para los próximos premios Oscar. Con diez y once nominaciones respectivamente, la próxima entrega de la Academia parece ser la de la cinefilia ¿Añoranza de tiempos mejores?.

Hay algo que no puede negársele a ninguna de las dos: brindan un viaje sorprendente y mágico que a más de un/a cinéfilo/a harán lagrimear. Hugo se vale de planos amplios, una puesta en escena barroca y nada menos que el 3D, El Artista, como buen filme mudo, nos encierra en primerísimos primeros planos tras un cuidado blanco y negro que, además de responder a una forma propia del cine que emula en el que se buscaba destacar los rostros de las grandes estrellas, nos clausura dentro de ese mundo que su artista se niega a abandonar.

George Valentin (Jean Dujardin) es la estrella más deseada y cotizada de la gran industria de los años ’20, galán de sonrisa amplia, héroe con gracia, es detrás un actor arrogante (aunque simpático) con leves aires de misoginia. Con la llegada del cine sonoro, su carrera comienza a decaer cuando se niega a formar parte del cambio, siendo reemplazado por la hasta entonces fanática y extra de sus películas, Penny Miller (Bérénice Bejo, actriz argentina que lleva trabajando en Francia hace varios años).

Descenso de un hombre, ascenso de una mujer, que en realidad no es más que un amor, una unión, un matrimonio inevitable: la del cine y la voz. Una comunión que trajera luchas inevitables; la llegada de la sonoridad al cine dejó a muchas grandes estrellas en el olvido y los músicos se vieron despedidos masivamente de las salas donde ejecutaban, pero a su vez abrió nuevos campos de experimentación y trabajo.

Mientras Hugo parece utilizar la historia del niño como excusa para hablarnos de la ilusión del cine, El Artista parece tomar la llegada del cine sonoro para hablarnos de este artista, que es muchos artistas; más que al cine quiere homenajear a los que no pudieron o rechazaron darle voz, expulsados del mismo medio que otrora los elevara en pedestales o relegados, en el mejor de los casos, a papeles secundarios, mínimos. El sonido irrumpe como una pesadilla para el protagonista, siendo ésta la única escena sonora del filme (en realidad no, digamos mejor la primera) para luego arrebatarnos de ese lugar hoy más familiar para nosotros, volviéndonos a la mudez de Valentin, aunque se efectúa un quiebre estético desde la iluminación y los planos que la lleva, por momentos, al estilo del cine melodramático. La película nos expulsa y nos aísla junto con su personaje principal, viéndonos representados por Uggie, su perrito, compañero inseparable y co-protagonista de sus películas, testigo inevitablemente mudo.

El cine está mirando al cine, nos está mirando como espectadores y nos obliga a ser parte del ejercicio. Replantea, resitúa el lugar de cada uno dentro o detrás de este hermoso arte. El cine se revisa, analiza, critica. El cine quizás sueña con volver a ser lo que fue.

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