Un plano abierto, grande, regala un paisaje montañoso, en un día perfecto. La cámara, luego, se acerca a dos sujetos. Ella modela, él toma fotos. Parece que recién se conocen, pero ella deposita en él la confianza necesaria como para haber aceptado posar ante la cámara sin siquiera saber quien es. Mientras el jóven toma una fotografía tras otra, la muchacha le confiesa algo personal. El sujeto se acerca, dejando de lado su rol de fotógrafo, la contiene un segundo y luego, como si nada, comienza a agredirla. Intenta ahorcarla, ella se resiste. Cuando él se detiene por un instante, ella ve la vastedad del lugar donde se encuentra y su sepulcral soledad. No hay nadie en rededor. Nadie la oirá gritar. Sabe que es su final.
Ese es el inicio de El asesino del juego de citas, debut detrás de cámaras de la también actriz Anna Kendrick y que tiene como principal atractivo representar un extraño y curioso acontecimiento ocurrido a finales de la década de los 70 en los Estados Unidos: una mujer, principal objeto de atención en un programa de citas, de esos donde debe elegir entre tres misteriosos concursantes masculinos, hace match con el que más se sintió atraída. Lo curioso del hecho es que ese sujeto, de nombre Rodney Alcalá, era en realidad, un salvaje y monstruoso asesino en serie, un depredador sexual incapaz de controlar sus instintos más profundos.
Con este atractivo planteo, Kendrick filma y retrata una Los Ángeles atravesada por la misoginia y el mal trato del género masculino hacia el femenino. Lo interesante, más allá de que el tema hoy en día esté quemado en cines y series, es cómo está filmado: la historia no sólo es sumamente ágil y no deja cabos sueltos o espacios muertos, además sorprende lo sobrio y sombrío que resulta de principio a fin, sin recurrir a sensiblerías y emociones forzadas que tanto gusta plasmar hoy en día. Es más, es un film parco, seco, sin vueltas ni excentricidades o pretensiones de terror elevado o cosas similares. Por el contrario, es una obra extrañamente clásica, precisa, compacta y sutil.
El personaje de Alcalá, que representa a ese monstruo institucional, de la misoginia sin control, es también el resultado de una época sumamente convulsionada y oscura, en donde los asesinos seriales abundaban escondidos en cada rincón de Norteamérica. Que su personaje sea fotógrafo, además, realza la simbólica sobre la forma en que la figura masculina puede ver, distorsionada, totalmente subjetiva, la realidad que lo rodea y en la que vive. Esa misma lente, subjetiva principalmente ante la figura femenina, volviéndola un mero objeto, se replica en las cámaras de TV que captan el Show al que la protagonista asistirá cuando el relato alcance su punto de ebullición. La exposición de la fémina, como centro, pero desde una posición incómoda, controlada, “guionada”, adquiere una tara específica y ayuda al juego de representación al que alude.
De esta forma, el contexto social de aquellos tiempos (los 70) se vuelve funcional al discurso que el film pretende expresar sobre la actualidad y no una mera excusa progresista de manual para contentar a un sector del público: ambas décadas, con sus luchas espejadas, aunque con distintos resultados, también son una incógnita para el espectador que se pregunta cuánto pudo o no haber cambiado el sistema en lapsos temporales tan lejanos.
Que la protagonista, al final, se encuentre con ese “monstruo” cara a cara, teniendo que, de alguna manera, hacerle frente, no solo remite a los hechos ocurridos, es, además, la manifestación del mal acechando en cada rincón, una materialización de los miedos subconscientes de la sociedad, principalmente femeninos y que encuentra su némesis en el valor que deben tomar algunas mujeres para enfrentarlo. Aún cuando el sistema no responda como corresponde y para ello deban, literalmente, sacrificarse en nombre de otras potenciales víctimas.
El film de Kendrick, paradójicamente, tiene mucho de aquello que habla, pero a los gritos, de forma grosera y subrayada, La sustancia, película del momento que, erróneamente, acapara la atención del espectador actual.
Una lástima, el film del que hablamos en este humilde pero noble texto, debería serlo.
(Estados Unidos, 2023)
Dirección: Anna Kendrick. Guion: Ian McDonald. Elenco: Anna Kendrick, Daniel Zovatto, Tony Hale, Nicolette Robinson. Producción: Roy Lee, J.D. Lifshitz, Raphael Margules, Vindhya Sagar, Miri Yoon. Duración: 95 minutos.