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CRÍTICAS

El Gran Deschave

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Dramaturgia: Armando Chulak y Sergio De Cecco. Dirección: Luciano Suardi. Iluminación: Matías Sendón. Vestuario: Gabriela Aurora Fernández. Escenografía: Graciela Galán. Música original: Carmen Baliero. Asistencia de dirección: Ana Calvo. Actúan: Eleonora Wexler, Alberto Ajaka, Graciela Pal, Marcelo Bucossi, Iván Moscher. Músicos: Miguel Alché, Juan Faisal y Martín Miguel López Grande. Prensa: TNC

Deschave es un sinónimo propio del lunfardo argentino que significa confesión, revelación, acusación o declaración. En este sentido un Gran Deschave es, siguiendo la etimología: una gran revelación.

Revelación que se hace carne en la escena una noche en la cual a una típica pareja de clase media de casados de la Argentina, se le rompe el televisor. Hecho -simbólico si lo habrá- que  los condena a no poder edulcorar sus tardes y noches con el candor de las historias de otros. Así, la pareja debe enfrentarse de manera violenta a su propia historia.


El Gran Deschave es un clásico del teatro argentino, estrenado por primera vez en 1975 de la mano de su creador: Sergio De Cecco, un periodista, actor y dramaturgo argentino identificado por formar parte de una corriente crítica del realismo orientada contra el autoritarismo, los sistemas conservadores y con la necesidad de introducir nuevos esquemas en la estructura dramática que pudiesen mostrar al hombre en su cotidianeidad, más específicamente, las vicisitudes del hombre medio.

En su nueva versión, dirigida por Luciano Suardi, se revelan claramente el realismo con sus transposiciones que nos llevan desde la leve ternura de la identificación hasta el humor negro y el desasosiego típicos de esta forma de teatro crítico y realista.

La historia de Susana y Jorge puede ser la historia de un vecino,  nuestros abuelos o inclusive nuestros padres. La obra nos lleva ambientalmente a la Argentina de los ochenta. Es destacable el  prolijo trabajo de vestuario de la mano de Gabriela Aurora Fernández y la introducción de una banda de rock tras el decorado. Este elemento aporta un toque moderno y original para acompañar de una manera bien lograda, los matices emocionales por los que irán atravesando los personajes de la obra.

Jorge (Alberto Ajaka) es un mecánico de barrio, bruto y desahuciado, dueño de un taller de chapa y pintura donde lo único que parece arreglarse es el fraude al que se ve sometido por su socio, quién a expensas de él crece económicamente.

Susana (Eleonora Wexler) es una mujer bella de origen pobre pero portadora de un acervo cultural que los años al lado de su marido y la entrega  a la vida de ama de casa parecen haber dejado en el olvido. De ese pasado artístico conserva como único objeto simbólico un piano -triste y desolado- que ocupa un sector del living y es testigo de las peleas violentas de la pareja.

La obra se refiere, en efecto, a una gran revelación: la pérdida de los sueños y del amor de una típica pareja de clase media argentina.

El decorado pop nos retrae por momentos a algunas películas de Almodóvar y resuena en mi mente, mientras espero el final conmocionante de la obra una frase de Todo Sobre mi Madre: “Las mujeres hacen cualquier cosa para no estar solas”.

A esta paradoja se enfrenta Susana, quién guiada por la ilusión fantástica de un pasado que nunca tuvo y un presente que no se materializará, prefiere vivir infeliz, tensa e irrealizada al lado de un hombre que la maltrata y engaña porque es todo lo que le queda en el mundo. Por otro lado, Jorge, carnal y desfachatado, teme encontrarse también con su fatal destino de no haber hecho jamás todo lo que se había propuesto en su popular juventud, entregado ahora a una vida de reclamos por  parte de la mujer que lo alejo de su vida alegre y de sus amigos.

Curiosamente, su pelea comienza de un modo típico, con acciones de una ya asumida mediocridad. La crítica del otro que se convierte ferozmente en el espejo donde ellos mismo se ven reflejados en su inutilidad y en el bloqueo de la individualidad que supuso decidir casarse años atrás. Las confesiones fuertes y desoladoras -que resuenan gracias a un trabajo increíble de los actores en un humor satírico pero efectivo-, junto a la paz solidaria de una Nona excelentemente interpretada por Graciela Pal, nos permiten vernos reflejados de una manera gratificante y cómica, en los aspectos más violentos, más biológicos con esos machos y hembras que habitan en todos nosotros.

La pareja habita hace años una casa que recuerda un poco a La caída de la casa Usher de Poe, donde se traza un paralelismo entre la psique de los personajes y la materialidad del hogar, destruyéndose a medida que los personajes van escarbando en sus miserias. Hasta terminar, ellos y las paredes rotas, ante un rock que reclama las lágrimas de una mujer y la violencia que solo puede despertarse entre una pareja de años de casados que se hunden cada segundo un poco más, ante sus miserias, hasta que la luz del televisor nuevamente los reencuentra, pobres de espíritu, pero acompañados.

Si el objetivo era reflejar la finalidad del autor, la mediocridad de la clase media argentina y la comodidad vacua a la que lleva la tradición, la obra de la mano de unos actores que se desnudan en escena de manera maravillosa ha logrado su objetivo: conmovernos, sacarnos sonrisas y replantearnos nuestra cotidianeidad.

Teatro: Nacional Cervantes. Libertad 815, Ciudad de Buenos Aires.

Funciones: Jueves, Viernes y Sábados a las 21 y los Domingos a las 20.30.

Entradas: $20 – $50 pesos (Jueves $40).

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