(Atención: el siguiente texto contiene spoilers. Leer a consciencia)
“Nomen omen” se dice en latín, lo que significa “El nombre presagia”. La utilización del nombre de los personajes para simbolizar no solo un destino sino también para organizar una puesta en escena es una de las formas más ricas de la creación dramática. Veamos diversos ejemplos. En Vértigo, de Hitchcock, como bien nos enseñara el maestro Faretta, los nombres de los personajes responden al llamado Ciclo Artúrico, del cual la película toma muchos elementos para su diseño. En La Casa de Bernarda Alba, el nombre de las hijas responde a una manera de ser y de sufrir, siendo Bernarda la mismísima oposición simbólica a su propio nombre, ya que ella es la noche. Por su parte Agatha Christie explica en su Autobigrafía que decidió ponerle a su célebre personaje el nombre de Hércules porque sería fuerte e imbatible, pero no por sus músculos, sino por su extrema inteligencia.
Cuando se trata de una adaptación, los guionistas y directores deben estar muy atentos a lo que los autores originales plantean con los nombres de sus personajes. Si estos se saben interpretar de manera correcta, los nombres dejarán de ser solo un comentario profético o irónico sobre la vida de esos seres para convertirse en una verdadera fuente de inspiración a la hora de crear el mundo visual del relato, es decir, su puesta en escena.
Analicemos el caso de un film reciente y exitoso: Bajo la Misma Estrella (The Fault in Our Stars), de Josh Boone. Decimos que exitoso porque esa misma característica lo ha dejado fuera del alcance analítico, siendo catalogado como otro producto adolescente del montón. Por el contrario, creemos que se trata de un film muy destacable. Agradecemos con sinceridad entonces a quién nos ha empujado a verlo. Estudiemos ahora cómo el director supo diseñar su puesta en escena a partir de los nombres de los personajes.
Ella se llama Hazel Grace Lancaster. Hazel significa Avellana, y Grace, Gracia. Lancaster es fuerte, o fortaleza, como lugar de protección. Esto tiene un doble significado: por un lado, el negativo irónico, Hazel está muriendo de cáncer, se está debilitando, su propio cuerpo no la protege. Por el otro, el positivo, Hazel es una guerrera, que soporta golpes y está en camino a convertirse en heroína.
Él se llama Augustus Waters y tiene nombre de honor, de venerable. Augustus bien intuye su propio nombre: se sabe lindo, se sabe brillante, se sabe deportista ganador, se sabe que su vida estaba hecha para dejar huella y ser recordada; una vida de trofeos, de hechos heroicos, de aventuras, como esas que tanto le gusta leer y jugar. Estaba hecho para caminar, pero el cáncer le comió una pierna y ahora va por el resto. Augustus cree que no pudo cumplir su propio destino. Aunque su vida si que tendrá un sentido heroico, pero no para el mundo, sino para una sola persona, que también es una manera de salvar al mundo entero.
Hazel, que es un árbol divino, tiene que crecer. Está atada al pasado. Al momento en que su enfermedad se declaró, donde se originó la culpa que siente por el dolor que le dejará a sus padres cuando muera. Este árbol necesita alimento. Necesita hidratarse. Necesita al señor Waters, quién con sus “aguas” subterráneas la ayudará a convertirse en quién debe ser. Por eso la llevará a Holanda, una ciudad construida, levantada, justamente sobre el agua.
La puesta en escena de la película está realizada sobre las dos posiciones de los personajes que marcan su tipo de relación. Él está abajo, ella está arriba, como el árbol y el agua que lo hace crecer. Enumeremos: el cuarto de él está en el sótano mientras el de ella está en la parte superior de la casa (anotemos que sus padres, para acceder al cuarto, deben subir unas escaleras). Cuando tengan relaciones sexuales, mantendrán estas mismas posiciones, lo mismo que cuando ella lea su discurso para el funeral, siendo observada por él desde abajo, desde su silla de ruedas. Tanto se marca sobre él lo subterráneo, que cuando viaja por primera vez en avión no puede dejar de sentirse fuera de su elemento. “¡Estoy volando, estamos volando!”, grita sorprendido. Augustus también tiene un destino elevado, pero para alcanzarlo deberá antes cumplir con su misión en la tierra: hacer crecer a su amada.
Que Hazel es un árbol en maduración no está marcado solo por su nombre. La puesta en escena del film está llena de árboles que marcan este símbolo del personaje. Desde la decoración del empapelado de su cuarto, hasta primeros planos continuos de troncos, como el momento en que vuelve del médico en el auto familiar. En este sentido uno de los elementos más brillantes está en la decoración del restaurant holandés, lleno de árboles iluminados. Este símbolo, como todo símbolo, tiene su lado diestro y siniestro. El árbol iluminado, lleno de Gracia, es Hazel en pleno crecimiento. Pero también es el interior de Augustus que, como él mismo dice, es un Árbol de Navidad, cruel metáfora de la metástasis que sufre en secreto.
Augustus y su amor vinieron para hacer crecer a Hazel. Para que enfrente su pasado, para que venda su hamaca de niña, para hacerle el amor y para darle un beso. Hazel debe escalar, debe ascender. Por eso mismo las tantas escaleras que la esperan en el museo de Ana Frank, la prueba material de su propio camino. Allí, en lo alto, podrá reconocer el amor hacia su hombre, solo luego de haber renunciado a las ilusiones que tenía depositadas en un libro de ficción, falsa esperanza de trascendencia. Ese el centro del conflicto de Hazel: debe dejar de creer en la trascendencia a partir de un artificio humano y aceptar que la única posibilidad de acceso a ella está en el amor verdadero, aquel que se sacrifica, que da y que no pide, que se elige y hiere, que aparece y no debería ser negado a fin de lograr la salvación, como la Gracia misma.
La noche en que Augustus le declara su amor a Hazel, en medio de una charla donde ella plantea sus dudas sobre la existencia después de la muerte y él afirma su creencia en el otro mundo, beben un champagne que, según dicen, tiene el sabor de las estrellas. A partir de que Hazel acepta el amor que él le ofrece, Augustus ya está listo para partir, se prepara para su ascenso, que será dramático y violento. Hazel, cuando ya esté afirmada en la tierra, mirará al cielo para hablar con su amor, quién ahora la observa desde arriba, desde la noche estrellada. Hazel se ha convertido en mujer, está lista para enfrentarse a la vida y al reencuentro. A nosotros solo nos queda emocionarnos por ella. Y desear que en algún momento, en algún entremedio de tanto infinito, también tengamos la gracia de conocer cuál es el gusto de las estrellas.
Por Diego Ezequiel Avalos