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CRÍTICAS - CINE

El Ojo del Tiburón

El Ojo del Tiburón (Argentina, 2012)

Dirección y Guión: Alejo Hoijman. Producción: Gema Juárez Allen. Distribuidora: Independiente. Duración: 93 minutos.

Hacia rutas salvajes.

Maicol y Bryan son dos amigos que viven en Greytown, un pueblo del caribe nicaragüense, aislado del resto del país por una densa selva y un mar. Alejo Hoijman y su cámara vienen a ubicarse en el punto de intersección entre el ocaso de la infancia y la iniciación de la vida adulta de estos personajes que deben aprender el oficio de sus respectivos padres, pescadores de tiburones. El cineasta registra cada acontecimiento con la misma libertad con la que los amigos deambulan por la selva, abriéndose paso con sus machetes en busca de las ramas perfectas para construir sus gomeras, mientras tratan de imitar los sonidos de los animales que habitan en ella.

Lo que comienza como un documental de observación -que despliega una cadencia determinada de la vida cotidiana, con momentos en tiempo real y caracterizado por la no intervención del director- se transforma lentamente en algo más. Lo que separa a este de otros documentales de esta categoría, en los que lo que se contempla se mira de lejos, es que aquí no estamos solamente observando las acciones de los personajes o los paisajes de San Juan del Norte, sino que formamos parte de todo. Ocupamos el puesto de un observador ideal abriéndonos paso en esa inmensa densidad verde, evitando las culebras, jugando a ser exploradores que descubren huellas de leopardo, durmiendo en un bote a oscuras en la primera salida de los adolescentes a pescar tiburones en el mar. La cámara acompaña absolutamente todos y cada uno de los pequeños momentos que hacen de este un documental puramente sensorial. Estamos ante una cámara que se sumerge en el agua -en un plano de corte experimental- y filma escenas nocturnas casi en oscuridad total, que adopta el ritmo del espacio que registra: se mueve con las olas cuando está en el bote y en mano durante las caminatas en la selva. Una cámara que capta en un solo plano la sensación de estar en medio de la jungla y afinar el oído, de cerrar los ojos y sentir la presencia de cada ser vivo que se encuentra a nuestro alrededor.

Así como ninguna presencia pasa inadvertida, tampoco la del director con su cámara para los personajes. Pero esto, lejos de generar incomodidad o provocar una pose, es una fuente de complicidad y confianza, un ida y vuelta permanente con el director. Esta interacción se da través de miradas a cámara o de sonrisas, ya sea cuando los personajes miran una de las escenas filmadas para el documental en una Mac o cuando hablan sobre cuál será el final de la película. Todo esto da como resultado una convivencia armónica entre todos los elementos de la obra, entre ellos la naturaleza, que funciona como una protagonista más.

“¿A dónde vamos Maicol?”, pregunta Bryan. Y su respuesta es: “Al infinito y más allá”. Con esa frase, Hoijman nos invita a percatarnos de la musicalidad de la naturaleza, a oler e imaginar, en un viaje sensorial de infinitas posibilidades.

Por Elena Marina D’Aquila

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