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CRÍTICAS - CINE

El Origen, según Laura Dariomerlo

¡Maldito, maldito, maldito, maldito Nolan! 

Ver El Origen es ponerse frente a una palangana llena del líquido fétido de nuestra propia mediocridad y que la enorme mano de la genialidad de Christopher nos aplaste la cara dentro.

A penas se apagaron las luces me entró una especie de corriente eléctrica por el cuello que me aceleró la respiración,  me hizo temblar las piernas, me nubló ligeramente el ojo izquierdo y  me duró hasta que terminó la película.

Para una mujer como yo, esclavizada por la mente,  protagonista errante y fiel de espantosas pesadillas, cada fotograma de la película representa febrilmente la idea del infierno, de la muerte y de la locura, pero también la belleza infinita y divina del poder que tiene la capacidad creativa de la imaginación humana.

Siempre pensé que el cine era la forma de arte que mas se acercaba a reproducir la imagen del pensamiento.  Pero estar frente a un film que es literalmente un sueño, que logra asumir las proporciones formales y emocionales de un sueño, es poco menos que milagroso.

Claro que se nutre de muchas fuentes, pero los sueños también se alimentan de elementos de la realidad, de nociones preexistentes, de deseos, de errores y de temores.  ¡Si, La Matrix anda por ahí, también La Celda, algo de Afterlife, un poco de La Divina Comedia,  Alicia en el país de las Maravillas, algunos mitos griegos y,  si me pongo del bonete, hasta El Vengador del Futuro! Pero el refinamiento de la combinación de las influencias con los elementos originales, el tono dramático, los efectos especiales, la elección de casting y, porqué no,  la confianza rotunda en toda la imagineria cultural, el consumo de cháchara new age y el acercamiento al psicoanálisis  del espectador, se convierte en una especie de coctel inflamable y glorioso.

La noción reforzada de la mente” todopoderosa” que occidente abraza de manera excesiva, las emociones como reguladoras del subconsciente,  el valor de la “idea” como el origen de todas las cosas como una especie de espejismo de lo divino.

Me pregunto qué pensaría Borges si viera la película de Nolan, viendo los laberintos y las escaleras infinitas, contemplando espejos, cayendo en un sueño adentro de otro sueño, adentro de otro sueño… Disfrutando la paradoja de que la arquitecta de todo eso sea nada menos que “Ariadna”. Creo que la cosa borgiana también anda dando vueltas por aquí, dejándonos a todos chochos chochos.

Hay que ver esta película, hay que sentarse y tragársela porque es poesía cinematográfica contemporánea y el que diga lo contrario que se vaya al carajo.

Por mi parte, voy a tratar de irme a dormir y no pensar en que, tal vez, hoy estuve en frente de lo que puede ser la representación más cercana del temido sueño eterno. El agujero que jamás termina…

¡Salud amigos y, despierten si pueden!

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