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CRÍTICAS - SERIES

El régimen (The Regime)

El Regimen

LAS LOCURAS DE LA EMPERADORA

La parodia política ha atravesado a lo largo del tiempo diversas formas que ilustraron de modo personalísimo y a piacere del autor de turno los intrincados vericuetos del poder.

“Las ideologías no han muerto, simplemente se fueron de parranda” podría decirse de los intentos de focalizar en lo que busca retratar El régimen, la nueva serie de HBO protagonizada por Kate Winslet. La frase, que a la vez podría convertirse en un nuevo lema sociopolítico, en cambio pareciera ilustrar la intensa búsqueda que lleva al creador y a los guionistas a intercalar géneros, y resulta en un acercamiento a la confusión. 

En su interés por establecer una idea sustentable, el envío se mueve por tantos caminos diferentes que le cuesta definir, al menos en los primeros capítulos, un orden estratégico. Tal vez la propuesta se mimetiza demasiado profundamente con lo que intenta contar; todo eso considerando también los arrebatos emocionales del personaje que interpreta muy bien Winslet, quien nunca decepciona.

La sanidad mental no parece ser para nada el detalle que rige la historia que se cuenta. A la mitad de la temporada es muy raro que el espectador no se sienta identificado, ya sea por conocimiento histórico o por cercanía vivencial, en todo o en parte, con la construcción de la iconografía del líder que todo lo puede y con el relato que, con pequeños altibajos, procura generar amplificación en el avance narrativo interno. 

El perturbado personaje que lleva las riendas de la serie es acompañado de figuras contrapuestas en algunos casos y en otros que hacen las veces de soporte a sus locuras des(medidas). La todopoderosa emperadora, dueña de todo y de todos en el ficticio país europeo creado para la ocasión, da rienda suelta a sus intensos caprichos, motivados la mayoría de las veces por una intensa paranoia y, en otras, por una hipocondría que sonrojaría al mismísimo Woody Allen. 

Así los primeros capítulos van de un lado a otro, a medio camino entre Get Smart (la inigualable parodia de agentes secretos en el marco de la guerra fría creada por Mel Brooks y Buck Henry) y el célebre Dr. Strangelove de Stanley Kubrick con el más grande de todos, Peter Sellers, matizado ligeramente con pizcas de una noticia cualquiera relacionada con un gobierno a elección del consumidor. Y un poquito de El dictador de Sacha Baron Cohen para cerrar la cocción. 

Los intereses categorizados por ideología o por estrategia geopolítica se mueven de manera arbitraria (casi como en la realidad) y todo aquello que podemos llegar a  suponer —pero jamás comprobaremos— va desde las manías y los desbordes de los personajes a la construcción de una identidad de pertenencia nacionalista cuyo fin principal es sacudir la modorra de la gente (del pueblo o de los súbditos, según quién hable y quién los defina) e invitarla a sentirse parte de algo. De lo que sea. 

Mientras tanto, se ejecuta la partitura que presenta el contexto, que además muestra el tira y afloja en la puja de intereses internacionales. El teatro de la supuesta realidad alberga la representación simbólica con los diferentes ejecutantes a cargo y, en ese imaginario, la serie gana, aun en sus limitantes clichés (¿son en verdad clichés?) intelectuales. 

Resta ver si en el resto de las entregas, de cara al final, encuentra el camino que aclare el panorama o si revela el truco en el caso de que, como supongo, la idea hubiese sido habilitar una distracción para sorprender con el as en la manga.

(Reino Unido, Estados Unidos, 2024)

Creación: Will Tracy. Dirección: Stephen Frears, Jessica Hobbs. Elenco: Kate Winslet, Matthias Schoenaerts, Guillaume Gallienne, Danny Webb, Martha Plimpton, Hugh Grant.






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