SALVANDO LAS DISTANCIAS
Si hablamos de realizadores políticos o particularmente coyunturales, es poco probable que Martín Rejtman sea el primero que nos venga a la cabeza. Sin embargo los indicios están diseminados por toda su obra, inmersos entre enredos y situaciones absurdas: desde las motos robadas de Rapado, pasando por la asamblea de las trabajadoras precarizadas de Brite en Silvia Prieto hasta el taxista que vende su fuente de trabajo para invertir en un negocio sin futuro. Puntuaciones que -sin interrumpir esa mezcla de humor y melancolía que imbuye su cine- dejaban entrever un fuera de campo poco esperanzador: el de un país con perspectivas cada vez más hostiles para los adolescentes y jóvenes adultos que lo habitan.
El repartidor está en camino se ancla el relato en un tiempo y espacio extremadamente precisos: primero, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en el año 2021; luego, la Caracas de 2022. Son años signados por la lenta salida de la pandemia de coronavirus, y enteramente comprometidos por ella. Sólo un tipo de empleo parece estar en constante ebullición: el del repartidor a domicilio -muchas veces venezolano- empleado de una multinacional (Pedidos Ya, Rappi, Glovo). Durante la noche, las calles desiertas se llenan de jóvenes sobre dos ruedas -bicicleta o moto– para alcanzarle el pedido a la seguridad del hogar ajeno. Resulta tentador ver, en aquellos jóvenes, un eco remoto de Rapado: la moto, ese ícono otrora varonil, esa invitación a la aventura y la evasión, se convierte aquí en una forma de subsistencia.
Al igual que La práctica (la otra película que Rejtman estrenó este año), El repartidor está en camino es una película sobre la extranjería. Es, también, su inversión: si el profesor de yoga que compone Esteban Bigliardi en La práctica soportaba a su madre (Mirta Busnelli) presionándolo para dejar su vida en Chile y regresar a la Argentina, en El repartidor está en camino son aquellos jóvenes venezolanos -muchos de ellos, apenas salidos de la adolescencia- los que se comunican vía audios de whatsapp con sus familias, que todavía atesoran los objetos del hijo.
Esta nueva etapa de efervescencia rejtmaniana (al momento de escribir estas palabras, La práctica continúa en cartel y el reestreno de Silvia Prieto puede verse en el cine Gaumont) invita, más que a la comparación, a apreciar su capacidad para resignificar algunas de sus imágenes. A las motos perdidas y encontradas, se suma la asamblea de trabajadores precarizados de una de las primeras escenas de El repartidor está en camino: si Valeria Bertuccelli y Rosario Bléfari hubieran tenido veinte años ahora, ¿estarían arriba de una moto en vez de repartiendo muestras de Brite en las esquinas?
Quizás el elemento que se resignifica de manera más evidente en esta nueva película de Martín Rejtman sea uno de los más característicos: la distancia. Aquella que mantiene con el sujeto filmado –fundamental a la hora de generar comicidad- y que, en tiempos de pandemia, se convierte en obligación. “Nos cuidamos entre todos – mantenga la distancia” reza el cartel de un negocio a medio cerrar, en la fascinante secuencia que narra el fin del día en el Abasto Shopping.
Esa distancia a los sujetos filmados, que los engloba siempre dentro de un área de trabajo llena de líneas rectas, nos permite abstraernos y ver a los trabajadores como engranajes de una máquina que no se detiene nunca. Un eterno recorrido hacia delante que Rejtman filma siempre de perfil hasta que, finalmente, se escinde de la figura del repartidor y -en una sucesión de travellings a lo largo de los suburbios de Caracas- nos transporta hacia un barrio marginal. Allí -al igual que en aquella Buenos Aires donde tal vez emigren-, los niños practican taekwondo. Disciplina, resistencia, fuerza: atributos para una juventud que será, aunque la amabilidad de la mirada de Rejtman nos haga más digerible verla, exiliada y dura.
(Argentina, Portugal, Venezuela, 2024)
Dirección: Martín Rejtman. Duración: 82 minutos.
