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Cosas que prometí no decir | Elogio de la obra menor

Cosas que prometí no decir | Elogio de la obra menor

En todo autor -literario, pictórico, poético, fílmico- pero también en las más diversas esferas del hacer y del producir existen las obras menores. Éstas que pueden ser tanto fallidas, como decididamente laterales, que a veces no pasan de una mera repetición, una nota al pie, alcanzan sin embargo particularidades muy propias. Todo autor cuanto más cerca está o decididamente habita en el genio, puede correr el riesgo de volverse impenetrable.  Y qué es genio sino aquel donde en su obra el azar tiende a cero. Por lo tanto esta rotunda solidez, al igual que la cabeza de Minerva surgida entera, con casco y armadura, de la cabeza de su padre Zeus, puede impedirnos el conocer los pasos, el método, el camino seguido para arribar a su meta.

Pero por fortuna existe la obra menor y allí es como si pudiéramos agarrar al genio distraído, durmiendo
la siesta o como si sorprendiéramos la cocción de un manjar a medio hacer. Allí sí pueden medirse, reconocerse cada uno de sus ingredientes.

Tal vez existe algo en el propio genio que lo lleva a detenerse, a tascar el freno, para dar la oportunidad de llegar a su centro de producción. Si la obra es un “edificium”, tal su sentido etimológico, es tan necesario el mínimo recoveco como los exiguos pasillos pero que comunican con las habitaciones más amplias. Son los nexos, las costuras, imprescindibles para el llegar al corazón de la trama.

Si John Carpenter fuera siempre, digamos, el de El príncipe de las tinieblas se estaría en dificultades de entrar en su casa mental. Es un film tan denso como un palimpsesto (por eso en los títulos el autor avisa de la sobre-escritura de su texto mediante tal figura); es tan abigarrado y por momentos tan vertiginoso, como los “taquiones” que un físico menciona allí. Y sobre todo –quintaescencia del cine- con esa displicencia, ese non chalance de quien es tan extremadamente sofisticado que puede moverse por la selva selvaggia de la cultura alzándose de hombros. Si todo fuera así, o En la boca del miedo o Halloween o…, dejaría afuera, aún al más avezado de sus conocedores. Por fortuna existen Starman o Rescate en el Barrio Chino y ahí quien no posee la necesaria rapidez, puede ponerse a la par de tamaño maratonista.

Eso sí, muchos a los que se les permite ponerse a una velocidad similar a la del genio mediante tales obras menores son luego, y por lo general, ingratos sostenedores de que aquellas fueron errores, torpezas, cuando son dones caritativos de las figuras planetarias a sus sedientos satélites.

 

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

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