Por estos días un tanto agitados de la semana que se
extingue (y hace bien), una pregunta anduvo flotando como burbuja en la cabeza
de más de uno. Es que hemos estado medio bombardeados desde todos los flancos
por la tv, que se ha hecho eco de una cuestión bastante llamativa: el famoso
sketch de “La Nena” de Francella y la
denuncia por su supuesta “naturalización” de la pedofilia. Una organización llamada Red de Contención contra la violencia de Género, habría denunciado
al ciclo arguyendo tales cuestionamientos.
Estuve chusmeteando canales
de aire y me encontré con sendos debates sobre el tema que iban desde la
estupidez flagrante, hasta la alta
discusión y el sano intercambio intelectual. Entre todo ese parloteo, en su mayoría
y salvo raras excepciones inconducente, la pregunta que parecía subyacer era:
¿qué se puede contar? Es decir parecía que, desde algunos lugares, todavía
pervive la idea de que hay un límite para lo que se puede decir, hacer, contar,
ridiculizar o reproducir dentro de un discurso artístico, sea cual fuere su
naturaleza.
Dejemos algo bien en claro:
DETESTO EL SKECTH DE FRANCELLA. Me parece tan pedorro que me dan ganas de
llorar. Es machista en grado superlativo y vergonzantemente misógino. No me
causa gracia, me causa bronca y hasta cierto grado de repulsión. Creo que soy
capaz de depilarme con un abrelatas, si me sorprendo riendo de semejante
burrada, pero JAMÁS se me ocurriría que hay que prohibirle el aire o denunciarlo
y, menos que menos, censurarlo. Y no
puedo más que sentirme desasosegada, al ver que hay más de una mujer
encolumnada detrás de semejante zapallada, cuando la causa de la violencia de
género, el machismo y la misoginia secular, son asuntos tan dolorosamente
serios y flagelos de realidad cotidiana, que necesitan un tratamiento compuesto,
comprometido y, sobre todo, inteligente.
No voy a ponerme a explicar
o a desmembrar el sketch, porque sería tan bobo como dar la receta de una
ensalada mixta. No resiste el más mínimo análisis. Pero creo que es de una falta de visión
alarmante, creerse con el derecho moral y real de censurar a un escritor. Este
es un país donde, más que nunca, impera la libertad de expresión y eso es algo
sobre lo que jamás debemos permitir que se den pasos hacia atrás. Somos libres,
podemos y DEBEMOS expresarnos en consecuencia. La libertad de expresión es la
única en un estado de derecho que no requiere moderación alguna. Por supuesto, hay que estar dispuesto a pagar
el precio que esto conlleva, la libertad
y su ejercicio jamás son gratuitos, y si andamos por la vida con la sensación
de que sí, estamos siendo algo así como sacrílegos. Pero eso ya es harina de
otro costal…
Soy mujer. Soy mujer en un
mundo en el que, la generación anterior, pagó precios muy altos por dejarme el
camino libre para que yo hiciera y dijera lo que me viene en real gana. Tengo
un respeto superlativo por ella. Soy
libre y, desde mi libertad, sigo peleando con todo lo que tengo contra
cualquier forma que adopte la violencia de género. Pero, una vez dicho esto,
tengo que afirmar que, ninguna noción, ninguna absolutamente, se yergue por
encima de la noción de libertad.
El artista puede hacer lo
que quiera con su obra. No hay tema que no pueda tocarse, ni idea que esté
vedada. No hay asunto sobre el cual no
pueda hacerse humor. No hay estupidez sobre la cual no pueda construirse una
tragedia. Imaginen un mundo sin el
calibre de historias como Lolita,
Belleza Americana, Taxi Driver, El Amor
y la Furia, Pretty Baby, Lo que el Viento se Llevó, ¿Quién le teme a Virginia
Woolf?, Casa de Muñecas o Mujeres Asesinas.
Me escandaliza pensar que una organización como La Red de contención contra la violencia de Género, hubiera podido
prohibir una exhibición, digamos de
alguien como Robert Mapplethorpe en el pasado, esgrimiendo argumentos tan
alejados del beneficio de la causa. Me
asusta profundamente este acto de imbecilidad,
esta declaración pública de estupidez y superficialidad.
No se puede ejercer poder de
policía sobre lo que hace un artista. Esos tiempos ya pasaron gracias a Dios y
a los muertos que pagaron por nosotros.
En un mundo perfecto, los
tipos de sesenta como “Don Arturo” no se calentarían hasta irse en baba con
pendejas de diecisiete, y verían a sus esposas como las compañeras de vida,
mujeres completas y sensuales que son. En un mundo perfecto, la televisión no
sería la plasta enervante que es por estos días, los programas de chimentos
difamatorios y promotores de la imbecilidad colectiva no tendrían lugar en la
grilla, el tamaño del culo de las mujeres sería irrelevante, no se pagaría por
sexo ni se trataría con personas, y las tijeras se les escaparían de las manos
a los conductores de ciclos violentos y empobrecedores. En un mundo perfecto,
nadie se reiría de las pelotudeces de Francella, el historial de misoginia y
cosificación de la mujer en el humor se habría dado por tierra y las mujeres
ejerceríamos nuestra sexualidad con total y absoluta naturalidad sin ser
estigmatizadas por ello. En un mundo
perfecto, la relación entre los géneros sería de igual a igual. En un mundo
perfecto las mujeres percibiríamos los mismos salarios que los hombres.
En un mundo perfecto no
habría necesidad de música, de cine, de tv, de teatro, de pintura, de
escultura, de literatura, ni de humor…