Excalibur
Libro y letras: Pepe Cibrián Campoy. Música Original: Ángel Mahler Diseño de Escenografía: Carlos López Cifani. Diseño de Vestuario: Pepe Cibrián Campoy y Cristian Bernardini Diseño de Sonido: Osvaldo Mahler. Arreglos corales y Dirección: Damián Mahler. Diseño de Luces: Pepe Cibrián y Tito Romero. Coreografía: Rubén Cuello. Producción General: Compañía Argentina de Sueños S.A . Elenco: Juan Rodó, Emilio Yapor, Candela Cibrián, Luna Pérez Lening, Diana Amarilla, Hernán Kuttel, Leonel Fransezze, Pablo Rodríguez, Mauro Murcia. Prensa: Patricia Brañeiro
Excelente comedia musical de Pepito Cibrián y Angel Mahler que viene con la idea de quedarse en cartel por mucho tiempo y estar a la altura de la famosísima puesta de Drácula, que tanta buena fama supo tener hace 20 años y obtuvo con su última reposición el año pasado.
En este caso tenemos una historia medieval: las hazañas del joven Arturo para alcanzar a Excalibur – aquella espada que sólo el verdadero rey podrá sacar de las rocas- y reclamar su reino. Pero esto no será fácil, las fuerzas del mal encabezadas por Morgana (Candela Cibrián) quien supo ser la dulce y buena Mina en Drácula aquí es “la peor de todas”, inescrupulosa y lujuriosa cortará cuanta cabeza se cruce en su camino y desarrollará un personaje exquisito a través de su baile y canto que por momentos se vuelve un poco sexy con su vestuario ajustado y mostrando el ombligo. Como contrapartida a la más mala tenemos al más bueno que en este caso no se trata de un viejo de lentes y pelo blanco fuente de pura sabiduría, sino de un Merlín interpretado por el magnífico Juan Rodó, fetiche de Cibrián y Mahler que supo interpretar a Drácula y ahora nos trae algo totalmente diferente. Un Merlín mucho más joven, enérgico y burlón que por momentos parece bordear la locura a lo Jack Sparrow (Johnny Deep en Piratas del Caribe) por lo que bien ha sabido salir del lugar serio de sus papeles anteriores y – sin dejar de lado el canto- pudo poner a la altura de este al actor que lleva dentro. De su voz qué más podemos decir con lo reconocido que se ha vuelto a lo largo de los años, sólo basta con poner su nombre en el buscador de internet y buscarlo interpretar algún tema para emocionarnos y querer ir al teatro a escucharlo una vez más.
Pero también tenemos otros excelentes cantantes y actores, como la joven pareja de enamorados. Guenevier (Luna Pérez Lening) con una voz mágica fue quien desempeñó el papel de Lucy en Drácula (2011). No podemos dejar de emocionarnos cuando le canta a su Arturo una canción para que este empiece a usar su imaginación. Arturo, interpretado por Emilio Yapor, será casi la voz principal, por eso lo escucharemos cantando a dúo con su joven pareja o con, ahora sí la voz principal, el mismísimo Merlín.
Todas las interpretaciones son para destacar, no quisiera olvidarme de quien hace de Laria (Diana Amarilla), madre del medio hermano de Arturo, quien también se ha llevado una gran cantidad de aplausos.
Tenemos una obra como las que suele ofrecer la dupla Cibrián – Mahler en donde se ve que detrás de muchas horas de ensayo hay escuela. Todas las coreografías son perfectas evidenciando el arduo trabajo realizado. La música, especialmente compuesta para la obra, nos transmite distintas emociones según la circunstancia con las letras acordes y, por supuesto, en nuestra lengua (eso es lo que más agradecemos: una historia narrada a través del canto, de nivel, mostrando lo bella que puede ser nuestra lengua).
Además esta obra cuenta con una magistral escenografía y hermoso vestuario a los que estas producciones nos tienen acostumbrados pero, tal vez, superándose, un poquito más. Sin embargo, la novedad que se suma en esta nueva producción son efectos especiales tales como apariciones y desapariciones sobre el escenario, cosas que se elevan , burbujas que nos invaden.
Todo un plus que no hacía falta para catalogar a esta obra con la excelencia merecida pero que se agradece un nuevo esfuerzo de estos dos monstruos de la comedia musical, los ya hermanados Cibrián – Mahler.
Por Marianela Maidana
El Espectáculo en Primer Lugar
Desde Drácula, el Musical hasta Excalibur hay un factor del que se habla muy poco cuando se habla de los musicales de Pepe Cibrián Campoy y Ángel Mahler: el riesgo.
Y no estamos hablando de riesgo económico, que cualquier producción teatral, ya sea del off, oficial o comercial tienen, sino de la aventura de montar un espectáculo inmenso buscando nuevos desafíos artísticos, visuales, dramatúrgicos, en vez de pisar sobre seguro, y buscar el éxito de taquilla fácil.
En primer lugar, a Cibrian no le interesan los nombres y figuras que provienen del círculo artístico nacional, sino que apuesta por la juventud que sale de su propia escuela de comedia musical. De esta forma, confía que el único nombre que le puede asegurar el éxito de su puesta sea el suyo, el de Mahler y de Juan Rodó. Y seamos honestos, ambos salieron de su propio vientre. Se abrieron camino independientemente pero volvieron a sus fuentes. Y así, todos los artistas que protagonizan sus obras, son descubrimientos suyos. El talento de estos artistas es innato. A medida que avanzan en las obras que protagonizan ganan confianza en ellos mismos, y el segundo papel sale mucho mejor que el primero. Es una plataforma de despegue, pero también genera fidelidad con Cibrián Campoy.
Segundo, con la trayectoria y reconocimiento que se ganó nacional e internacionalmente, bien podría haberse encargado de las puestas nacionales de traer musicales internacionales como El Fantasma de la Ópera o Los Miserables, e incluso haberlo hecho mucho mejor de lo que lo hicieron los artistas que se llevaron las puestas al Ópera. Pero en cambio, sigue apostando por productos originales, que no solamente están a la misma altura de aquellos, sino que además los superan en varios aspectos y tienen ideas más ingeniosas en varios sentidos.
Hay diversas formas de ver Excalibur. Por un lado está el libro y por otro, la puesta. Si bien, es cierto que la historia tarda un poco en comenzar, y se empieza a agotar tras el momento en que Merlín rescata a Guenevier y Arturo de Morgana, se renueva con la aparición de Laria y Golbar. A partir de ese momento y hasta llegar al fin del primer acto, el relato recobra interés hasta un espectacular número, en donde el factor sorpresa toma protagonismo. El segundo acto, por otro lado, con momentos más o menos inspirados (siempre desde lo narrativo) es más fluido.
Sin embargo, esta vez (y a diferencia de Drácula), lo que realmente es para destacar de esta puesta del director es la puesta, que está basada en el poder de la magia y el exceso. Números musicales donde intervienen trucos que parecen inspirados de un show de Siegfried y Roy, con acrobacias y un despliegue artístico, donde se incluye un diseño de vestuario y maquillaje que nada tiene que envidiarle al Cirque Du Soleil. Y un poco por ahí viene la mano. La coherencia visual del show está influida por la cultura circense, y de ahí los colores que tiene la obra. En vez de contar la típica historia del rey Arturo y la Espada en la piedra (olvídense del reinado de Arturo en sí, Lancelot y los caballeros de la mesa redonda) con una mirada gótica y medieval (que sí tenía El Jorobado o Drácula), Excalibur toma elementos de la Commedia Dell Arte, el teatro de máscaras y el clown. La figura de Arlequín se repite tanto en los personajes de Morgana, una seductora bruja guasonesca como en Merlín y su alocada actitud bufonesca.
El resultado es chocante al principio, pero hay que admitir que en la gracia, cuerpo y voz de Juan Rodó, el personaje va adquiriendo forma, color, poder. Además, Cibrian permite que el actor se destaque, muestre otra cara, otra arista diferente a lo que está acostumbrado el espectador, y si esto fuera poco, le agrega interacción con el público. Excepto por Cats y Hair, hay pocos musicales de esta envergadura, donde el protagonista se mezcle con la audiencia. Otro riesgo que funciona bien. Y si a esto le sumamos el aporte de efectos visuales, ya sea desde afuera o adentro del escenario, la apuesta cobra el doble de relevancia.
El creador de toda esta maravilla, le agrega a cada personaje y actor una arista infantil y humorística que contrasta con la oscuridad de las escenas. Reitero, al principio puede llegar a impactar, pero finalmente a la hora de la reflexión se trata de un riesgo admisible y coherente.
Desde lo visual hay innumerables factores destacables: el vestuario y maquillaje contrasta y es colorido. Existen por lo menos tres criterios diferentes, que traspasan la verosimilitud del medioevo: uno barroco, otro cercano al circense y el tercero (los bailarines de Morgana) con una imagen punk retrofuturista similar a los de una película de Mad Max. Lo que al público más conservador puede ser que no guste, a mí me pareció una forma de librarse de convenciones. Al fin y al cabo, si en este cuento de hadas, las espadas vuelan, porque no pueden convivir diferentes épocas.
A esa magia apuesta Pepe Cibrian con Excalibur. Librarse de las expectativas y dejarse sorprender por el riesgo y lo novedoso. Aún así, el director mantiene su ideología, sus creencias básicas: la lucha por el amor verdadero, el camino del héroe que debe atravesarse con esfuerzo, la amistad, la confianza. Valores básicos. La identidad. Conocer la fuerza interior de cada uno. La defensa de la personalidad de uno. Esto lo mantiene no solamente en los musicales de gran producción como este, sino también en las producciones relativamente más chicas e independientes como La Importancia de Llamarse Wilde o (por lo que se puede ir leyendo de antemano) en Marica, próxima a estrenarse en Marzo en el Teatro El Cubo, un unipersonal donde el director se pone en la piel de Federico García Lorca.
La música de Ángel Mahler es realmente imponente, contagiosa, movilizante. Alterna entre lo lírico clásico con lo tecno acústico, transformando Excalibur en una ópera rock más que en un musical linealmente conservador. Esto está acompañado por canciones que fortalecen el sentido del texto, y las voces del los intérpretes que llegan a alturas impensadas, teniendo en cuenta el cuerpo de los actores. Obviamente destacar a Juan Rodó sería redundante, pero son nuevamente Luna Pérez Lening y Candela Cibrian, ambas muy jóvenes que asombran, no solamente por el timbre y potencia de sus voces, sino por la gracia y delicadeza con la que combinan la destreza vocal con energía escénica, destacándose en todas las escenas en las que aparecen. Ya más experimentadas y seguras en el escenario tras la experiencia de Drácula, Candela y Luna tienen momentos muy destacados. La primera cuando debe embrujar a toda la corte, sus movimientos serpenteantes, el siniestro juego de miradas y los diferentes niveles vocales que maneja, sumado a una actuación que bordea lo grotesco, pero le juega a favor del personaje. ¿Acaso los villanos más grotescos no son los que terminan pasando a la historia? Fijémonos sino en El Guasón de Batman o Hannibal Lecter por tirar dos ejemplos cinematográficos. Acá sucede algo similar. No por ser grotesco, termina siendo menos atractivo. Pasa todo lo contrario. Por otro lado, en el rol de princesa, Perez Lening se destaca por su fragilidad y ternura que transmite desde el escenario, lo cuál la vuelve el personaje con mayor empatía con el espectador, al igual que sucede con el Arturo de Emilio Yapor, que no es más que un adolescente tímido e inseguro que debe encontrar su camino y madurar. Lo de Yapor también es destacable, especialmente porque se trata de su primer protagónico y la mayor parte del relato cae cuan espada de Damocles sobre sus hombros.
Y si bien la mayoría de la acción se da en el juego de poderes entre Merlín y Morgana, con Arturo y Guinevier en el medio, hay tres interpretaciones secundarias que merecen un noble aplauso: Diana Amarilla y Hernán Kuttel como Laria y Golbar, dos villanos que sin ser principales, tienen admirables duetos, donde no solo impresionan con sus voces, sino también con interpretaciones difíciles, ya que ambos no terminan por ser del todo antipáticos, porque su odio contra Arturo es justificado en cierta forma, por lo tanto los vuelven villanos vulnerables, humanos, víctimas, ambiguos y queribles (Morgana en cambio es mucho más implacable, aunque se sugiere un posible romance con Merlín que la volvió vengativa). Y por último, Leonel Fransezze como el Rey Algac que tiene un solo que arranca todos los aplausos de la platea. La voz del joven es única, y augura una gran carrera musical.
Por el lado de la danza, el cuerpo de bailes es dinámico, ágil y se adapta muy bien a los cambios de ritmo.
Más allá de sus declives narrativos Excalibur es un espectacular prodigioso y del que nos tenemos que sentir orgullosos por su originalidad y riesgo. Pocos países del mundo pueden darse el lujo de tener un Pepe Cibrian y un Ángel Mahler dentro de su oferta artística.
weisskirch@asalallenaonline.com.ar
Teatro: Astral – Av. Corrientes 1639 (Cap. Fed)
Funciones: Domingo – 16:00 hs y 20:00 hs. Miércoles, Jueves y Viernes – 20:30 hs. Sábado – 19:00 hs y 22:30 hs.
Entradas: Desde $150