Hace muchos años, décadas, varias, que no veía Depredador (Predator). La vi por primera vez de pibe con mi abuelo, supongo que la alquilé en el videoclub de su barrio Villa Maipú, San Martín. Nunca la volví a ver completa, siempre la revisité fragmentada, pero, sin embargo, tengo escenas muy bien grabadas en la memoria. Me propuse verla otra vez y escribir sobre la marcha qué cosas me hacían pensar que la hacen un clásico. Lo que sigue es el desarrollo de todas esas notas tomadas en tiempo real mientras corría esta obra maestra de 1987, dirigida por John McTiernan (Duro de matar) y escrita por Jim y John Thomas.
Una nave se dirige a la Tierra. Si pensábamos que íbamos a ver una película de guerra porque llegamos a través del póster, ya sabemos que esto viene de Ciencia Ficción. Y si vimos The Thing de John Carpenter, cazamos la cita y estamos más en sintonía todavía.
¿Cómo va a unirse el Espacio con la selva?
Llegan los más duros del ejército, los mercenarios dispuestos a todo, machos que mascan tabaco, escupen, dicen frases ingeniosas e irrebatibles. Su líder es Schwarzenegger. Es 1987, no se le puede pedir más a una película bélica… y recién vamos por el comienzo, todavía falta toda la película. Están anunciando la misión, porque “encontraron algo” en América Central. “Algo” es una clave, porque lo que viene ya se plantea indescriptible. Piensan que van a encontrarse con una guerrilla, pero acabamos de ver una presencia extraterrestre llegando a la Tierra. Sabemos más que ellos: esto viene más complicado. Lo que sigue es otra clave, porque mientras viajan en helicóptero hacia la selva, se pintan los rostros, camuflados. Lo tomamos como una actividad habitual en el oficio de estos mercenarios, pero detrás de todo esto está McTiernan, y eso nos garantiza que nada está puesto al azar. El camuflaje va a ser un eje en la historia y en el símbolo.
Estoy esperando el momento en que uno se afeita en el helicóptero. “Se afeita en seco”, señaló con admiración mi abuelo cuando la vimos. Es uno de los recuerdos más patentes que tengo de la película. Llega el plano. Dura una nada. Me pregunto por qué lo recordaba más largo y más impactante. Pienso que no fue el plano lo que me impactó en aquel momento, sino el comentario de mi abuelo. Se ve que le pareció un importante ejemplo de hombría y que yo lo relacioné con él enseñándome a afeitarme. Entonces pensé que esa es una de las características (o funciones) de los clásicos: nos unen con otras personas, crean vínculos humanos, o los profundizan como en este caso. Depredador se convirtió en parte de mi historia con mi abuelo.
La Naturaleza como entidad.
El mayor Dutch (Arnold) y sus hombres ingresan a la selva desde arriba (el helicóptero), o sea, descienden a lo que será su infierno, pero están tranquilos porque creen conocer la ira de ese dios impenetrable. No le temen, por ahora.
Encuentran un cuerpo despellejado, algo inhumano y que va más allá de lo esperable. Empiezan a preguntarse para qué los mandaron realmente, se preguntan por la responsabilidad humana. Y ahora sí, confirmamos lo que suponíamos. Algo los observa sin que ellos lo sepan. Es una visión extraña, ¿infrarroja?, ¿infrazul?, ¿infra-qué-carajo es esta visión? Para colmo, el punto de vista se percibe de algo o alguien al descubierto, no parece escondido. ¿Cómo es que ellos no lo ven? Lo oculto, lo que no se ve, empieza a manifestar se en su más potente (no)presencia.
“No importa quién eres en el mundo allá. Si nos delatas, te degüello”, le dicen a Dillon (el antiguo compañero de Dutch, ahora sospechado de topo de la CIA). Ese “mundo allá” puede pasar como un diálogo simple, una definición descriptiva, pero está para recordarnos que si existe “otro lado” (un lado inverso, siniestro), estamos dentro de él.
Fuerzas especiales del ejército norteamericano enfrentando a sanguinarios guerrilleros, pistas falsas, tiros, explosiones, traiciones, la CIA, los rusos y todo lo que los muchachos quieren ver se nos da en los primeros minutos. Cuando nos preguntamos por qué están saciando nuestra sed de cine-bélico-ochentas tan rápido, llega una nueva subjetiva extraña. Ahora, esa mirada, se devela como un dispositivo, o al menos así se comporta, porque captura imágenes como si fuera una cámara de fotos. Pero además escucha, o captura el sonido,
también distorsionado como las imágenes. Y esto no es todo, confirmamos que es la visión de alguna criatura, porque una mano entra a cuadro: es humanoide y tiene garras. Ellos, el grupo protagonista, perciben que hay algo más, lo que nosotros ya sabíamos, pero ahora también sabemos que es una presencia sobrenatural. McTiernan y los Thomas siempre nos dejan un paso adelante con la información, creando simple y magistralmente el suspenso.
“Esto hace que Camboya se vea como Kansas”.
(Apocalipsis Now como El Mago de Oz)
Billy se asusta, y si Billy se asusta es porque algo está demasiado mal. “Hay algo en esos árboles”. ¿Es invisible? Eso aún no lo sabemos… Entonces, la criatura aparece transparente para salvar a la rehén latinoamericana sin nombre y ataca a Hawkins, llevándoselo. ¿A dónde? ¿Dónde está su cuerpo? En castellano: “La selva se lo llevó”.
La criatura dispara rayos, sus ojos brillan en medio de una figura transparente. Se va revelando a cuentagotas y los hombres rudos llaman al sargento como a su mamá.
“¿Quién hizo esto?”
“No lo sé. Vi algo”.
Lo indescriptible.
No hay cuerpos. No hay sangre. No le dieron a nada. “Sus ojos desaparecieron. Disparé toda la carga. Nada en la Tierra sobreviviría a eso”. Ahora ellos también saben que el enemigo no es humano. Y cuando esto sucede, otra vez obtenemos nueva información que no tienen los personajes: el Depredador desactiva el dispositivo que lo hace invisible y vemos que posee tecnología extraterrestre.
En medio de la locura que ya tiene dominada al grupo, Dutch es el primero (después del Depredador) que se acerca a la rehén sin atacarla. La trata como a un sujeto y no como a una cosa. Así es cómo conocemos su nombre, Anna. Ella revela que habla inglés. Es la única que vio que la criatura es como “un camaleón”. Entonces, Anna cuenta una leyenda. Y acá la película cobra otro vuelo, porque al escuchar que los lugareños hablan del “cazador de hombres”, “el diablo que hace trofeos de los hombres”, desde hace décadas, nos preguntamos desde cuándo es que este extraterrestre está ahí. Nuestra imaginación vuela y nos transporta al ámbito mitológico, como pasa con las grandes películas.
Si sangra, puede morir.
Descubren que el bicho fue lastimado y sangra. Pero los desconcierta lo salvaje de su embestida. Empieza una matanza con brazo-cortado-que-sigue-disparando incluida (más clásico no se consigue). La matanza es salvaje e imparable. Dutch toma consciencia de que la bestia es imparable, pero manda a los sobrevivientes en busca del helicóptero que vendrá a rescatarlos “desde afuera” y se sacrifica al enfrentamiento con el enemigo inexplicable, empezando así la carrera final hacia la calificación como héroe.
Dutch cae por una catarata. “Ese eje vertical sí se puede ver”, me dijo Pulfer, un amigo que había visto “Los que vuelven”. Lo cito en mi cabeza al ver esa caída por esa catarata, de forma vertical, mientras oigo la voz de Ángel Faretta explicando el concepto de destino de los protagonistas instalado por Griffith, esa conexión religiosa entre el arriba y el abajo. Dutch cae al agua, que lo arrastra y le permite renacer. Él sale del agua (ya embarrado) a una nueva vida. Lo sabe cuando el Depredador se acerca y…
“No puede verme”.
Dutch descubre la llave. Para enfrentar a su enemigo, debe convertirse en él. Como lo había hecho Willard en otra selva (la que antes compararon con El Mago de Oz) para enfrentar a Kurtz, Dutch se camufla con esa selva y prepara una guerra cuerpo a cuerpo en un tercer acto que promete más de lo que esperábamos. O mejor dicho, olemos que la confrontación imaginada se dará en su mínima y más potente expresión.
Dutch se va convirtiendo en un doble del depredador, creando armas y preparando un ritual que conecta con lo más originario de la guerra. Mientras tanto, vemos la colección de calaveras que atesora su oponente, que está equipado con armas sofisticadas. Es hombre versus bestia, vida versus muerte, pero también rudimento versus progreso.
Dutch espera a que se haga de noche. Está preparado y lo llama con un grito, sosteniendo una antorcha. Es un cavernícola.
“¡Sangra, bastardo!”
Se enfrentan y Dutch planea dirigirlo a una trampa, pero al escapar por el agua, el barro que lo camuflaba desaparece. El Depredador ahora puede verlo. Es entonces cuando la bestia le muestra su verdadero rostro. “Sos un feo hijo de puta”, le dice Dutch, que lo lleva hacia la trampa. Es la primera vez que sabemos más que el depredador, ahora sabemos lo mismo que Dutch y Dutch sabe lo mismo que nosotros. Pero la cosa sobrevive y el candidato a héroe reacciona de manera inesperada. Puede matarlo, pero no lo hace. “¿Qué demonios eres?”, le pregunta. ¿Lo ve humanizado? ¿Siente pena? ¿Lo ve en alguna forma igual a él?
Y entonces, llegado hasta aquí, pienso que encontré algo que no había pensado cuando la vi en Villa Maipú con mi abuelo, ni tampoco se me ocurrió cuando empecé a volver a verla un rato atrás. Depredador, una película bélica de ciencia ficción, con tanto Rambo como Alien, viene a plantear un tema que se veía en peligrosa potencia allá por la década de los ochenta: La humanidad versus el desarrollo tecnológico desenfrenado y utilizado en su contra. Depredador es también un poco Terminator. Pero lo que la hace un clásico no es que se parezca a todas esas películas, porque de hecho no se parece a ninguna de ellas. Lo que la clava esa yerra que atraviesa los tiempos es la manera de plantear lo que viene a contar, porque lo hace a través de una historia interesante, atrapante, sorprendente, emocionante, adrenalínica y nuevamente sorprendente. En ese orden. Pero falta más todavía, aún no arribamos a la reflexión final. Dutch no llega a matar al depredador, es la criatura la que ríe (¿humanizándose como respuesta a la pregunta de Dutch?) y se inmola haciendo explotar todo a su alrededor.
Dutch, luego de haberlo enfrentado, sobrevive, es rescatado y abandona esa selva (ese infierno) sin haber cumplido su misión, con el sabor amargo del héroe que no llegó a ser. McTiernan y los Thomas nos dejan preocupados, parece que tendremos que hacer mucho más de lo que hizo Dutch para enfrentar a la maldad cuando salga de esa selva y llegue a la civilización inmaculada. Pero eso ya será tema de secuelas, o peor: de nuestra propia vida real.
La batalla humanidad versus máquinas emerge al modo clásico, pero con originalidad, y esto es lo que permite una metáfora potente que hoy, gobernados por internet, volvemos a resignificar. Esa universalidad sumada a (o debida a) una película de acción alucinante, pinta los rollos de película con antioxidante y la mete en el proyector para siempre.