Cada 25 de octubre es el aniversario de Halloween, estrenada para esa fecha en 1978, una semana antes de la celebración que su título invoca. Cuarenta y seis años después de su estreno, un viernes a la medianoche hubo una función que deberá ser recordada, en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, durante un ciclo del Cineclub Nocturna. La enorme fila para ingresar, enroscada entre pasillo, hall y explanada exterior, ya anunciaba una sala llena de gente que, en su mayoría, había nacido décadas después del estreno de la película que estaba por verse.
Christian Aguirre (el Cineclub Nocturna en persona) contó durante su presentación que la copia en 35 mm. que se proyectaría era precisamente del año 1978 y esa noche iba a ser la última vez que sería proyectada en público. A partir de ese día, debido a su estado, sería archivada.
La copia en cuestión era una de las estrenadas en Argentina durante la última Dictadura, y era testigo, como un cuerpo mutilado, de la censura y la prohibición.
Comenzó la proyección de una película que, toda la sala sabía, narraba una masacre, pero la experiencia sería nueva, porque confirmaba el aviso previo y exponía que la propia copia estaba masacrada desde el vamos. Una vez terminados los créditos iniciales con esa calabaza, esa música, esa tipografía y ese nombre “John Carpenter” que se imprimirían para siempre en la retina popular, entraba un texto incrustado con otra gráfica, sin música y con una violencia diferente a la esperada en el film. El texto advertía al público sobre los siniestros significados del culto a los muertos que la “Noche de Brujas” implicaba (*) (puede leerse el texto completo al final de esta columna). Terminada la advertencia, la película comenzaba. Y no sería tanto el estado de la copia y su valor histórico lo que terminaría impactando, sino precisamente las partes extraídas. La censura de la Dictadura había amputado partes que consideraba ofensivas para la moral y las buenas costumbres. Dos de ellas serían notables. La primera era aquella escena en que Laurie y su amiga (hija del comisario) fuman marihuana en el auto, mientras Myers las sigue detrás. El argumento, según Christian Aguirre, habría sido que la hija de un policía no puede consumir drogas. Pero lo más notable, lo que terminó por definir cómo hasta la censura sucumbe ante las garras del género y de su maestro en nuestra era, estaba al final. En la versión de la Dictadura argentina, Laurie no pregunta al Dr. Loomis si ese asesino era el Hombre de la Bolsa (el “Coco”, “The Boogeyman”). Claro está, Loomis tampoco contesta que sí.
La mitología había sido extirpada, acaso aportando con contundencia a lo que hace de Halloween un clásico: lo que no se ve.
En la anterior entrega de esta columna se pensó acerca de Scream y cómo valoriza a Halloween como la madre organizadora del slasher. Por eso no será misión de esta entrega ingresar en el terreno de las reglas del subgénero que la película de Carpenter ordena y deja a modo de canon. Más bien, se buscará pensar por qué ni siquiera la censura de una dictadura puede contra el poder universal de una obra maestra.
John Carpenter basa su relato en lo que no se ve desde el primer momento. El film comienza con el punto de vista de alguien que ingresa en una casa, toma un cuchillo, se pone una máscara y asesina a una joven, quien llama a ese alguien por su nombre: Michael. Finalmente lo desenmascaran sus padres y descubrimos que se trata de un niño. La imaginación comienza a trabajar desde que vemos la primera imagen de esa casa, completando lo que se ve (o todo lo que se muestra para que imaginemos lo que no se ve, que es lo verdaderamente importante).
Lo que sigue se da quince años después, dejando un gigante espacio para la imaginación. Y preguntas, muchas preguntas.
Las preguntas siguen: ¿Por qué vuelve Michael Myers a su pueblo al escapar del psiquiátrico? ¿Por qué elige a Laurie? ¿Por qué utiliza una máscara? ¿Por qué no vemos su cuerpo completo durante tanto tiempo del relato? ¿Por qué su psiquiatra, un hombre de ciencia, anda armado diciendo que Michael es el demonio?
Esas y mil preguntas más surgen y han alimentado esta y otras tantas columnas o textos sobre cine. Todos esos ejercicios para entender y teorizar son consecuencia de lo que Carpenter genera: nos hace imaginar.
La imaginación en Halloween, entonces, es clave para convertirla en un clásico. El terror se construye en base al miedo, y el slasher en particular lo hace en base al miedo más elemental (que nos lastimen y nos maten). Lo que se oculta va construyendo ese miedo. No ver el rostro de Michael Myers, no saber nunca por dónde va a aparecer, no saber qué sucedió realmente en ese psiquiátrico ni por qué desarrolló su instinto asesino, entre otros misterios, nos lleva de viaje por nuestra imaginación. Carpenter nos mete en nuestro propio laberinto, para que busquemos una salida personal. Esa salida son las respuestas. Pero como en el “Sólo sé que no se nada” de Sócrates, en Carpenter podría esgrimirse un “Sólo sé que no hay respuestas”. Las preguntas prevalecen, y es por eso que el miedo prevalece. Carpenter lo sabe, por eso al final nos muestra el rostro de su asesino, pero ya no importa. La pregunta es tan grande que su rostro se nos presenta tan inhumano como su máscara.
Luego de varios tiros de Loomis, Myers cae y desaparece. Laurie, quien acaba de desenmascarar al asesino pero tampoco pudo ver allí rasgo de humanidad alguno, pregunta si se trataba del Hombre de la Bolsa. El psiquiatra Loomis no tiene respuesta, por eso dice que sí. En ese diálogo final, Carpenter termina de explicar que el Mal es inexplicable. Sólo la imaginación puede dejarnos regulando ahí, buscando respuestas. Sólo el pensamiento crítico nos puede permitir ponerle un nombre fantástico a tanto misterio. Será por eso que la imaginación es tan peligrosa. Los caminos parecen dos: seguir la propuesta carpentereana o mutilarla, como decidió la Dictadura argentina. Si la imaginación no fuera tan peligrosa, no tendrían que reprimirla. Pero surge acá una paradoja. Intentan desaparecer una idea que precisamente describe lo que no aparece, pretenden ausentar la ausencia. Lo dicho en ese diálogo es una reflexión que ya ha sido planteada en la acción, ya estamos perplejos desde antes, ya nos hemos hecho la pregunta de Laurie y nos hemos respondido como Loomis. Así, la tijera censora termina por ser su propia verduga. Pero no lo sabe, ni le interesa, ya que la Dictadura no ve películas de terror, porque ES el terror. El pensamiento crítico no es lo suyo, por eso la censura termina siendo otra puerta abierta a la metáfora, la que nunca van a entender, pero que será siempre nuestro refugio, nuestra trinchera.
El terror nos ofrece herramientas para enfrentar lo siniestro, nos entrena, preparándonos para el Mal humano. El ejercicio de imaginar nos permite, a su vez, desarrollar un mundo personal, de ideas propias y pensamiento crítico. El peligro está en que el poder de la imaginación es imparable, porque se escapa, como el agua, aunque se impongan toda clase de tabiques y represas.
Será todo eso la razón por la cual Halloween fue percibida como peligrosa por una dictadura cuando se estrenó. Pero también esas razones explicarán por qué las nuevas generaciones vuelven a elegirla, como en esa medianoche de viernes en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires. Los contextos cambian y los males se adaptan, pero los clásicos están ahí para recordarnos que lo mejor que podemos hacer es imaginar y estar alerta si pretendemos sobrevivir.
La obra maestra de Carpenter continúa ejerciendo su poder transformador, porque los clásicos no se renuevan, nos renuevan a nosotros cada vez que volvemos a ellos.
(*)
Texto incrustado por la Dictadura argentina en el comienzo de las copias de Halloween:
“La noche del 31 de octubre en los Estados Unidos es llamada ‘Halloween – Noche de Brujas’.
Por ser víspera del Día de Todos los Santos, se celebran en las calles de todas las ciudades extraños ritos.
Los adultos siguiendo obscuras tradiciones, dan vía libre a sus instintos más crueles y agresivos.
Los niños, calando las calabazas en forma de rostro, iluminada (sic) en su interior, jugan a los fantasmas”.
Gracias a Manuel Pose por compartir los fotogramas con el texto correcto para su mejor apreciación.