La mayor fuerza del cuarto día del festival recayó en la última función. No es casualidad que los mejores largometrajes hayan sido ubicados en las funciones de apertura y cierre del evento. Y tampoco lo es que los cortos de la tercera jornada hayan tenido una fuerte propuesta estética, como para distribuir el centro de atención.
El cierre de la cuarta jornada fue el corto Now That I Am Home (2016), de Andrés Felipe Morales, y el largo La soledad (2016), de Jorge Thielen Armand. Ambos exhibieron una claridad en sus propuestas con respecto al resto de los films del día.
Now That I Am Home, ambientada en Praga, trata sobre un padre que visita a su hija nadadora. Con una brevedad admirable, el corto sugiere conflictos entre ellos a través del silencio y los escasos encuentros. Un simple gesto, como el submarinista de plástico que el papá mete en la pecera de la casa de su hija y esta lo saca, tienta a pensar diversas posibilidades, como que el padre alentaba a su hija a nadar, o que la reunión los invita a compartir de nuevo como en la infancia de ella. Sea como sea, si bien la ambigüedad de sentidos de la obra le resta fuerza, al final parece que hemos visto un planteamiento diferente.
Por su cuenta, La soledad gana en la profundidad de sus sugerencias lo que El amparo, otra propuesta sobre un hecho político venezolano, refiere con más asfixia. La película de Thielen Armand muestra la vida de una familia antes del desalojo de la deteriorada casona donde residen, La Soledad. Pero es apenas una excusa para indagar en la existencia de estos individuos en la crisis profunda de un país a través de pistas que, a un mismo tiempo, nos aturden y nos permiten entender la sociedad venezolana actual. El film demuestra mucho atino para bordear la vida de la familia como si fuera un hecho real, ya que los actores se interpretan a sí mismos y hablan sin el forcejeo que se les impone a los personajes de clases sociales bajas para hallar una manera, o siquiera una posibilidad, de estrechar la brecha entre los dueños y los residentes.
Los efectos de sonido presentes en la obra nos sumergen, de a ratos, en las marchas estudiantiles en Caracas mediante consignas que rodean la vida cotidiana de José, el hijo encargado de atender a su familia. Pero ellos también nos introducen en la presencia avasallante de la naturaleza que rodea la casa. Como si los alrededores se convirtieran en un estado de inquietud constante por sobrevivir. Así nos hace sentir la mirada de José, expectante y hacia el techo, en las noches.
Hay muchas escenas donde unos pocos elementos reflejan la complejidad de una situación que aún a los venezolanos nos cuesta entender más allá de referencias o vivencias. Valga evocar el encuentro entre la abuela de la familia y la dueña de la casa. La reja de entrada de La Soledad, situada entre ellas, basta para hacernos sentir la enorme distancia en medio del compromiso de palabra aludido por la abuela para ocupar la casa y la queja de la dueña por la cantidad de gente conviviendo. Apenas un altercado, en el cual ambas mujeres intercambian unas bolsas de productos y algunas palabras, nos remite la incomprensión, no solo frente a un acuerdo quebrantado sino también frente a la convivencia en sociedad.
En este escenario tenemos un silencio persistente y el misterio de un posible tesoro que busca José para brindarle perspectiva a la memoria alborotada del director (cuya infancia aparece en fragmentos de video al comienzo y al final). Porque el realizador no romantiza la historia de los previos residentes de la casa, que son sus antepasados, muchísimo menos inventa una historia de terror al respecto. Más bien se arriesga a plantear, con pocos diálogos y una atención puntillosa al deterioro, un efímero puente de esperanza entre los ancestros de La Soledad y el presente tan precario de la familia.
Now That I Am Home:
La soledad:
Previo a la última función, el jurado, integrado por Bernabé Demozzi, Bruno Hernández y Matías Condito anunció los ganadores del festival. Entre los cortometrajes, La Mora y el Cocuyo recibió una Mención Especial y El hombre de cartón fue el ganador porque “se trata de una propuesta esperanzadora desde el punto de vista del tratamiento conceptual. Es un cortometraje sintético, potente, fuerte y a la vez sutil, que parte de una anécdota familiar” . Entre los largos, El amparo (2016) fue escogido como el mejor por “su valioso contenido dramático, un ritmo destacable y una interesante puesta en escena”.
El Premio del Público, anunciado hoy en las redes sociales, fue un empate para Translúcido (2018) de Leonard Zelig y CAP – 2 intentos (2016) de Carlos Oteyza. Así cierra un evento que, además de las funciones, las charlas sobre cine y literatura e incluso un recital de poesía, condensó un poco de la cultura del país caribeño.
© Eduardo Alfonso Elechiguerra, 2018 | @EElechiguerra
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