La (verdadera) revolución de las máquinas
Sonidos de máquinas retro futuristas. Reivindicación vintage a un pasado analógico no tan lejano, resucitado paradójicamente gracias a una actualidad tecnológica compactada en una caja de circuitos como son las computadoras. Nostalgia colectiva hacia una era marcada a fuego por el neón, el glam metal, los peinados revoltosos, cine de evasión, el pop edulcorado, Michael Jackson y Madonna. Jóvenes que viven en el anonimato encerrados en cuatro paredes como espacio sacro, forradas con afiches de Volver al futuro, Depredador, Terminator y La cosa, y con un mismo objetivo: hacer música. Más precisamente, synthwave, actualización de un género que acarició la gloria en los fulgurantes ‘80 y que parasita con aquel recordado cine aferrado a nuestra memoria y, por qué no, a recuerdos de la infancia. El synthwave y el cine son, sin ir más lejos, simbiosis pura. Conviven el uno con el otro, como dos especies de un ecosistema petrificado en un pasado idealizado. Solemos creer que antes el mundo era un lugar más hermoso, mejor y sencillo. Pero nada más alejado de la realidad. Deseamos con fuerza quedarnos a vivir en aquellos films, más precisamente dentro de ellos, así como habitar corpórea y eternamente cada canción, publicidad o cualquier referencia a la cultura popular ochentera. El mundo, sin ir más lejos, sigue su rumbo, sigue siendo una porquería, como decía una vieja canción. Para enfrentar la mierda a la que estamos acostumbramos día tras día, existe la creatividad, el arte de producir algo y difundirlo al mundo. De eso trata The Rise of the Synths, documental sobre un género musical bastante reciente, que refleja cómo los jóvenes artistas de hoy en día ven con ojos celosos lo que algunos afortunados pudimos vivir en carne propia: la década de los ‘80.
The Rise of the Synths es la brecha de una generación refugiada en las cavernas musicales del underground y que refleja, alegórica y sistemáticamente, cómo todo se recicla, vuelve, regresa. Los jóvenes (la gran mayoría no superan los 30) describen, en gran parte, su anonimato como toma de posición ante un sistema que lo absorbe todo. Ellos, sin ir más lejos, solo quieren hacer música, ser escuchados. La plata viene después. Este discurso puede sonar contradictorio viniendo de gente que idolatra las bondades de una época marcada por el consumo y el crecimiento maratónico del capitalismo. Pero recordemos algo importante: ya no estamos en los ‘80. El mundo siguió su rumbo y el resultado es este: redescubrimiento y reanimación, actitud punk y cinefilia. Si bien la maquinaria sonora de estos grupos/artistas es casi idéntica a la de aquellos tiempos, el “casi” marca la diferencia. Es una actualización de aquel universo sonoro atravesado por sintetizadores y toda parafernalia rítmica ya arcaica; animado por el cine como soporte visual y vínculo inherente, inquebrantable, impoluto para acompañar en ese viaje plagado de imágenes de neón.
En el documental aparecen Carpenter Brut, Perturbator, Dance with the Dead, Nina, Gunship, Lazerhawk, entre muchos otros artistas, dando testimonio de su fascinación sobre este extraño género (quizás un 80 % es instrumental y las canciones no tienen estructuras convencionales) y su manera de ver el mundo, para nada descabellada. Al mismo tiempo, clips de todo aquello a lo que refieren con su música: el cine de los ‘80. El film es directo como una bala, no solo en su contenido, sino en su estructura, construcción y montaje. Pareciera que lo abarca todo y no deja cabos sueltos. Pocos documentales reflejan la batalla de seres que pululan las sombras por fuera del sistema y que en sus venas haya tanto cuerpo, corazón y pasión, aun cuando la música creada por máquinas parezca a simple vista inhumana, fría y distante.
Si bien un manojo de artistas de finales de los ‘70 y principios de los ‘80 como Tangerine Dream, Vangelis, Giorgio Moroder o Goblin dedicaron gran parte de su carrera y existencia a crear soundtracks y sirvieron como inspiración directa para los actuales, existe alguien al que se le adjudica la absoluta y total presencia en cada una de sus notas: John Carpenter. No en vano, el realizador oficia acá de narrador, grabando una especie de bitácora anacrónica, casi como lo hacía el MacReady de Kurt Russell en su obra maestra, La cosa: autoconsciencia o autohomenaje encantador, sin verse forzado o fuera de sí.
El maestro nos guía en un viaje recorriendo el tiempo, haciéndolo retroceder hacia las fuentes, hacia su época dorada. Se habla tanto de su apogeo como de su deceso en la década de los 90, abarcando obviamente la actualidad, donde nos compete esta obra y sin ir más lejos, la adjudicación del título: El ascenso de los sintetizadores. Del underground hasta el mainstream. De una computadora cagada a palos por un pibe antisocial y medio geek, hasta artistas de la talla de Taylor Swift, Lady Gaga, Muse, The Weeknd y otros tantos. Los sintetizadores volvieron, las máquinas le ganaron en estos tiempos, y desde ya hace una década o más, al rock, sin la intención de irse, como todo lo que conlleva una mirada hacia el futuro. Parece devastadora e inhumana esta suerte de deliberación, casi como la dominación total de la máquina por sobre el género humano, pero por suerte tenemos las reflexiones del viejo Carpenter, su obra, su existencia, su legado. Sus palabras, con su inconfundible tono de voz, su léxico canchero, entrador, seco, resuenan y por momentos emocionan como quien vuelve al pasado al tener un VHS de La niebla, La cosa o Christine en la mano. Este documental es prueba de ello.
© Daniel Nuñez, 2021
Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.
(España, Estados Unidos, 2019)
Guion, dirección: Iván Castell. Participan: John Carpenter, Rubén Martinez. Producción: Ana Castañosa, Iván Castell, Rebeca Villar Rodriguez. Duración: 82 minutos.
