Resulta sorprendente que haya sido necesario esperar algo más de 50 años para que se conozca parte de la abundante filmografía de una importante realizadora rusa (aunque nacida en Rumania) de 83 años.
Kira Mutarova ha venido eludiendo a los distribuidores argentinos pese a contar con dieciocho largometrajes, ninguno estrenado localmente.
Hay que celebrar doblemente que el BAFICI haya recuperado a una realizadora singular y lo haya hecho seleccionando un tercio de su obra cinematográfica, que incluye al grueso de sus títulos más representativos.
Long Farewells, el primero en presentarse y el más antiguo de la selección está entre lo mejor de su obra al centrarse en un tema universal como es la difícil convivencia entre una madre posesiva y su hijo Sasha, que está pensando en mudarse a la lejana Novosibirsk, donde vive su padre separado. Filmada en blanco y negro y en formato 4:3, muestra la notable interpretación de la recientemente fallecida Zinaida Sharko, actriz del Teatro Bolshoi y resulta llamativo que el debutante Oleg Vladimirsky nunca más haya aparecido en film alguno. La escena en el Correo, donde la madre “espía” la correspondencia de su hijo y las rimas que éste realiza y que pierden su encanto si no se habla ruso están entre lo mejor del film, que es un buen comienzo para familiarizarse con el talento de Muratova.
En sonado contraste con la anterior la inmediatamente posterior Getting to Know the Big Wide World (título en ruso: “Conociendo al gran mundo”), pese a los comentarios favorables del catálogo, decepciona o lo que es más probable ha envejecido desde su lejano estreno en 1980. Transcurre en una fábrica de tractores pretendiendo demostrar que el amor no sale de ninguna fábrica con frases rimbombantes como “el amor le da a los mortales la ilusión de la inmortalidad”. Lo que salva a la película son los actores principales que incluyen a Liudmila Gurchenko (Siberiada, Una estación para dos), Nina Ruslanova, y Sergei Popov.
The Asthenic Syndrome es probablemente el título más conocido a nivel internacional y el primero en presentarse en un Festival Internacional (Berlinale), donde obtuvo el Gran Premio del Jurado. El comienzo en blanco y negro y un formato habitual en su cine (4:3) nos introduce a uno de los dos personajes centrales: una médica que decide renunciar a su trabajo. La impactante escena en que le transmite su decisión al director del hospital, cruelmente tratándolo de viejo (obsoleto), se prolonga luego con su disputa con gente que circula por la calle, en clara alusión a la alienación que invadía a la población rusa (corrían los últimos años del régimen soviético). Siguen escenas de masa en los subtes de Paris, con escaleras rodantes repletas y vagones llenos de pasajeros apretados. A la salida de una estación un cuerpo en el piso y nadie que repara en él. Y de golpe el blanco y negro vira a color, comenzando una nueva historia ya que sorpresivamente el espectador descubre que la de la mujer era apenas una filmación. Las casi dos horas restantes, retoman al personaje del “cuerpo” caído, que resulta ser un maestro (nuevamente Sergei Popov) y nos muestran sus desventuras con alumnos en plena ebullición social y una gorda directora artística del colegio que parece salida de una película de Fellini. Las escenas finales en una triste perrera y un hospicio donde recala nuestro personaje masculino como el uso a menudo de planos fijos son sólo algunos de los aspectos destacables de un film que justifica más de una visión.
Three Stories es sin duda la más sombría y negativa de las películas exhibidas y de hecho se iba a llamar originalmente, en ruso (traducción literal), “Tres tristes historias”. En la historia central (“Ofelia”), la más extensa y lograda, el personaje principal al que llaman simple Ofa afirma en algún momento: “no me gustan ni los hombres, ni las mujeres, ni los niños, sólo los animales”. No por casualidad estos últimos aparecen sobre todo en el último episodio (“La chica y la muerte”). Allí hay una imagen desagradable en la que un gato lleva en su boca un pollo al que desea engullir, con el felino emitiendo sonidos desagradables. La primera historia es la más corta pero ya se vislumbra que la “muerte” estará presente en los tres relatos cuando un hombre le pida al dueño de un taller metalúrgico que queme en su caldera el cadáver de una vecina, que lo molestaba. En “Ofelia”, la joven huérfana que lleva su nombre (la atractiva Renata Litvinova) trabaja en un hospital y usa, algo inexplicable, barbijo y guardapolvo. En verdad su ocupación es en el sector archivo y su objetivo investigar quien fue la madre que la abandonó. El encuentro se producirá y bien podría llamarse este capítulo “el ángel exterminador”. Pero incluso el título sería aplicable el tercero en que “la chica” cuida a un hombre mayor en silla de ruedas (el gran Oleg Batalov). Increíble la interpretación de la niña y cruel su personaje ya que parece regodearse cuando le dice al viejo que tanto sus “abuelos y padres están todos muertos”, para luego agregar un “te odio” y afirmar que él le parece “una prostituta”. A destacar que el guion fue coescrito entre otros por Nikolai Gubenko (el director y marido de Muratova) y la actriz Litvinova y que la película está dedicada al gran realizador Sergei Gerasimov.
The Tuner es, por una vez, una comedia a diferencia de la mayoría de las películas presentadas durante el BAFICI. Nuevamente la realizadora usa el blanco y negro de muchas de sus anteriores producciones y elige a Odessa como lugar donde transcurre la trama. Esta tiene a dos timadores: Andrei, un afinador de piano y a su pareja Lina, bien interpretada por Renata Litvinova, ya mencionada en “Three Stories”. Las víctimas de los antes mencionados son dos mujeres: Anna Sergeyevna (Alla Demidova) y Lyuba (Nina Ruslanova). Las escenas en que esta última se casa (por correspondencia) y posterior viaje en tren en accidentada luna de miel que termina con ella regresando sola están entre lo mejor de esta comedia. Quizás la duración algo excesiva (dos horas y media) y diálogos, no siempre traducidos en la copia exhibida, jueguen un poco en contra del film. Hay además varios guiños al cine, como la mención de Woody Allen o frases como las que pronuncia un personaje al afirmar que “de todas las artes, la más importante es el cine”.
Eternal Homecomings, la película más reciente y ultima hasta ahora de Muratova vuelve a usar el artilugio de empezar en blanco y negro para recién al final pasar al color, con lo que el espectador descubre nuevamente que lo que estaba viendo en gran parte del metraje era una película en filmación. En ésta se repite innumerables veces una situación similar: el reencuentro de un hombre que visita a una amiga luego de muchos años en busca de un consejo. Está casado hace diez años con su esposa a la que quiere, pero además ama a su amante y no sabe qué decisión tomar. Lo notable es que ambos personajes “repetidos” son interpretados por distintos actores e incluso a veces por los mismos diferentemente ataviados. A notar nuevamente la presencia del gran actor Oleg Tabakov (Algunos días en la vida de Oblomov, La guerra y la paz), fallecido el mes pasado.
En opinión del crítico Roger Koza, conocedor de toda la obra de Muratova, los títulos exhibidos son representativos del conjunto, aunque quizás hubiese sido interesante agregar Los motivos de Chejov, obra inmediatamente anterior a The Tuner. De todos modos, debe celebrarse la retrospectiva ofrecida y entender las razones por las que la directora no haya asistido. Elllo obedecería a su avanzada edad y a la poca disposición que tiene de rever sus películas, según explicó al público el curador Evgeny Gusyatinskiy.
© Fredy Friedlander, 2018
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