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CRÍTICAS - CINE

Ghostbusters: Apocalipsis fantasma (Ghostbusters: Frozen Empire)

En 1984 se estrenaba Ghostbusters, película que mezclaba la comedia, el terror y la ciencia ficción por partes iguales y que se instauró rápidamente en la cultura popular mundial debido al rotundo éxito que tuvo. Generó una secuela unos años más tarde y una lograda serie animada, así como todo tipo de merchandising. Esto parece anecdótico e intrascendente si hablamos de analizar y abordar una película en el sentido más crítico posible. Pero no. Créanme que acá es importante. 

La franquicia volvería al ruedo con una especie de spin off, remake o lo que haya sido aquel esperpento de 2016, en donde los cazafantasmas eran todas mujeres que además no hacían reír ni divertían. Nada. Por suerte ya pocos recuerdan ese momento bochornoso en la historia del cine, principalmente para quienes aún miraban con cariño las dos películas originales (la secuela de 1989, por su parte, no tuvo el mismo éxito que la primera, lo que evitó hacer una tercera continuación en los años 90). Llámenlo nostalgia reaccionaria, apego a nuestra infancia, como quieran. Pero el público que gozó de aquellas películas, pedía a gritos una continuación de la saga original. Y, claro, llegaron los 2010, el synthwave copaba paulatinamente la música y el cine revivía de a poco una época dorada en donde las películas de evasión pisaban fuerte. Es por eso que en el 2010 y durante toda esa década regresan los 80, o una especie de reivindicación a su marcada parafernalia. Si, con su exceso de colores, sus sintetizadores pegadizos, peinados de todas las formas y ropas extravagantes; con todo: resucitaron viejos hits tanto en la música y el cine y el negocio se volvió próspero y gozaba además del apoyo de la última generación que vió cómo el mundo de lo analógico sucumbía ante el avance absoluto de la era digital. De esta manera el reinado de la cultura nostálgica se abría paso y cada vez más productos con el cometido de revivir viejas épocas salían al mercado. El puente entre el siglo pasado y el actual, en una dramática transición generacional, sería en parte un elemento medular dentro de la actual cultura del consumo. Es así que en 2021 llegó a los cines la esperada tercera parte de Ghostbusters, porque si una película definía por completo el espíritu despreocupado, liberal y festivo de los 80, esa era Los cazafantasmas. La batuta la llevaba, esta vez, Jason Reitman, hijo de Ivan, realizador de la película original y su secuela. 

El resultado fue simpático y justamente hacía énfasis sobre ese puente generacional antes mencionado. La película tiene fallas, momentos azarosos y algún exceso de sentimentalismo, sí, pero otros aciertos equilibran la balanza y sostienen una obra para nada desdeñable. Film noble, indefenso, para nada dañino, digamos. 

Como la película fue un gran éxito sólo había que esperar hasta que surgiera una secuela más. Y acá estamos. 

Se estrenó la cuarta parte de la franquicia, Ghostbusters: Apocalipsis fantasma y la verdad, como era de esperarse, más teniendo en cuenta cómo opera sistemáticamente el actual  cine mainstream, el resultado es bastante fallido. Una lástima porque extrañamente la película había arrancado bien. 

Acá la familia Spengler, que heredó todo lo relacionado con el extraño oficio de su abuelo, regresa ya transformada en un grupo de cazafantasmas, pero esta vez operando en el famoso departamento de bomberos situado en la gran manzana, New York. El problema es que cada vez que la familia sale de cacería para poder atrapar algún espectro malvado y dañino, terminan causando más daño en las calles que el propio ente. Es por eso que el alcalde los (vuelve) a tener en la mira y, para colmo,  suspende a la más joven del grupo, Phoebe, por ser menor. El film abre así un interesante arco dentro de los conflictos familiares: la jóven que pasa por un momento de rebeldía adolescente, el hermano que quiere que lo traten como adulto, el novio de la madre que no sabe cómo lidiar con los conflictos de los hermanos y la mamá que los organiza y debe de contener y corregir. Todo esto mientras un extraño y milenario artefacto que retiene un ente poderoso y malvado debe de ser encerrado urgentemente antes de que intente escapar. Aunque sea demasiado tarde para ello. 

De esta manera asistimos a lo que, se podría decir, es lo mejor y más acertado de la película: los primeros 40 minutos están bien definidos por sus personajes, sus conflictos e intereses son creíbles, la dinámica entre estos y la comedia fluye naturalmente. Además el interés del mal que se presenta paulatinamente está bien ejecutado y genera expectativas. El problema es que pasados los 40 minutos, más o menos, la película comienza a caerse a pedazos: se apelotonan personajes sin la mínima intención de que estos respondan de manera funcional a la historia, el villano no está a la altura luego de tanto tenernos en suspenso, la fantasía desmedida aparta un poco el interés del espectador por ser demasiado inverosímil, el intento por agrandar la mitología de la saga con unos cazafantasmas que operaban en otros tiempos no funciona y los efectos visuales terminan por saturar de tan sobreexpuestos que están. Es decir, parte de los vicios del cine comercial actual. 

Si bien algunas ideas presentes están bien definidas, terminan por perderse dentro de todo aquello que no deja funcionar del todo a la película. Por ejemplo, algunos personajes como el fantasma de la joven del parque son relevantes para la historia además de calzar dentro de un interesante arco de redención que define no sólo su figura, sino que cierra, además, todo el sentido de su relación con Phoebe. El problema es que mientras pasan los minutos el film se edulcora cada vez más, hasta terminar por empalagar en todos los sentidos habidos y por haber: la devoción sentimental que suele acusar a éste tipo de películas (un síntoma duro de estos tiempos y que la anterior entrega tampoco supo eludir) o situaciones engorrosas que no nos dejan disfrutar otro tipo de aspectos puntuales y certeros dentro de su construcción: hay autoconciencia, hay algunas buenas ideas, lástima que su ejecución resulta de lo menos atractivo y terminan por dejarlas a medio cocinar. Esto principalmente porque todo parece querer funcionar dentro de un sistema determinado de películas en donde priman las emociones forzadas y la reiterada suma de todo aquello que retrotraiga al espectador a un tiempo pasado. Pudo haber funcionado. Pero no. Lástima. 

(Estados Unidos, 2024)

Dirección: Gil Kenan. Guion: Gil Kenan, Jason Reitman. Elenco: Paul Rudd, Annie Pots, Bill Murray, Ernie Hudson, William Atherton, Finn Wolfhard. Producción: Jason Blumenfeld, Ivan Reitman, Jason Reitman. Duración: 115 minutos.

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