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CRÍTICAS - CINE

Godzilla, según Ximena Brennan

Gigantes llenos de nada.

¿Qué ocurre cuando el hombre cree que puede dominar a la naturaleza? En otras palabras… ¿qué ocurre cuando cree ser Dios? Acontecen en el cine entonces cosas como Jurassic Park (1993), por ejemplo, y -a pesar de contar con algunos toques caricaturescos- Godzilla; ofreciendo esta última una buena lectura de los desastres naturales y, mejor aún, un pantallazo sobre la guerra nuclear.

Godzilla se relaciona tanto con la cultura e idiosincrasia japonesa que en sus dos remakes norteamericanas (más bien diría que la última funciona como un reboot), fue necesario respetar esas características, conservarlas. Este personaje ficticio, no sólo del cine sino también del videojuego, del cómic y de varias series, vendría a ser una suerte de antihéroe que termina salvando a la ciudad de los verdaderos monstruos.

Es decir, en esta cinta de Gareth Edwards, un monstruo bueno (suerte de protagonista) tiene su razón de ser en combatir a los monstruos malos; y lo que sobra es la parafernalia, el ruido y la exageración todo el tiempo. El resultado es una película demasiado larga, rebuscada y que por momentos da risa. Una verdadera lástima porque seguramente el espectador esperaba algo diferente.

La versión anterior -de 1998, dirigida por Roland Emmerich- era simpática porque retrataba las andanzas de un científico (Matthew Broderick) al que nadie le cree y que se reencuentra en medio del caos con su novia de la universidad, quien le había partido el corazón. Ahora este “científico loco” es mucho más dramático- interpretado por el admirado Bryan Cranston, ganador de un Globo de Oro como Mejor Actor por la serie Breaking Bad– porque lo pierde todo en medio de una catástrofe. Lo que tienen en común estos dos personajes es lo testarudo.

Seguramente experimentarán sentimientos encontrados al salir de la sala. Por un lado, uno puede sentir admiración por las tremendas imágenes y el sonido que se disfrutó en casi dos horas de película, pero luego, hilando más fino, se llega a la conclusión de que la trama no desentraña la totalidad de los aspectos que toca. Al final de la cinta, la sensación será de vacuidad. Las expectativas que comenzaron a crecer a partir de los fabulosos créditos iniciales con imágenes de archivo (como en la anterior) y una banda sonora increíble, sobre el desenlace se pierden en medio del aturdimiento.

En resumen, se encontrarán con una versión muy libre de la Godzilla de 1954, obra maestra de Ishiro Honda, uno de los íconos del cine catástrofe y de terror de esa época, que a través de sus imágenes en blanco y negro y su rusticidad llegaba a encantarnos. La criatura de hoy pareciera reírse de todo esto rindiéndole homenaje a las producciones norteamericanas más grandilocuentes e innecesarias, con grandes actores desperdiciados, y que siempre bastardean a los clásicos.

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Por Ximena Brennan

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