La película no funciona, lo cual no quiere decir que sea mala, sino que, tan sencillo como eso, no funciona. Una de las cosas más interesantes de la saga del malo, y a la cual se debe gran parte de su éxito, es que al final de cuentas, más allá de la mitología, más allá de “el elegido”, de la fantasía y de algunos personajes interesantes, hay una historia que está siendo contada. Parece contradictorio, pero es así. Digo, Harry Potter puede tener cualquier otra profesión distinta a la de mago, Hogwarts puede ser cualquier otro establecimiento distinto a una escuela, y aún así, seguiría siendo interesante. Tal vez no tanto, hay algo de magia en la magia, valga la redundancia, pero la esencia no cambia. En Las Reliquias de la Muerte Parte I, se pone a prueba eso. No más Hogwarts, los personajes secundarios ya no están, del tridente mágico uno desaparece a la mitad del film y la saga tiembla, tiembla porque Radcliffe solo no puede sostener una película de dos horas, porque ya sabemos (tirado de los pelos) que Hermione es de Ron, y Harry lo espera Ginny, y no hay tensión por ese lado. Tiembla porque todo lo demás pasa fuera de campo, y eso se siente.
Así como las series semanales, sobre todo las estadounidenses, tienen sus “episodios de relleno”, esas licencias que se toman los guionistas para dejar crecer a los personajes y preparar las cosas para el gran conflicto, las últimas dos entregas de Harry Potter dejan la misma sensación. Como si tanto El Principe Mestizo como Las Reliquias de la Muerte fueran el preámbulo para algo más importante. Tal vez así sea, prácticamente ni lo dudo, pero hay una diferencia grande, una cosa es poner un episodio de 24 de relleno, y desarrollar los personajes y otra es destinar 2 películas 8 (un 25% de la saga) para explicar lo que va a pasar después. Ahí es donde está la falencia, ahí es donde no funciona el asunto. Cuando dejan de crecer los personajes y lo que pasa es pura explicación, cuando la acción pasa afuera y no la vemos, cuando le sacan los pequeños conflictos que acompañaban al conflicto general. Cuando personajes como Snape, Luna, Umbridge, Bellatrix, Lupin, Mad Eye Moody, o toda la familia Weasley, se limitan a “figurar” y no tener una participación activa en la historia, es lógico que las cosas se vengan a pique.
Se hace difícil señalar estos defectos, sobre todo porque el film es genuinamente entretenido, y porque para la gran mayoría de los espectadores hay una conexión sentimental con los personajes. Se hace aún más difícil cuando hay dos o tres escenas muy bien logradas. Pero al final de cuentas, cualquiera que aprecie la saga, cualquiera que realmente quiera al personaje, debería estar furioso, no porque arruinen la historia, sino por haber desaprovechado dos horas y monedas, cuando se podría haber contado mucho más. Casi que deja la sensación de que dividieron el último libro en dos películas, no porque quieran cerrar mejor la historia, sino para recaudar el doble. Y no hay mayor traición que la de perjudicar la obra en pos de obtener unos billetes más.
Ya dicho todo esto, voy a hacer algo que muchos críticos deberían hacer más seguido y es reconocer que, pese a sus grandes y numerosos defectos, la película cumple con lo que pretende, y con lo que el espectador espera. Pero no hace nada, por más minúsculo que sea, por ir más allá. Lejos está de lo que hizo Cuarón con El Prisionero de Azkaban, o el propio Yates con La Orden del Fénix. Lejos está de profundizar la estructura de La Cámara Secreta (película/libro que resume la saga, horcrux, Potter vs. Voldemort, Harry-Ginny, La amistad entre los tres magos, etc…). La película no es más que una extensión del preámbulo al capitulo final que abrió la entrega anterior, que nos deja con gusto a poco, y ganas de más.
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