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Cine

Hombre Lobo

HOMBRE LOBO MATA VAMPIRISMO SOLEMNE

Leigh Whannell, realizador de Hombre Lobo, es un director con oficio, hábil narrador al que no le tiembla el pulso, además de ser un guionista certero y preciso. Es decir, aquello que se necesita hoy en día para que el género no vaya por la senda del horror pretencioso, solemne y enroscado que suelen abordar tipos como Robert Eggers, Jordan Peele o Ari Aster, entre muchos otros más. 

De Whannell tenemos de referencia las dos primeras Insidious, en las que colaboró como guionista junto a su amigo James Wan: films que no son una maravilla pero que cumplen, siempre. Como realizador tenemos dos joyitas: Upgrade, no estrenada en cines en Argentina y El hombre invisible, ambas muy recomendables por sus positivos resultados tanto estéticos, narrativos así como representativos. 

A éste tipo de narradores hábiles hay que cuidarlos y seguirles el rastro, sinó estaremos al borde de una pronta extinción. Hoy, sabemos, sobra la pedantería aparatosa, en cuyo apartado narrativo y visual, subyace una necesidad de sentir que la obra es menor que su autor. En ese aspecto es cuando el cine de tipos como Eggers, Aster o Peele (antes mencionados) cargan con un estigma implantado no por el público, sino por ellos mismos: el de intentar hacer obras “trascendentes”, “importantes”, “profundas” y si se quiere, con tufillo a academicismo barato. El público luego se amolda o no a sus pretenciones y delirios. 

De Eggers podemos salvar The Witch de 2015, por su intensidad y su enorme acercamiento al terror folclórico sin la necesidad de abandonar lo fantástico, bien abordado y sin psicologismos berretas muy de moda en estos tiempos y de Peele, Get Out, de 2018, una re-configuración interesante y autoconsciente del Zombie cinematográfico de grandes clásicos como I Walked With a Zombie o White Zombie. Si bien The Witch y Get Out alertaban desde el vamos que estábamos ante directores que tenían una intención más allá de hacer buenas películas, que es la de hacerse visibles, exponer su “ego” por sobre la obra, los abordajes sobre el terror y el cine per sé, en sendas películas estaban más que logrados. De Aster, obvio, mejor ni hablar…

Sin más preámbulos y sin dilatar más el tema, aunque necesario para entender el concepto que abordaremos en éste pequeño texto, se estrenó en estos días la vapuleada (en terreno norteamericano) Hombre Lobo, película pequeña, no muy ambiciosa, pero que en su sencillez, precisión y humildad, encontramos el encanto de un cine al que le sobran agallas por su firmeza narrativa, una sobriedad poco abundante actualmente y que además tiene el plus de emocionar con buenas armas, sin histrionismos sobresalientes ni llantos que perduran más tiempo en la pantalla del que debe de tener. Muy lejano de la frialdad quirúrgica del cine al que apuntan los tres mercachifles antes mencionados: películas que tratan a sus personajes como simples marionetas sin alma y que confunden “emoción” con “histrionismo”. 

Acá un amoroso padre, en crisis con su pareja, a su vez que con su trabajo, debe volver a la casa de su padre, lugar en el que vivió de niño y al que no regresó en décadas. El motivo por el que debe de hacerse cargo de su viejo hogar es que su temerario padre es dado por muerto tras haber desaparecido en los bosques que rodean la casona. Volver al viejo hogar es remover y resolver, inconscientemente, viejas cicatrices: los fantasmas que habitan el film corresponden de forma representativa a la simbólica que pesa sobre el mal al que deberán enfrentarse una vez que lleguen al lugar: al parecer una peligrosa y misteriosa criatura habita los oscuros bosques. Ergo, la adversidad disfrazada de monstruo es la síntesis del drama psicológico y emocional por el que sus protagonistas deberán atravesar como principal arco dramático, desprendiendo de él otras cuestiones a las que se le puede achacar la figura del licántropo y su mito, al que su director parece codificar en aras del resurgimiento del terror corporal en un barniz si se quiere, un poco más sofisticado. 

Olvídense de las viejas tradiciones ligadas al hombre lobo y toda la parafernalia mística y esotérica. Acá el mal está más cercano a la enfermedad viral, a la mirada moderna y por ende cientificista. Es por ello que asistimos a la decrépita destrucción material del cuerpo de su protagonista y su lucha por retener la última voluntad espiritual dentro suyo, representado por el amor a su familia. De esta manera el film dialoga inteligentemente sobre varios aspectos psicológicos y sociales, pero sin la necesidad de hacerlo a los gritos o subrayarlo. Menos que menos sucumbir a la alegoría o peor aún, a lo que algunos llaman y con banal orgullo, “terror psicológico”. El film resuelve inteligentemente y sin vueltas mediante la puesta en escena y la acción, escapando a los excesos y malas decisiones de películas sobre explicativas como, por ejemplo, la nueva Nosferatu. De ésta forma su director entiende que ser fiel a los preceptos del género rinde y deja a la vista aquello que escasea en estos tiempos: el saber narrar, el saber lo que una historia requiere en su justa medida, sin pretensiones ni menos que menos, aburridos tonos solemnes en cuya pesada seriedad subyace el ego de aquellos charlatanes sin intenciones más que estar por delante de sus obras, como habíamos mencionado anteriormente.

Es quizás por ese motivo que uno puede respirar y empatizar no sólo con sus criaturas, además con situaciones y representaciones, que no son más que la vida misma perfectamente codificadas para su lucimiento en el cine. O para transmutarlas en arte. 

Es, si se quiere, un dramón familiar y generacional, pero sin jamás perder el foco por el terror, dejando en claro desde dónde estamos viendo dicha narración, sin la necesidad de llevar la escala humana a lo estrictamente soporífero. Además, Whannell, que viene desde hace años abonado al género, sabe bien dónde y cómo poner la cámara, lo que se agradece con creces. 

Encima se da el lujo de entregar uno de los mejores y mejor construidos finales que el cine de terror de los últimos años haya imaginado. 

¿No es poco no?

(Estados Unidos, Nueva Zelanda, Irlanda, 2025)

Dirección: Leigh Whannell. Guion: Leigh Whannell, Corbett Tuck. Elenco: Christopher Abbott, Julia Garner, Matilda Firth, Sam Jaeger, Zac Chandler. Producción: Jason Blum. Duración: 103 minutos.

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