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Cine

Un dolor real (A Real Pain)

DOLOR CAMINA CONMIGO

Algo innegable sucede con Un dolor real: cuando parece que va a traspasar un límite sin retorno, siempre encamina su rumbo y sale airosa de cada situación que, en manos de otro director, podría atentar contra la misma película. ¿Qué significa esto? Que a diferencia de toda obra -y no sólo en el cine- que en los últimos años intentó tratar los Grandes Temas, Jesse Eisenberg no propone la solemnidad ni el respeto desmedido, sino una extraña poesía sobre lo ordinario, conjurando la crueldad y centrándose en lo que sucede en las adyacencias de las tragedias y las consecuencias que atraviesan a distintas generaciones.

Como habitualmente sucede con los maestros de Eisenberg, su película habla más de él, su visión del cine, la vida y la Historia que sus protagonistas. En su segundo largometraje tras la subestimada Cuando termines de salvar el mundo, el director se centra en una pareja de primos dispares (el propio realizador y Kieran Culkin) que viajan a Polonia para honrar la vida de su abuela, recientemente fallecida, y conocer más sobre la cultura judía. Pero antes de dirigirse a la casa familiar, emprenden un viaje guiado por los sitios claves de la historia polaca durante el Holocausto.

Al llegar al campo de concentración de Majdanek, tras el extraordinario comentario del personaje de Culkin sobre la llegada en tren al lugar en cuestión, la película captura, a fuerza de observación, los detalles de aquel momento en el que desaparecieron los límites de la civilización, donde el mundo cambió para siempre y del que aún se sienten las esquirlas. Un dolor real no es una lección de historia, sino una película humana dentro de ese contexto. No es poca cosa para nuestros tiempos.

Varias cuestiones subyacen a la sencilla premisa: miedos frente al futuro proyectados en el pasado, furia, paranoia, distancia y necesidad de empatía. A lo largo de la película, el director irá descubriendo lo que oculta cada personaje mediante encuentros con otros viajeros y situaciones cotidianas de adultos lejos de su hogar. Durante esos instantes, algunos más efectivos que otros, es probable que Eisenberg se haya tropezado con algo de sí mismo.

Más allá de su elegancia narrativa y la cuestión de que sea una obra madura no realizada por un nombre canónico del siglo XX, algo extraño en el ecosistema hollywoodense actual y más aún en la temporada de premios, la película se diferencia del resto por la convivencia de ritmos. A veces es frenético, cercano a la comedia pura, la que se necesita para seguir los pasos de un Culkin desenfrenado, y en otras el ritmo es calmo y contemplativo, el que demanda tanto el personaje de Eisenberg como los aventuras de un viaje marcado por las rememoranzas del horror.

Un dolor real también se destaca por su inquietante dualidad y, por qué no, contradicción. Se le ha criticado su presunto exhibicionismo, la puesta en escena calculada y, en ciertas ocasiones, la sobreactuación de sus actores protagonistas; y también su intento por ser un simple road trip crédulo, tímido, sensible y vulnerable. En la película todo parece converger: estereotipos desgastados y nobleza documental, la desolación de todo un pueblo y lo intrínsecamente personal. Mérito de un director que supo aprovechar el tiempo compartido y aprender de los grandes cineastas con los que se cruzó en su carrera actoral.

(Estados Unidos, Polonia, 2024)

Guion, dirección: Jesse Eisenberg. Elenco: Jesse Eisenberg, Kieran Culkin, Olha Bosova, Will Sharpe, Daniel Oreskes, Jennifer Grey. Producción: Jesse Eisenberg, Ali Herting, Dave McCary, Ewa Puszczynska, Jennifer Semler, Emma Stone. Duración: 90 minutos.

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