ELOGIO DE LA CONTRADICCIÓN
“El argentino es bárbaro”, afirma el personaje interpretado por Guillermo Francella antes de que se le caiga una botellita de birra por un balcón que desencadena un accidente fatal. El nuevo filme de Mariano Cohn y Gastón Duprat es un homenaje al cine de Dino Risi (Los monstruos, Los nuevos monstruos) y una revalidación de la propuesta moral y estética que vienen desarrollando casi que desde sus primeras producciones: meter el dedo en la llaga del sentido común progre.
Su cine está cruzado por dos ejes: una crítica ácida al mundo del arte (eso casi que no aparece aquí) y una mirada crítica sobre los sectores populares (lo más polémico de su obra). Su nueva película es una serie de dieciséis historias breves cuyos únicos hilos conductores son dos: la actuación de Guillermo Francella y cierta vibra identitaria que se sugiere a partir del título en la mayoría de estos relatos.
Estos relatos, de duración breve, parecen encajar a la perfección con la época, entre el bait y la lógica TikTok. Si bien son sintéticos y uno podría preguntarse si queda espacio para la conexión y empatía del espectador, aspecto casi inevitable a la hora de ver una película, el ritmo frenético funciona para sostener el magnetismo a la pantalla durante una hora y media casi sin parpadear. Todo esto acompañado por el histrionismo mutante de comediante devenido en actor prestigioso que ya no necesita ningún aval de la academia para afirmar que se trata de uno de los intérpretes nacionales más destacados. La estética es pop y el sonido una proeza para el cine nacional digna de destacar.
Francella es un camaleón de ductilidad interpretativa notable. No es solo un tipo que hace reir. Si bien cuando más se luce es cuando gana el Francella histriónico, también logra conmover en algunas secuencias. La película ofrece indignación, emoción, sorpresa, enojo, risas y más indignación. ¿Pero no es eso, acaso, lo que el buen cine debe ofrecer? ¿Qué es más enriquecedor? ¿Revalidar el propio pensamiento del espectador o enfrentarlo a sus propios demonios? Vale decir que hay segmentos más polémicos que otros ya que hay ciertos lugares comunes de la pobreza que rozan la estigmatización. A esta dupla de directores siempre les atrajo el juego al borde del fleje.
Ciertos sectores del progresismo miran con indignación las producciones de Cohn/Duprat, sobre todo las más recientes (Bellas Artes, El encargado, Nada), por algunos diálogos y ciertas representaciones esquemáticas de los sectores subalternos. Sus interpretaciones son, más bien, lecturas lineales que confunden autor con narrador y dispositivo de enunciación. Algo que bien se encargó de problematizar el filósofo Michel Foucault en su célebre conferencia ¿Qué es un autor? (1969). Todo cine es político pero todo espectador también. No hay que subestimarlo. La pregunta es: ¿El espectador está preparado?
Cohn/Duprat libran su propia cruzada que incluso en declaraciones públicas la han explicitado: cuando recibieron el Premio Ñ a la trayectoria afirmaron hacer un cine que va en contra de la cultura woke (término utilizado por las ultraderechas de modo despectivo). Pero su cine es más que eso. Una vez estrenado, ya no les pertenece. Una obra de arte excede a sus intenciones originales. Si ellos son de derecha, ¿significa que su cine es de derecha? Entonces no habría que estudiar la literatura de Heidegger, escuchar las composiciones de Wagner o leer la literatura de Celine por tratarse de nazis confesos. Por supuesto esto implica profundos debates estéticos y morales. Bienvenidos sean. Si limitamos al arte, lo matamos.
Ahora bien, como afirmamos esto, también debemos aclarar esto otro: toda obra es un texto y un contexto. Este film es el Relatos Salvajes de la era Milei. No se puede negar que las declaraciones recientes de Guillermo Francella en el canal de streaming Olga no son inocentes. No invitan a un debate sano en torno al prestigio del tedio tan bien acuñado por José Pablo Feinmann sino, más bien, suena a desprestigio del cine independiente en tiempos más aciagos que nunca para dichas producciones. Donde cada vez se vuelve más dificultoso filmar para los cineastas argentinos.
Luego de ver este filme, habrá críticos bienpensantes indignados, críticos de derecha elogiando con desmesura y críticos tibios que se concentrarán en la actuación de Francella, pidiendo un Oscar para él. Lo interesante está en el medio. En el cruce de todo aquello.
El vecino que pide mano dura pero tiembla al tener al chorro bajo la mira de su arma o el cura villero que no para de hablar sobre Dios mientras los vecinos de un barrio pobre que están más ansiosos por empezar a comer el guiso caliente que les acaban de servir que pos escuchar su sermón divino.
¿Son estas representaciones los múltiples rostros de una medusa llamada Homo Argentum? ¿Habla de nosotros, de nuestro ADN? ¿El argentino es garca, estafador, mentiroso, ventajero pero a la vez tierno, familiero, sensible, buen padre y amigo entrañable? ¿Qué nos pasa a los argentinos, estamos locos?
La contradicción, algo que sin dudas parece estar en algún rincón de nuestros genes, se vuelve el combustible espiritual de estos realizadores. En una sociedad cada vez más dividida entre blancos y negros, bienvenida la contradicción que permite prestarle atención a ciertas escalas de gries. Bienvenido sea un cine que nos invite a navegar por aguas incómodas. Que no reproduzca el imaginario que el propio espectador trae —ya sea de izquierda o derecha— sino que lo enfrente con su propio fantasma hasta hacerlo reír con cierto dejo de vergüenza.
(Argentina, 2025)
Dirección: Gastón Duprat, Mariano Cohn. Guion: Gastón Duprat, Mariano Cohn, Andrés Duprat. Elenco: Guillermo Francella, Eva De Dominici, Clara Kovacic, Aurora Quatrocci, Guillermo Arengo, Vanesa González. Producción: Cabe Bossi, Pablo Bossi, Pol Bossi, Martín Iraola. Duración: 110 minutos.