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CRÍTICAS - STREAMING

Intruso (Foe)

Se debería estudiar el guión de Foe en las escuelas de cine. No porque sea bueno sino porque sus errores son tan notorios, y tan profundos, que tienen mucho para enseñarnos. 

El principal error del guión es querer sorprendernos con un twist ending, un giro final, que es brutalmente predecible. Y lo peor de todo es que, para construir esta (no) sorpresa, la película nos oculta información clave y nos aleja de los personajes. 

Cuando llega la revelación, que más bien es un final anunciado, aparece la película que podría haber sido. Pero ya es tarde y quedan solo veinte minutos. 

En 2065, el agua potable es un lujo, degustado como vino añejo. Existen algunas ciudades superpobladas entre extensos campos abandonados, donde no crecen cultivos y solo resisten algunos nostálgicos de la vida rural. 

En este contexto, el gobierno respalda la instalación de una gigantesca estación espacial en la órbita terrestre, OuterMore, como primer paso en la colonización del sistema solar y la paulatina evacuación del planeta. A través de una lotería, se eligen a los primeros tripulantes para testear el proyecto. 

Uno de los elegidos es Junior (Paul Mescal), que vive con su esposa, Hen (Saoirse Ronan), en una granja aislada en el medio oeste estadounidense. Una noche, llega un representante de OuterMore, Terrance (Aaron Pierre), para contarles la noticia. Les plantea la elección de Junior como una oportunidad, un golpe de suerte. Pero en realidad es una obligación, un mandato gubernamental. Junior es básicamente un conscripto, solo que no hay guerra sino una lucha para sobrevivir. 

Tiempo después, Terrance vuelve para avisarle a Junior que se acerca la fecha de su partida. Y agrega: mientras Junior esté en órbita, Hen no se quedará sola. La acompañará en la granja un androide idéntico a su marido. Junior se niega, en vano: el androide es parte del programa, otra obligación más. 

Para que el androide actúe y piense como el original, Terrance debe estudiar y observar a la pareja, permanecer en la granja y —a través de extensas entrevistas, como en un interminable psicotécnico— codificar la personalidad de Junior y la dinámica de su relación con Hen. 

Más allá del envoltorio de ciencia ficción, Foe es un drama matrimonial. En las entrevistas con Terrance, ambos ponen en duda sus deseos, sus sueños y una relación tan agotada como el planeta. 

Vamos a revelar el secreto, el giro, el twist. Es imposible explicar el fracaso de la película sin analizar el desenlace. 

El spoiler, pues: resulta que Junior, en realidad, ya está en la estación espacial. A quien vemos en la pantalla, desde el inicio, es al androide, el único que no sabe lo que es. Terrance obviamente está al tanto y Hen también. Ambos llevan adelante una puesta en escena —ella a regañadientes— para que el androide no sospeche la verdad. 

Ahora, como espectadores, ¿qué ganamos con este twist? ¿No hubiera sido preferible contar esta historia de manera más directa, sin rodeos? 

Toda la trama está estructurada para sostener una sorpresa que no sorprende a nadie. Las ambigüedades del guión son tan rebuscadas, tan artificiales, que a la media hora nos anticipamos al giro, porque es la única solución que haría encajar las piezas. 

Al querer sorprendernos, la trama se pierde entre opacidades y sombras, y no profundiza en el mundo interior de los personajes (porque detrás de los silencios de Hen espera la verdad que se nos está ocultando). 

Ni siquiera empatizamos con el androide. Generalmente, cuando hay un giro así, lo que desconocemos es también lo que desconoce el protagonista. Nuestra ignorancia es la suya, y por lo tanto ingresamos en su punto de vista, su subjetividad. Cuando el personaje de Bruce Willis, en Sexto sentido, descubre que es un fantasma, estamos tan desconcertados como él. 

Este paralelismo no se logra en Foe. El androide empieza a fallar, a sufrir brotes psicóticos, y nosotros lo observamos desde lejos, como si fuera un caso de estudio. Lo interpretamos como un sujeto errático, a veces cálido y romántico, a veces violento e irracional. Pero no percibimos su experiencia del mundo, no habitamos su piel. 

Comparemos con la película de Brandon Cronenberg, Infinity Pool. Ahí el protagonista no sabe si es un clon o el original, si está despierto o soñando, si transita el mundo real o un viaje psicodélico. Nunca salimos de su prisión perceptiva. Estéticamente, la película emula su vértigo existencial, su borrachera ontológica. 

Foe no se atreve a tanto. Hay algunas elipsis temporales que reflejan los desmayos del androide. Pero luego la película adopta tanto o más la mirada de Hen. Y esto es un problema, porque la de ella es una mirada incompleta. 

Como apuntamos más arriba, la búsqueda del twist significa que el guión no puede ahondar en Hen, porque ella sabe algo que (en principio) nosotros no. Entonces, en vez de desarrollar su personaje, llena el hueco con frases sugestivas y miradas al vacío. 

Foe se plantea como una película para ver dos veces, porque en una segunda vuelta entenderíamos mejor a Hen, comprenderíamos el porqué de su melancolía y estado de ánimo. Es un riesgo narrativo: antes tenemos que terminar despiertos la primera vuelta. 

Hen se enamora del androide, porque, a pesar de sus desperfectos técnicos, remite a lo mejor, lo más pasional, que alguna vez definió a su esposo. El androide es un recuerdo vivo —aunque artificial— del Junior que ya no es. 

Es parecido al conflicto central de Solaris: un cosmonauta convive con la manifestación fantasmal de su esposa muerta. En Foe, Junior sigue vivo, en la estación espacial; lo que murió es su matrimonio. Pero en ambos casos, fantasma y androide son cuerpos de memorias. Hen y el cosmonauta se enamoran de una idea, no ya una persona real. 

En un duelo, no solo extrañamos a la persona sino a quiénes éramos junto a ella. Extrañamos la parte de nosotros que compartíamos con el otro. Cortar una relación es una balcanización interior. 

Todo esto le pasa a Hen, pero apenas lo vemos o escuchamos. Solo lo intuimos a partir de pistas narrativas, semillas distribuidas en líneas de diálogo. Foe confunde sutileza narrativa con escasez informativa. 

Imaginemos una versión de Foe sin giro (in)esperado. En esta versión, la seguiríamos exclusivamente a Hen. Veríamos cómo primero rechaza al androide, luego lo acepta y abraza; cómo participa en una ficción de su propia vida, un matrimonio fingido que se vuelve más real que el verdadero; cómo el simulacro de su pareja funciona como puesta en abismo, obligándola a reflexionar sobre su pasado y futuro, sobre el amor que fue y las esperanzas que todavía pueden ser. 

Todo este contenido narrativo y temático existe, incipientemente, en Foe. Pero está amortiguado por las exigencias de un twist ending que sorprende solo por ser tan innecesario. 

Para contar bien una historia, hay que ubicar su punto de interés. Foe se equivoca al enfocarse en un misterio que no hacía falta ni esconder ni resolver, y apenas guiñar un ojo al drama que merecía ser contado. 

(Australia y Estados Unidos, 2023)

Dirección: Garth Davis. Guion: Iain Reid y Garth Davis. Elenco: Saoirse Ronan, Paul Mescal y Aaron Pierre. Producción: Kerry Kohansky-Roberts, Garth Davis, Emile Sherman y Iain Canning. Duración: 110 minutos.

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