A Sala Llena

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¿Y los Sueños, Sueños son?…

¿Y los Sueños, Sueños son?…

¿Han tenido alguna vez ese sueño en el que, por alguna razón incomprensible, están desnudos en la escuela?  Dicen por ahí, que la mayoría de las personas lo tiene en un momento u otro de la vida. Es un sueño frecuente, como ese en el que vas volando por todos lados, o en el que te persiguen y no podés correr, o (el más común de todos)  en el que te caes a un pozo y te despertás justo.

Para mí los sueños siempre han sido un recurso inagotable de inspiración, a la vez que una ventana directa a mi cabeza y una fuente oscura de angustia y de miedo. Desde muy chiquita, he soñado cosas verdaderamente bizarras. Mis compañeritos de colegio llegaban a la escuela contando sus peripecias oníricas de la noche anterior. Eso sucedía bastante seguido, debido a que asistíamos al turno mañana y todos llegábamos con la cabeza fresca, recién levantados y con el recuerdo de la madrugada completamente vívido y procesado.

Comentaban que soñaban que tenían perros o gatos enormes, que les nacían hermanos, algunos que se encontraban de frente con algún peligro sobrenatural, otros con el cuco o con que eran policías… Mi compañero de banco, un pibito lleno de rulos y de pecas que era más bueno que el pan, me dijo una vez que había soñado que tenía orejas de moco. Yo quedé genuinamente impresionada pero, a decir verdad, mis sueños comparados con los de ellos, eran algo así como “extraños”. El peor que recuerdo de la infancia, fue uno en el que mi papá se hacía el muerto. Por algún motivo, un comité o jurado o no sé qué, sospechaba que fingía y por eso, lo hacía pasar por mil y una pruebas horrorosas para comprobar que estaba finado. Yo me desesperaba. Mi viejo se dejaba sumergir en el agua por largo rato,  quemar con líquidos hirviendo, lanzar desde alturas descomunales, enterrar… en fin, un montón de cosas espantosas que convirtieron esa pesadilla en legendaria. Aún de grande yo sigo tratándola en terapia casi con la misma angustia que por entonces, cuando tenía siete años. Cuando les chusmeaba este tipo de sueños a mis amiguitos, se quedaban medio en standby, mirándome con los ojos como platos. Ya desde entonces supe que, tarde o temprano, terminarían convirtiéndose en algo más. Tal vez en historias, cuentos, novelas; o quizás en films. Después, con el paso de los años y estudiando cine, me di cuenta de que no hay nada más difícil que llevar a la pantalla una imagen mental, una historia soñada. Es increíblemente complejo reproducir las imágenes de la mente de manera fiel, aún hoy,  con toda esta tecnología alucinante que nos viene como o anillo al dedo. Es por eso, que en esta columna me gustaría formular una lista de películas que me pusieron en cuenta de que, algunos tocados con la varita mágica, podían filmar como si se estuviera soñando. Es decir, llevar a las masas  las cosas que imaginábamos y soñábamos de chiquitos de manera total y fiel. Esas pelis que parecen haber salido directamente de la cabeza del director, como si fuera él quien tuviera un cable en alguna parte y estuviera enchufado, proyectando directamente desde el negro maravilloso de la mente.

La primera de todas es, lejos y sin lugar a dudas, Star Wars. Creo que todos los fanáticos de la saga, saben exactamente  cuándo fue la primera vez que la vieron.  La enorme mayoría puede decir precisamente dónde estaba, qué hora era, qué mes y qué año transcurría. Paradójicamente, yo no soy uno de ellos, pero lo que a mí me sucede es, casi, mas extremo todavía. La saga marcó mi vida para siempre, y yo no tengo la menor idea de cuándo carajo la vi por primera vez, eso sí, no puedo bajo ningún punto de vista, acordarme de un instante en que no la conociera.  Tengo claro que no hay un solo momento de la infancia en que yo no haya sabido que la había visto, no puedo imaginar un segundo aislado, en el que no supiera algo de la historia.  En algún lugar de mi alma, siento que desde que tengo memoria, aquellas imágenes me parecieron tan asombrosas como familiares. Fue como si alguien me hubiera leído los pensamientos y los hubiera llevado lejos, a la vida, al cine, al mundo. Princesas con peinados extraños, criaturas peludas salidas de cuentos de hadas pululando por bosques verdes y lujuriosos, caza recompensas lastimosamente románticos yendo y viniendo por los confines del cosmos en chatarras interestelares. Era de verdad, un sueño, un pensamiento, una sucesión de ideas inalcanzables que alguien, magistral y valientemente, había traído a la vida. Pero sobre todo, era un universo imaginario que se había vuelto real de manera tan contundente, que parecía que solo había que estirar la mano para poder tocarlo. Pocas películas consiguen hacer que las cosas que nos parecen remotas, osadas, grandiosas, incluso descabelladas, se vuelvan materia viva ante nuestros ojos. Creo que la experiencia de La Guerra de las Galaxias, dejaba de tal manera trastocados los sentidos, que uno podía perderse en la fantasía de no saber qué parte era real y qué parte era el sueño.

 Con mi cuñado solíamos discutir largas horas sobre cine y directores. Una de nuestras charlas involucró durante mucho tiempo a Steven Spielberg. Recuerdo que  íbamos y veníamos discutiendo acerca del cine comercial y el cine de autor y de las ramificaciones que tenían estos dos temas dentro de la cinematografía mundial. Fue en esa charla en la que Jurassic Park salió a colación. Andábamos y desandábamos el asunto, a veces  de acuerdo y a veces apasionadamente en contra. En un momento, nos detuvimos sobre la idea de que la película había traído a la vida a los dinosaurios más perfectos que habíamos visto hasta entonces y coincidimos en que no había cinta que se aproximara mas a la imagen del mundo prehistórico que todos teníamos en la cabeza y que siempre habíamos imaginado.  Era como si todos esos libros ilustrados que habíamos leído, más las fantasías portentosas que generábamos en nuestras afiebradas mentes infantiles, hubieran encontrado por fin, un camino a nuestro mismísimo plano, un pasaje al presente. Era casi como viajar en el tiempo. Estábamos frente a alguien que podía filmar como soñaba y eso era lisa y llanamente, milagroso. A mí en particular, me genera una emoción tan grande que casi me dan ganas de llorar.

Algunos tendrán ganas de que me meta con el surrealismo y con las formas de arte que llevaron como bandera la premisa onírica y estaríamos rumbeados hacia aguas súper complejas y mucho más sofisticadas. Pero la realidad es que, lo que digo, tiene más bien que ver con la naturaleza primaria de las imágenes y no tanto con su concatenación o sintaxis final. Quiero decir que voy básicamente, a la materia prima de la imagen, a la factura bruta, a la idea de que una sola toma es reproducida fiel y pavorosamente, como se la ha visto en la mente o mejor, como la mente las genera. Películas que se filman de la manera en que nuestra cabeza elabora las imágenes, con la misma nitidez, con la misma osadía, con la misma voluptuosidad y con la misma “calidad”.

Un amigo, hace poco, me dijo que Avatar  le había partido la cabeza. Que se había sentido como un niño en el cine, que estaba frente a un sueño maravilloso del que no quería que lo despertaran, me dijo que había pasado por estadios de profunda emoción y que no podía creer que alguien se hubiera metido en su cabeza de esa manera.  Creo que hay momentos en que las cosas llegan a tal punto, que podríamos hablar de tipos como James Cameron, que no solo filman de la manera en que soñamos, sino que están cambiando nuestra manera de imaginar y de pensar, a través de lo que hacen. Es decir que, en un futuro cercano, podríamos llegar a decir casi sin culpa, que soñamos como otros filman.

Yo me metí en el mundo de El Señor de los Anillos, a través de los libros. Pero no hay un solo momento en que no ilustre un recuerdo de ese relato con imágenes de las películas. No puedo imaginar a los personajes con otros rostros que no sean los de los actores que los llevaron al cine. Casi no logro recordar cómo los imaginaba antes de que salieran de la cabeza de Peter Jackson. Que Tolkien me perdone desde dónde está, pero es así. Además, la excitación que sentí frente a esa saga, el fanatismo superlativo que me produjo el hecho de que un relato recreado millones de veces en mi mente fuera llevado de esa manera alucinante al cine, me convirtió en una devota total y absoluta.

Sabemos que el cine de terror ha trastocado las formas del miedo. Nos ha inventado nuevas maneras de temer y nuevas cosas que temer.  Hoy por hoy, nos asusta lo que vemos en el cine, casi de manera tan angustiante, como lo que sucede en el plano real. El otro día una amiga decía de manera más que liviana y natural: _Apago las luces y me da miedo que se me aparezca la pendejita de “La llamada”.

Estaba pensando (ahora que se viene el final de la saga), en Harry Potter y todo su desenvolvimiento cinematográfico. Me concentraba en eso particularmente, porque una de las últimas veces en que sentí que estaba viendo un sueño, fue cuando entramos con mi chuchi a ver Harry Potter y la Piedra Filosofal. Recuerdo que no lo podíamos creer. Era verdaderamente como estar, no solo frente a un relato literario que cobra vida, si no frente a una innumerable cantidad de imágenes que estaban archivadas en nuestro cerebro, enmarcadas dentro de un paradigma dorado e intocable, generado en la infancia merced a miles y miles de relatos fantásticos, de cuentos de hadas, de aventuras épicas narradas por abuelas, padres, tíos y maestras. Allí andaban, pululando vivas, luciendo su maravillosa estructura y su fuerza incomparable.  Todo eso y nosotros allí, sorprendidos y subyugados, porque una vez más, alguien nos leyera de manera tan benévola y mágica, el pensamiento. Anoche mismo, me fui a dormir dejando la columna a medio escribir, porque la cabeza y los ojos se me habían cansado de manera bestial y soñé con imágenes cinematográficas. La pesadilla incluía una serpiente enorme que, después de cagarme en las patas y abrazarme a mi hombre transpirada de terror, me di cuenta que era la de Las Reliquias de la Muerte. Allí estaba paseándose por mi cabeza y arrastrándose pavorosamente. Una imagen salida de una cabeza, filmada por otra y enraizada de manera profunda e impresionante, en otra cabeza más. Es casi un correo de imágenes mentales, una forma primaria de telepatía.

¡Dios mío cómo me gusta el cine! Cómo estoy cada vez mas convencida de que es la forma de arte más compleja, más viva y  más espectacular de todas.  No puedo imaginar nada mejor en esta vida que escribir cine, que hacer cine y que mirar cine. Y nada me gusta más, que hablar de cine con ustedes.

Los invito a que me cuenten qué películas les resultan, particularmente, sueños llevados a la pantalla, así podemos trenzarnos en discusiones interminables, que hacen que nos conozcamos mejor y nos volvamos más amigos.  Porque el cine nos hermana desde innumerables puntos de vista, nos proporciona mecanismos de pensamiento emparentados y nos acerca de manera orgánica y genuina. A veces, frente a un film, azorados, anonadados, sorprendidos, inocentes, parecemos todos zapatos de la misma horma. Así que los espero, hermanos míos, con ganas muy gruesas de discutir el cine y con la alegría reverberante de quien entra a una sala a que le cuenten un sueño.

Gracias y besos.

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