“Amamos a partir de una sonrisa,
una mirada, un hombro.
Con eso basta; entonces,
en las largas horas de esperanza o de tristeza,
fabricamos una persona, componemos un carácter.”
Marcel Proust
El que espere ver en Blue Valentine una película romántica, como en algunos lados se la promociona, tenga cuidado; a mi parecer, dista bastante de lo idílico que puede ser muchas veces este género. Se trata de una historia cruda, real, actual y bastante nihilista, por cierto, que narra con notable verosimilitud lo dolorosa que puede ser, a veces, la experiencia amorosa para el ser humano.
Uno de los aspectos que más me impactaron del film es el realismo absoluto del relato. Su historia te convoca a una identificación inmediata, te confronta con la memoria emotiva de alguna situación personal, mientras sos espectador de cómo estos dos personajes, que si bien se quieren, no pueden hacer otra cosa que lastimarse el uno al otro.
Esta especie de hipótesis propia, en la cual afirmo que todo espectador del film en algún punto no va a poder zafar de la identificación, me ha sido confirmada con cada quien que me he cruzado y ha visto la película. Acá no tenemos un guión con vueltas de tuercas rebuscadas, tampoco un enigma a resolver, no hay traiciones, amantes, ni malos, ni buenos y, mucho menos, perdón si develo algo de la trama, desenlaces felices o desencadenamientos trágicos. El director Derek Cianfrance nos ofrece un relato lo más parecido a la vida misma, donde el hundimiento amoroso a veces es inevitable, por más que alguien intente remarla contra viento y marea.
La modalidad narrativa es la siguiente: una pareja, Dean y Cindy, con una hija de cinco años, están viviendo una crisis matrimonial donde parece que el deseo ha quedado sepultado en algún lugar; lo que prima es el malestar que sienten el uno hacia el otro. Paralelamente se recurre a distintos flashbacks que relatan el momento del enamoramiento, aquello que alguna vez los unió y los hizo soñar con estar juntos para siempre en el mayor bienestar.
Es decir, somos testigos del encuentro y desencuentro inevitable de estos dos sujetos, pero no sabemos nada de lo que ocurrió en el medio, sólo lo podemos inferir. Debo destacar que esta vivencia de realidad no hubiese sido lograda sin el maravilloso trabajo de sus intérpretes protagonistas: Michelle Williams (nominada al Oscar este año por esta brillante actuación) y Ryan Gosling, que aún sigo sin entender como él no fue nominado, ya que lo suyo es memorable.
Mi trabajo como psicoanalista me posibilitó atender unos cuantos casos de sujetos, y también parejas, que consultan por estar viviendo una situación similar a la de Dean y Cindy, atrapados en alguna escena amorosa que no sólo provoca malestar, sino también angustias, síntomas, inhibiciones y hasta somatizaciones en el cuerpo.
Por eso, después de ver esta película y reponerme de la historia, quise escribir sobre ella, pero articulándola con algunas nociones centrales del Psicoanálisis y transmitirlas de alguna manera, para que sean lo más inteligibles posible.
El vínculo de pareja es un proceso complejo en el cual el deseo, el goce y el amor juegan un rol central, ya que se encuentran entrelazados. Estos entrecruzamientos dan lugar a una serie de pactos inconscientes que se dan a la hora del enamoramiento y que determinarán las posiciones que cada integrante va a ocupar en el vínculo y los modos de satisfacción pulsional inconscientes que en esta relación se manifiestan. La pareja es un espacio propicio para armar vínculos y pactos con un gran nivel especular satisfaciendo tendencias gozosas y narcisistas, y muchas veces generando vínculos patológicos.
El encuentro amoroso se caracteriza por la singularidad de las relaciones que cada hombre o mujer tiene con el deseo, el goce y el amor, los cuales son muy diferentes entre ambos sujetos, por lo tanto más que en el terreno del encuentro, nos encontramos en el campo del desencuentro estructural en todo vínculo humano, ya que a pesar de la ilusión de completud de los primeros momentos en donde el otro es encantador, no existe el otro par o la media naranja que obture nuestra falta existencial.
Dean y Cindy, en un primer momento, eran el uno para el otro, algo muy fuerte los empezó a unir; podemos esbozar dos posiciones claras que ocupaba cada uno. Él ve en ella a una mujer, un poco fría, distante y muy difícil de conquistar, con lo cual usa toda una serie de estrategias de seducción que le dan resultado en un primer momento. Ella ve en él a un hombre absolutamente entregado, dispuesto a hacer o soportar cualquier cosa con tal de enamorarla. Estas mismas posiciones se vivencian en los momentos del ocaso amoroso, nada más que esto que aquella vez los unió, ahora los aleja cada vez más.
Es interesante como, a medida que avanza el relato, el montaje nos permite presenciar cómo las mismas situaciones se van dando en ambos tiempos de la relación, pero las escenas y emociones son totalmente distintas: un abrazo, una relación sexual, una mirada y hasta una canción no se viven de la misma manera. El director se vale de imágenes mucho más coloridas en el enamoramiento, pero en la crisis la tonalidad oscura predomina.
Una de las preguntas que solemos hacer los psicoanalistas a los consultantes es acerca del origen de la pareja: ¿Cómo se conocieron? ¿Qué fue lo que lo enamoró del otro? Dichos interrogantes apuntan a los rasgos unarios con el que cada sujeto hace sus elecciones amorosas desde su escena fantasmática o edípica. Aquel rasgo o detalle del otro que lo llevó a esa ilusión de completud y fusión que posibilitó el enamoramiento.
Evidentemente, no nos enamoramos de cualquiera, tiene que haber un rasgo, que puede ser una mirada, una palabra, una conducta o un aspecto físico, que despierte la libido de cada quien, y esto se relaciona con la historia personal del sujeto. Por eso, muchas veces, se suele escuchar que hay algún pretendiente “ideal” que cumple todos los requisitos (conscientes), pero que no termina de enamorar, porque algo de su deseo inconsciente no logra enlazarse con esa persona que parecería ser tan perfecta.
El semiólogo Roland Barthes lo clasifica como átopos, que es aquella imagen singular, única, que responde a la especificidad del deseo del sujeto amoroso, y agrega que es un rasgo común, por tenue que sea, que hace que el amante tenga la certeza de que encontró su tipo y se pregunta: “¿En que rincón del cuerpo del adversario debo leer mi verdad?”.
Dean, al poco tiempo de conocer a Cindy, expresa que es algo raro lo que le ocurre, como si ya la conociera de antes, él cree que ella es distinta y dice que es como una canción que cuando suena, uno sabe que tiene que bailarla.
En esta historia encontramos cómo a partir de cierto rasgo que uno capta en el otro (objeto pulsional, lo llamamos los psicoanalistas) puede armarse una imagen de la totalidad de la persona. Ese oscuro objeto del deseo, como diría Buñuel, opera desde el inconsciente y hace que cierto objeto parcial se traduzca en un individuo total. Así, en el enamoramiento, se le da cuerpo a un objeto ficcional que esta al servicio de la idealización del ser amado. Para Dean, Cindy era esa mujer que iba a reivindicar su sensación de abandono materno. Para ella, él iba a ser el hombre que la iba a rescatar de un padre absolutamente misógino.
Freud piensa a una de las vertientes del amor, como una repetición de las elecciones de objeto infantiles. La elección amorosa está determinada por el reencuentro con aquel semejante que evoque inconscientemente los objetos edípicos.
Este flechazo da una sensación de completud imaginaria, que lleva a la sensación de encontrar el alma gemela. Jaques Lacan nos invita a pensar formulando lo siguiente: “Si hay un terreno, en el discurso, en que el engaño tiene probabilidades de triunfo, su modelo es el del amor”. Esta aspiración de la fusión, esta completad, es puramente imaginaria, y muchas veces conlleva la formación de vínculos en donde las parejas funcionan a modo simbiótico, no tolerando el narcisismo de las pequeñas diferencias y cuando aparecen las discrepancias, no sólo es un otro que ya no completa sino es el que remarca la falta.
El problema aparece cuando al príncipe azul, se le destiñe el traje. El otro deja de ser lo que uno esperaba, decepciona al propio ideal que uno mismo proyecta en la pareja; aparecen las incompatibilidades, que a veces llevan a la sensación de que más que un otro distinto, es alguien totalmente ajeno.
Blue Valentine no es la única película que aborda esta temática con notable altura narrativa. Personalmente, una de las que más me impactó al respecto es la subvalorada Solo un Sueño de Sam Mendes. El deseo de ambos (Kate Winslet y Leo Di Caprio) permitió el encuentro amoroso, dio lugar a esta fusión romántica, pero luego el ideal social se empieza a imponer en la pareja, entonces tanto el deseo, como el ideal de cada uno, entran en una rivalidad subjetiva, desembocando en una tragedia irreversible.
Cuando el otro no sólo ya no me completa, sino que me deja insatisfecho, se desencadena una rivalidad “fálica” en donde se intenta dejarlo en falta para obturar la propia. Cindy exhibe todo el tiempo su descontento, priva a él de satisfacerla, lo deja impotente. Por su parte Dean, al ver cómo su mujer se le escurre entre las manos, entra en desesperación y, en vez de apostar a lo que ella demanda de él, refuerza los comportamientos que la fastidian, lo que la insatisface aún más. Recurre a ciertas estrategias que no convocan el deseo de Cyndi, la lleva a un hotel que ofrece una habitación del futuro, un futuro que los sumerge en ese pasado de la relación que alguna vez fue, y ya es imposible recuperar.
La impotencia de Dean me remite a la hermosa canción “Sencillamente” de Bersuit Vergarabat, la cual relata la imposibilidad de él de satisfacerla y en un momento dice: “Y me pedís lo que no tengo, lo que haga no te alcanza, no hay pan que tape el agujero, de la angustia existencial”. Así Dean se desbarranca cuando percibe que él como hombre ya no puede obturar el vacío existencial de Cindy.
Ya habíamos visto en Annie Hall cómo el pobre Woody Allen se pierde en sus laberintos neuróticos, cuando cae en la cuenta de que el encanto de la relación con esa muchacha deslumbrante se había terminado.
En el encuentro amoroso se va a poner en juego la posición sexuada de cada partenaire, que no vino dada biológicamente, sino que es producto de los distintos atravesamientos simbólicos que cada quien tuvo en su vida. El vínculo amoroso propicia que aparezcan modos de goce que son repetición de antiguas posiciones libidinales que marcaron al sujeto, imposibilitando muchas veces al amor y siendo un cierto tipo de goce el único lugar posible de lazo con el otro, que en algunas ocasiones suele ser mortífero.
Por lo poco que se ve de la historia de cada uno de los personajes, sabemos que Cindy se crió en un hogar donde el padre denigraba a su madre; Dean viene a ocupar un rol de hombre, absolutamente opuesto, la respeta por de más, diría. En un momento durante un encuentro sexual, ella le pide a él que la degrade un poco en el juego erótico, él no puede, se molesta, le es imposible satisfacerla desde ese lugar, no puede conectarse con ese goce que tiene ella, un tanto masoquista, pero que la remite a cómo su padre trataba a la mujer.
Para Dean, la cosa es muy distinta, por momentos parece que vive una adolescencia crónica; mientras ella progresa laboralmente, él queda estancado en ser un músico sin grandes aspiraciones y tener algunos excesos con el alcohol. La maternidad de ella es lo que repara su daño de la infancia, donde su madre lo abandonó cuando tenía diez años. Por eso mismo, la separación lo lleva a revivir con más crudeza un dolor que aún no tiene elaborado.
Es así, cuando se termina el encanto, ambos se encuentran con su pasado no resuelto y el enamoramiento inicial cede, para dar paso a los continuos enfrentamientos. Estos goces primarios son los que predominan y no permiten que una relación se base en el amor, a pesar de que el otro no es como uno quisiera que sea.
Una de las citas más conocidas de Lacan dice: “solo el amor permite al goce condescender al deseo” ¿Qué significa esto? Que es a través del amor que se posibilitaría preservar-se de ubicar al otro como lugar de goce, reconociendo su alteridad, su diferencia, asumiendo la falta, posibilitando vínculos más saludables.
Ya hace muchos siglos, Platón en su banquete afirmaba que el amor bello, a diferencia del morboso, es aquel que podía conciliar aquellos elementos discordantes dando lugar a la armonía musical. Dean y Cindy no pudieron sostener la melodía inicial, la discordancia, hizo demasiado ruido en sus cabezas.
Afortunadamente, no toda pareja está condenada irremediablemente al fracaso, muchas veces el amor bello sobrevive a la caída del enamoramiento, a las exigencias narcisistas y a las discrepancias individuales. Me queda la esperanza de pensar que quizás, si ellos hubieran logrado resolver un poco más su historia personal, el destino y la música de la pareja hubiese sido otro.