TODOS ESCUCHAN
En los últimos dos años tuvimos diversos esfuerzos cinematográficos por exponer el mundo revuelto que nos toca todavía vivir; desde personas “atrapadas” en un departamento por una cuarentena, pasando por virus inexplicables que desataron epidemias y mostraron lo peor del ser humano, hasta historias de terror que utilizaban las plataformas de comunicación entre personas como vehículos narrativos. Algunas pudieron apenas sobrevivir al efecto perecedero de lo urgente, otras directamente ni carretearon para esbozar un despegue. Es muy probable que Kimi: alguien está escuchando sea de las películas que mejor resolvió ubicar a la pandemia en una geografía dramática, sin caer en la mera representación de la inmediatez.
Desde la premisa, el experimentado guionista David Koepp (Carlito’s Way, Misión: Imposible, Ojos de serpiente, etc.) plantea la idea de una joven agorafóbica que arrastra un trauma previo a la actualidad de la pandemia. La decisión es construir un mundo narrativo a partir de un tipo de persona marginada durante la cuarentena, es decir, aquellos que sufren problemas, desordenes o cuadros relacionados a la salud mental. En contraposición a gran parte de todas aquellas representaciones que se limitaban a mostrar, por ejemplo, como un personaje extrañaba a otro porque no podía salir o al aburrimiento por no poder desarrollar una actividad fuera de la casa. El punto de partida de la historia de Kimi funciona, también, para armar un racimo de preocupaciones y problemáticas sobre la actualidad laboral de aquellas actividades articuladas entre el aislamiento y las dinámicas aggiornadas a las ofertas y demandas de los mercados.
La programación, una salida laboral candente, aparece aquí como el trabajo que Angela Childs (Zoë Kravitz) realiza para una compañía de alta tecnología, cuyo servicio principal (Kimi, el título que da nombre a la película) es un sistema de inteligencia artificial que se activa con la voz y que permite simplificar la vida del usuario mediante órdenes simples como encender las luces, llamar por teléfono, buscar datos por Internet, etc. El trabajo específico de Angela es resolver las imperfecciones del sistema, muchos de ellos vinculados con la interpretación semántica de las órdenes. En uno de esos problemas a decodificar recibe el retazo de una grabación activada por error que parece indicar algún tipo de crimen sexual. Allí el thriller empieza moldearse; el pasado reciente de la protagonista y su avidez por no dejar nada inconcluso la lleva a adentrarse en una espiral descendente que rodea de corrupción y paranoia al delito puntual. La primera referencia insoslayable es la de Blow Out: El sonido de la muerte (1981) de Brian de Palma, en la que también una grabación se presentaba, de modo imperfecto pero concluyente, como un camino hacia la reconstrucción de lo que pudo haber sido un asesinato.
Steven Soderbergh solo se apoya en la paranoia de otra época para evocar lo que alguna vez fue esa idea de “todos escuchan a todos”, como vimos en La conversación o en Asesinos S.A. (ambas de 1974) dentro del contexto Watergate y la caída de Richard Nixon. En esta película se resignifica esa mirada por sobre los hombros, porque la irrupción tecnológica ya no constituye una amenaza para el futuro sino que es una presencia diaria. Se advierte, no obstante, una discusión sobre la “big data” que manejan las diferentes plataformas, redes sociales y demás, representada como potencial amenaza. El cálculo del director de La gran estafa es quirúrgico: los detalles de los objetos, de los personajes (el “doppelganger” de Angela en el edificio de enfrente que también observa desde la seguridad de su casa) y de las situaciones, transforman al relato en un rompecabezas perfecto.
El talento de Sodebergh ante un guión de laboratorio sin fisuras se potencia al exponer su virtuosismo fotográfico. Los movimientos de cámara, los “dutch angles” y el uso del granangular parecen milimétricamente utilizados porque, también, retratan a una ciudad como Seattle, la cual aparece lluviosa, gris (únicas cualidades visibles) y sin identidad en la mayoría de los productos audiovisuales.
Kimi: alguien está escuchando es un abrazo entre Sodebergh y Koepp de necesidad imperativa para el thriller de mediano presupuesto, una construcción semántica en peligro de extinción. De la misma manera en que el terror siempre oficia de respuesta a los problemas actuales, el thriller opera con los mecanismos propios y puros de un género, pero también en la misma escala de representación deforme y precisa que los tiempos más imperfectos buscan.
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(Estados Unidos, 2022)
Dirección: Steven Soderbergh. Guion: David Koepp. Elenco: Zoë Kravitz, Byron Bowers, Jaime Camil, Rita Wilson, Erika Christensen, Devin Ratay. Producción: Michael Polaire, David Koepp. Dirección de fotografía: Peter Andrews. Duración: 89 minutos.