DONDE VIVEN LOS MONSTRUOS
Lo poco que conocemos de los nórdicos, desde los vikingos hasta Jon Fosse, está asociado con el frío, la violencia y el sufrimiento. Todas cosas que parecen dársele bastante bien al danés Magnus von Horn en La chica de la aguja, una historia de degradación en la que la protagonista y el mundo que la rodea se hunden en cada escena. Al comienzo no se sabe con seguridad qué esperar, si un drama sobre las penurias que siguieron a la Primera Guerra Mundial o un espectáculo de feria que encuentra la materia de sus horrores en la vida cotidiana. Von Horn conduce su película entre esas dos aguas tormentosas mientras busca una fórmula para aturdir al público. Porque no se trata de conmover ni de escandalizar, sino de herir la sensibilidad, de sumir al espectador en un trance de shocks. A medida que el ojo se acostumbra a la fotografía monocromática y saturada, al formato casi cuadrado, a los planos fijos, la Copenhague casi victoriana de von Horn se vuelve un personaje más. Es allí, contra las calles derruidas y los seres rotos que las llenan, que el guion traza la elipse dolorosa de Karoline, a la que se despoja prácticamente de todo: departamento, salud, matrimonio, trabajo, hija. El arco narrativo amontona golpes a una velocidad asombrosa y el espectador piensa que no es posible tomarse en serio La chica del aguja, que el proyecto de la película tiene que ser otro: no el comentario social, sino la estetización de la miseria humana. El esposo de Karoline, muerto presumiblemente en combate, funciona como una pista. Peter no da signos de vida, pero tampoco de muerte: su cadáver no está registrado en ninguna parte y Karoline no puede cobrar la pensión. Pero hay cosas peores que una viudez empobrecida, nos enseña el director: Peter vuelve cuando menos se lo espera, desfigurado, con una máscara que tapa la masa informe en la que se transformó una parte de su rostro. Von Horn coquetea con el terror y juega a esconder y mostrar la cara deforme. Cuando Peter consigue trabajo como atracción de feria, con un número en el que se lo humilla públicamente, el contrato queda sellado: al director no le interesa casi nada el retrato social, sino que tiene preferencia por los primeros melodramas (a lo Griffith) y por un naturalismo casi gótico en el que los monstruos se sienten cercanos.
No hay mucho misterio, entonces, apenas un parpadeo, una vacilación: como si la película oscilara entre la gravedad y el regodeo. No hay misterio, tampoco, porque Von Horn muestra sus cartas: La chica de la aguja es una película sin dobleces ni fondo, una superficie terrible prolijamente confeccionada para atraer y retener el ojo, para que el cinéfilo se entretenga completando las conexiones con el cine mudo (oh, el expresionismo alemán) y, en última instancia, para que contener (sin obturarlas) las opiniones más lineales que no alcancen a remontarse a la historia del cine y queden fijadas en el suelo más inmediato del drama social (oh, el aborto y la prepotencia de los ricos). Von Horn, que parece un lector inteligente del estado del cine, dispone aquí y allá algo para todo el mundo, como si entendiera que la clave para la supervivencia de una película hoy reside en la astucia, en la agilidad con la que pueda hablársele a públicos distintos y conquistarlos con caricias diferentes: “a vos te interesa el cine, qué culto que sos”, “a vos te conmueve el padecimiento ajeno, que sensible que sos”. El signo de los tiempos, en el cine y en el arte en general (nórdico o no), consiste en que las películas se vayan enteras en ese juego de astucia módica: una provocación acá, un gesto de calidez allá, un guiño cultural más allá, una referencia política más acá. Fotografía exagerada para encandilar la mirada y traficar ínfulas de arte; exhibición cruel del sufrimiento para complacer y entumecer el gusto.
(Dinamarca, Polonia, Suecia, 2024)
Dirección: Magnus von Horn. Guion: Line Langebek Knudsen, Magnus von Horn. Elenco: Vic Carmen Sonne, Trine Dyrholm, Becir Zeciri, Ava Know Martin. Producción: Malene Blenkov, Mariusz Wlodarski. Duración: 123 minutos.