Una chica, una obsesión
La Chica del Dragón Tatuado es fuerte. Muy fuerte. Es lo que seguramente van a escuchar decir de la boca de quienes ya la vieron o lo que van decir uds. una vez que la vean. Tiene dos escenas tan violentas desde lo simbólico como desde lo psicológico. Es un relato bastante crudo, pero narrado de una forma igual de fría como el ambiente en que sucede.
La historia de la saga (sí, es una trilogía que ya fue llevada a la pantalla grande de manera completa en Suecia, su país natal) comienza con este capítulo, que se llama “Los hombres que no amaban a las mujeres” en la novela en la que se basa. Ese nombre es un poco más abarcador desde lo conceptual que La Chica del Dragón Tatuado, pero quizás es más fiel a la obsesión que plantea la historia con Lisbeth, sin dudas, la protagonista (o heroína) de la película.
“Es diferente en todo sentido”, la describen al principio y es verdad. No sólo viste de negro casi siempre, usa el pelo encrestado y teñido en el tono más oscuro posible, tiene tatuajes en varias partes del cuerpo y piercings en cualquier lugar donde puede colocarse uno, sino que su personalidad es tan parca con su conducta. No tenía simpatía por ningún ser, evita demostrar o recibir muestras de afecto, es prácticamente pansexual y habla menos de lo necesario. Tiene la violencia a flor de piel.
Lisbeth hace que la historia rote sobre ella más que en cualquier otro personaje. Claro, la historia no pierde importancia. Ese asesino de mujeres que están dentro de una familia con raíces nazis. Y una chica que, en plena transición entre la niñez y la adolescencia, es asesinada. O al menos no se la ve más. Desaparece de una isla y su tío se obsesiona con ese misterio, a tal punto que contrata a un cuestionado periodista de investigación para que halle la solución al enigma antes de morir.
Para terminar con Lisbeth hace falta remarcar la actuación de Rooney Mara. Esa actriz de nombre fuerte es, detrás de todos los aros y la palidez de su piel, la misma que cortaba con Mark Zuckerberg en la primera escena de Red social.
Daniel Craig la acompaña en el protagónico. Es uno de los actores más requeridos en la actualidad, porque demostró desde antes de ser el nuevo James Bond que puede ponerse en sus hombros thrillers y varios tipos de historias que no estén basadas justamente en las historias del agente secreto.
Y en vez de hablar de la nítida y blanquísima fotografía de Jeff Cronenweth, la asombrosa y desafiante banda sonora de Trent Reznor y Atticus Ross o la eficaz edición de Angus Wall, podríamos resumir todos esos elogios en David Fincher, el director. El maestro de la orquesta es uno de los más prolijos de su generación. Puede hacer películas modernas y contemporáneas como El Club de la Pelea o La Habitación del Pánico, o también más clásicas y terrenales como Pecados Capitales o El Curioso Caso de Benjamin Button, o algo intermedio, como la muy subvalorada Zodíaco. Fincher se interesa en las mentes criminales: las juzga en algunas oportunidades, intenta entender por qué funcionan así, las diferencia entre ellas y les encuentra su punto débil para cerrar las historias. Siempre bien terminadas. Siempre cuasi-perfectas, desde los créditos iniciales (que en este caso son muy buenos) hasta la última escena.
La Chica del Dragón Tatuado no es la excepción. Un filme fuerte, oscuro, un punto de vista diferente a la otra saga, pero valedero. Una especia de tren del terror que vale la pena atravesar con los ojos siempre bien abiertos.