Okey: la historia de La Huérfana no es para nada novedosa, hay lugares comunes recurrentes en el género de suspenso y terror, y en un determinado momento se hace un poquito larga.
Pero merece la pena.
Es interesante cómo el horror parte de un drama acerca de la pérdida de un hijo, de un matrimonio quebrado y de cómo se trata de salir adelante a pesar de todo. Detalles que le dan autenticidad y cuerpo al cuentito.
En La Casa de Cera (que a pesar de Paris Hilton tampoco estaba mal), el director catalán Jaume Collet-Serra había demostrado que sabe crear ambientes incómodos y escalofriantes. En este caso, logra que lugares que conocemos, que santuarios como juegos infantiles y hogares de familia, se vuelvan aterradores. Como dije, se notan las influencias de películas como La Mala Semilla y La Profecía… y el cortometraje Michifus (inevitable chiste interno). Pero las escenas entre los niños abundan en violencia física y psicológica, al punto de poner nervioso al espectador.
Sin duda, lo mejor es el desempeño actoral. Peter Sarsgaard vuelve a demostrar que es un gran actor, siempre en función de lo que requiera el personaje (nunca de más, nunca de menos). Por su parte, Vera Farmiga es quien tiene más protagonismo. Se ve que no aprende a lidiar con chicos diabólicos: había actuado —y sufrido— en la muy recomendable Joshua: el Hijo del Mal, pequeña joyita aún más perturbadora que esta. La revelación viene por la lado de Isabelle Furhman, la niña que hace de Esther. En un momento da ternura, y al siguiente, pavor.
La vuelta de tuerca del final no es tan ridícula como dijeron muchos, pero resulta extraña e inesperada y nunca arruina lo que venía detrás.
La Huérfana no es genial, pero al menos supera a, por ejemplo, la innecesaria remake de La Profecía. Un llamativo exponente del subgénero Niños Malditos.