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CRÍTICAS - CINE

La mamá y la puta (La maman et la putain)

DE LOS HIJOS DE MARX Y COCA-COLA AL ESCEPTICISMO CON COLCHONES EN EL PISO

El cine tiene que agradecer que haya existido, pese a la corta vida truncada a propósito de su suicidio, alguien como Jean Eustache (1938/1981) y su obra mayor, La mamá y la puta. Film fundamental de los años 70 para comprender de mejor manera a la Nouvelle Vague y a sus directores representativos (Truffaut, Godard, Rohmer, Rivette, Chabrol), al vacío existencial pos Mayo Francés y a un combate de ideas ahora refugiado en largas conversaciones o monólogos en bares o en la intimidad con colchones en el piso, este aluvional ejemplo de un cine imposible de concebir desde hace tiempo, permanece más vigente que nunca.

Alexandre (Jean-Pierre Léaud, a quien el cine también debería agradecer todos los días la presencia de este monstruo actoral) recorre de vez en cuando las calles de París pero su lugar en el mundo parece ser en los bares. Allí se encuentra o concurre con su amigo (Jacques Renard) y ahí mismo conocerá a Veronika (Fabrice Lebrun), segundo vértice de un triángulo que completa Marie (Bernadette Lafont), quien vive con el personaje central entre sábanas y discos y canciones de Marlene Dietrich, Edith Piaf y los Rolling Stones y el Don Giovanni de Mozart. 

Le maman et le putain es aquel París pero ya lejos de la bohemia política del 68 y de las ideas al poder. Es una ciudad ahora camuflada en interiores, en esos bares y en el departamento donde (con)viven Alexandre y Marie, es otro mundo, diferente a la euforia de cinco años atrás.

Si Godard, como siempre un adelantado a su tiempo, había previsto el fracaso teórico de aquel mayo entre los libros forrados de rojo de La chinoise (con Léaud, claro), Eustache filma el réquiem de la utopía, el definitivo desconcierto, la inestabilidad de una generación sin rumbo fijo. O, en todo, caso, el fin de aquello que pudo haber sido y terminó convirtiéndose en un deseo burgués con la ñata contra el vidrio ya en esos bares de 1973. 

La cinefilia permanece en pie en citas a “La clase obrera va al paraíso” o al universo de Murnau pero son gritos esporádicos y sin manifestaciones contraculturales ni enemigos a vencer.

Alexandre es una voz en el desierto, un tipo que habla, seduce, sigue por la calle a Veronika, coge con Marie, luego con Veronika y después con las dos en ese ménage a trois que transmitirá placer pero también una infinita soledad. Marie es la madre que prepara la comida, que está en la cocina, que ostenta un magnífico cuerpo de negra. Y la enfermera Veronika, que vive de su cuerpo, es la otra voz confesional, el no future más transparente del trío de acuerdo al crudo y extenso monólogo cercano al final. 

Encontrarse con semejante obra a medio siglo de su gestación implica formularse qué quedó de aquellos sueños del 68, hacia donde fueron y en qué convergieron cinco años después. Pero La maman et la putain también excede su lectura política y social, o en todo caso, autoriza más de una lectura.

Se está frente a una historia de amor desesperado, a un relato de amour fou, a un grito y a un ruego por no quedarse solo, como se observa a Alexandre implorando que Veronika le dé el “sí” En una película donde el “ni” sobrevuela diálogos y situaciones, inconclusas e inherentes al trío central o al resto de los secundarios, el desesperado pedido de Alexandre y la aprobación entre sonrisas de Veronika es un pequeño pero contundente reflejo de esperanza ante tanto pesimismo.

Nadie quiere quedarse solo en La mamá de la puta y en ese punto Jean Eustache le dice adiós a la mochila de la Nouvelle Vague para abrazar, con tensión y hasta sufrimiento, a los personajes más representativos del contemporáneo John Cassavetes. En ese magnífico pasaje transitivo fluyen las más de tres horas y media de Le maman et le putain, una película sin fecha de vencimiento.

(Francia, 1973)

Guion, dirección: Jean Eustache. Elenco: Jean-Pierre Léaud, Bernadette Lafont, Francoise Lebrun, Isabelle Weingarten, Jacques Renard, Jean-Nöel Picq. Producción: Les Films du Losange, Elite Films, Simar Films y V. M. Productions. Duración: 215 minutos.

 

Notas al pie: 

La mamá y la puta se estrenó en Buenos Aires, en una sala del Village Recoleta, en diciembre de 2001. Recuerdo haberla visto allí en la última función de la noche y que, al salir y tomar un taxi, un presidente de aquellos días había dejado el cargo y otro ya lo había reemplazado. Sí, Argentina, 2001.

De la corta filmografía de Eustache sugiero descubrir o rever su segundo largo, Mes petites amoureuses (1974) y dos cortos, Le cochon (1970) y el inicial Le Pere Noel a les yeux bleus (1966), protagonizado por… sí, claro, Jean-Pierre Léaud.

 

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