La reencarnación de Romero
¿Qué agregar a las palabras de Matías Orta sino mi apreciación desde una visión puramente cinéfila respecto de la decimonovena película del director de culto que marco una época y una manera de ver y disfrutar el cine de género?
La Reencarnación de los Muertos aspira y logra el estilo narrativo y visual (detalle en el que me detendré luego) propio del neoyorquino del Bronx, esta vez relatando la historia de un grupo de soldados que enfrentan la amenaza de una plaga zombie (cualquier semejanza con algún filme de Farsa es mera coincidencia) que devora todo ser humano a su paso, esperanzados de encontrar algún lugar en la superficie que esté exenta de los muertos vivos. Una isla alejada de la civilización pareciera ser la salvación ante la manada y, escoltados por un exiliado de aquel sitio, Patrick O´Flynn, llegarán para solo comprobar que la salvación es una ilusión y quedar enredados en un combate entre familias: Los O`Flynn y los Muldoon, en una especie de western salido de la mente de David Cronenberg en donde lo peor que le puede suceder al cuerpo humano se materializa de cuerpo presente sobre los cuadros perfectamente compuestos. Pero, ¿un enfrentamiento entre familias? ¿No resulta trillado y fuera de clima? Romero se las ingenia para que el clásico duelo de armas no signifique la simple rabia de dos bandos sino la desición sobre la suerte de los muertos vivos, ya que unos prefieren el exterminio y los otros la convivencia con los comedores de humanos.
Hay algo de nostalgia en la forma de encarar la narración de Romero, tanto desde el argumento (lineal, monótono y sin muchas explicaciones que desvíen la mirada de los zombies), como de la rotura gráfica de la imagen (tan utilizada por Robert Rodríguez), que se entienda, no rotura en el sentido literal del término sino debido a la utilización de filtros que granulen la secuencia, remontándose así a sus primeros filmes y sobre todo a La Noche de los Muertos Vivientes (Night of the Living Dead, EE.UU 1968). Pero por otro lado, conciente o no del detalle, el filme remite a los primeros intentos con el celuloide que realizó Peter Jackson, referencia directa a Mal Gusto (Bad Taste, Nueva Zelanda 1987) y a Muertos de Miedo (Braindead, Nueva Zelanda 1992).
Visualmente hablando, el filme se desarrolla a través de planos abiertos y americanos que remiten directamente al primer western y a la clásica dirección “Master – Planos reducidos a medida que la tensión aumenta”, con una colorimetría remitente a la paleta fría, transmite más que adecuadamente aquello que experimentó con El Amanecer de los Muertos (Dawn of the Dead, EE.UU 1978): la repulsión pero a la vez el gusto por aquello que se ve que roza lo abyecto.
Desde una perspectiva personal, la nueva película de Romero es a su filmografía general, lo que Shock (Shock, Italia 1977) fue a la obra de Mario Bava, significando con esto que la última producción no alcanza al nivel logrado con su ópera prima, pero, por otro lado, habla de un amor al cine de género comedia-gore-terror, que traspasa todo aquel intento fallido y devastado por la crítica de abordar temáticas exentas del elemento muerto viviente.
Plenitud artística ya pasadas siete que décadas denotan no solo sentimiento en George Romero, sino también compromiso y una actitud respecto del arte que se resiste a quedar en el recuerdo, sino que irrumpe en la escena queriendo ser actual, contemporánea, crítica a la sociedad, pero como muchos dicen, su tiempo es el pasado, el culto se rinde hacia un momento anterior aunque sigamos prosternando a la obra que significó la ruptura simbólica y productora de sentido en el abordaje de aquello más allá de lo material, de la vuelta luego de la muerte.
Resistencia al paso del tiempo, au contraire del postulado de Allen en su último filme: para la obra de Romero, todo tiempo pasado fue mejor, pero ésta pequeña afirmación no connota la invalidez de su cine hoy sino que festeja la resurrección de la saga zombie, la resurrección del genio George Romero.