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CRÍTICAS - CINE

La Vigilante del Futuro: Ghost in the Shell

(Estados Unidos, 2017)

Dirección: Rupert Sanders. Guión: Jamie Moss, William Wheeler, basado en el manga de Masamune Shirow. Elenco: Scarlett Johansson, Pilou Asbæk, Takeshi Kitano, Michel Pitt, Juliette Binoche, Chin Han, Lasarus Ratuere, Yutaka Izumihara. Producción: Ari Arad, Avi Arad, Michael Costigan, Steven Paul. Distribución: UIP. Duración: 106 Minutos.

La mecanicidad del alma

¿La memoria y los recuerdos nos liberan o nos atan?¿Bajo qué criterio definimos nuestra alma?¿Qué nos define como humanos? Estas son sólo algunas de las interrogantes más abordadas por la Ciencia Ficción como género en más de un siglo de contar historias que involucran la tecnología y lo intrínseco de la naturaleza humana. La adaptación cinematográfica de La Vigilante del Futuro: Ghost in the Shell (Ghost in the Shell, 2017) -basada en la popular serie anime y el manga original- transita estos tropos con pie firme y resultados más que interesantes.

Scarlett Johansson interpreta a la Mayor Miria Killian, líder de una organización anti-terrorista de un futuro distópico. Su cuerpo fue reemplazado completamente por uno cibernético a raíz de un trágico accidente y su cerebro es el único “componente original” remanente. La elección de Johansson no estuvo ajena a la polémica, siendo elegida para interpretar a un personaje de origen asiático en su concepción original, lo cual derivó en críticas de “whitewashing” similares a las recibidas por Matt Damon y su papel en La Gran Muralla (The Great Wall, 2016). En esta ocasión el villano titular se compone de variados retazos del material previo, y es una amenaza para el mundo cibernético y corporativista planteado en la historia, hecho que pone en alerta a la Mayor Killian y su equipo.

Con referencias tanto estéticas como narrativas con reminiscencias a Blade Runner (1982), Matrix (The Matrix, 1999) y algo de Minority Report: Sentencia Previa (Minority Report, 2002), el film de Rupert Sanders es por momentos un policial, en otras ocasiones una historia de ciencia ficción pura y dura, y ocasionalmente una película que intenta profundizar en la naturaleza humana.

A pesar de una estructura narrativa con un ritmo algo desparejo, el guión de Jamien Moss y William Wheeler se las ingenia para tomar múltiples elementos del concepto original, decantando en un relato sobrio, con un tono sombrío que se vuelve la constante durante los 106 minutos de película. Scarlett logra canalizar de manera efectiva al personaje, desde su cadencia al hablar hasta su andar poseen una artificialidad totalmente asociable con las entidades robóticas. También ayuda el gran nivel de vestuario y maquillaje que dan ese look sintético a su personaje.

Con una historia que capta nuestro interés, develando detalles escena tras escena, un tratamiento estético atractivo que no agobia, y una interpretación sólida de su protagonista, La Vigilante del Futuro: Ghost in the Shell sale más que airosa del laberinto en que a veces suelen perderse las adaptaciones cinematográficas. E incluso se da el gusto de meter un poco de filosofía existencialista.

calificacion_4

 

 

Alejandro Turdó | @AleTurdo

 

Existencialismo cibernético

Gracias a films y series que se convirtieron en fenómenos de masas de la cultura pop, el anime cobró notoriedad mundial por la mezcla de delicadeza y sensibilidad artística con historias de gran profundidad filosófica, cibernética y psicológica. Nombres como Hayao Miyazaki, Mamoru Ochii, Katsuhiro Ôtomo o Rintaro se han convertido en iconos de la cultura de dibujo animado que han atravesado las brechas generaciones entre niños, adolescentes y adultos. Ghost in Shell, el manga de ciencia ficción escrito e ilustrado por Masamune Shirow sobre un grupo paramilitar antiterrorista en un Japón futurista, fue editado por primera vez en 1989 y llevado de forma extraordinaria al cine animado dos veces en una distopía lóbrega por el director japonés Mamoru Oshii (Jigoku no banken, 1987), y más tarde, a la televisión por el realizador Kenji Kamiyama bajo el titulo Ghost in Shell. Stand Alone Complex en 2002 y en 2004, en dos temporadas de veintiséis capítulos cada una.

El guión de Jamie Moss y William Wheeler no pretende crear una nueva historia dentro del fecundo universo narrativo de la creación de Shirow. En su lugar emprende una combinación de escenas de las distintas puestas originales de los films de Oshii y de las dos temporadas de la serie animada, centrándose en la historia de Kuze y Motoko de la segunda temporada, pero con escenas calcadas principalmente de la primera temporada y de la primera película a modo de homenaje y guiño para los fanáticos.

El director inglés Rupert Sanders –Blancanieves y el Cazador (Snow White and the Huntsman, 2012)- intenta reproducir las imágenes de acción de las obras animadas ante todo respetando las escenas originales en una búsqueda constante de aprobación por parte de los seguidores. Scarlett Johansson encarna a la emblemática Mayor de la Sección 9 de Seguridad Pública, Motoko Kusanagi, la entidad dirigida por el experimentado Aramaki, aquí interpretado por Takeshi Kitano. Ambos personajes emulan tanto la severidad castrense de los personajes originales como la relación de compañerismo surgida de la superación de la aspereza a través de la confianza surgida en la sincronía de las misiones militares. Esta confianza que cruza todas las versiones contrasta con la apatía social de una sociedad incapaz de convertirse en comunidad, controlada por sus deseos teledirigidos, en perpetuo estado de excepción en una posguerra fría en la que los refugiados de los países que perdieron buscan escapar de la miseria y la tragedia.

El relato comienza con el trasplante exitoso del alma de Motoko, una adolescente que ha perdido todo, su familia y hasta su cuerpo humano, a un cuerpo sintético por parte de la empresa Hanka Robotics, lo que representa una revolución tecnológica que tendrá impacto en el desarrollo de la sociedad gobernada por las corporaciones capitalistas. Una característica que resalta en comparación con la serie y los films animados es el afán del film por eludir lo más posible la cuestión política y económica anticapitalista, presente en todas las versiones de Ghost in the Shell, ya sea de forma subrepticia o explicita.

Un año después del trasplante, la Mayor se encuentra combatiendo el terrorismo en la Sección 9 y descubre a un hacker que amenaza a diversos directivos de la corporación cibernética Hanka. El responsa de los ataques cibernéticos a los ciber cerebros de Hanka es Kuze, un enigmático y habilidoso hacker que parece buscar una venganza contra los científicos de la empresa.

Con resultados contradictorios, los guionistas unen escenas, diálogos e historias de las dos temporadas de la serie y las películas, introducen ligeros cambios y hasta personajes con el fin de imponer una personalidad propia al opus, que solo cobra vida a través de la fuerza de la historia original como recuerdo y nostalgia de la combinación de sutileza, ternura y violencia del proceso de autodescubrimiento y adaptación a la soledad de los personajes que son interpelados constantemente por componente filosófico existencialista. En comparación con la potencia de la sensibilidad y la delicadeza del abanico de sentimientos auténticos de la serie y los films animados, el guión de Moss y Wheeler representa la pasteurización de los mismos, ya que simplifica todos los conceptos filosóficos de individualidad, alma, desarrollándolos sin gran profundidad ni inspiración en discursos vacíos en lugar de imprimirlos en el estructura de la narración.

La película de La Vigilante del Futuro: Ghost in the Shell (Ghost in the Shell, 2017) queda así como un homenaje correcto, apto para un público masivo de ciencia ficción que prefiere menos filosofía, menos política y más acción. A pesar de la falta de originalidad del guión y la tibia dirección, el film cuenta con varios puntos muy altos como el diseño artístico y los decorados que se asemejan a Blade Runner (1982), de Ridley Scott, o la música del Clint Mansell junto a Lorne Balfe, que intenta conmover y perturbar al igual que las extraordinarias y turbadoras composiciones de Kenji Kawai para los films de Ochii. Las actuaciones logran dar vida a unos personajes fascinantes y Johansson demuestra que la ciencia ficción le sienta de maravilla, al igual que en su interpretación en Under The Skin (2013). Aún así, narrativamente la película de Sanders logra transmitir el espíritu del manga de Shirow, una distopía de ciencia ficción sombría y desesperanzadora sobre la ponderación excesiva de la tecnología sobre la vida, la cibernetización de la humanidad y la pérdida de la individualidad en un mundo hiperconectado en que la diferencia entre las corporaciones y el Estado es cada vez más imprecisa.

Tal vez no estemos ante la mejor adaptación de la complejidad de Ghost in the Shell, ya que no hay un cuestionamiento de los valores capitalistas que caracterizaron a la serie y los films como uno de los mejores animes de la historia, ni tampoco hay un villano de valía, pero si al menos logra que algunos espectadores se adentren en la belleza y la profundidad de la serie y los films de Ochii y abandonen su rol de consumidores dóciles que se presuponen apolíticos, habrá valido la pena.

calificacion_3

 

 

Martín Chiavarino

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