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Cine - Críticas

Las Brujas, según David Garrido Bazán

El cine de Alex De La Iglesia siempre ha tenido fervientes partidarios y furibundos detractores. No es algo nuevo, precisamente: es algo común cuando uno pertenece a esa raza de cineastas personales, libres y con un reconocible universo propio que ha alcanzado el suficiente estatus como para hacer básicamente lo que le dé la gana sin atender a poco más que lo que le pide la víscera. Y digamos que la víscera de Alex de la Iglesia está bastante inflamada en los últimos años como sabe bien quien viera en su momento Balada Triste de Trompeta. Los que nos sentamos en el Principal a la espera de ver Las Brujas de Zugarramurdi sabíamos que íbamos a estar delante de una nueva comedia frenética, brillante y excesiva. Y el realizador vasco no solo respondió a las expectativas sino que las desbordó. Por los dos lados.

Digámoslo claro: Las Brujas de Zugarramurdi es un desmadre. Pero resulta irresistible de puro delirante. La historia de estos tipos que atracan un Compro Oro vestidos como estatuas vivientes, secuestran un taxi para ir al norte y se topan con unas brujas vascas con poderes que pretenden despertar a su diosa para sojuzgar a la Humanidad es algo que resulta incluso difícil de escribir para cualquier cronista desde la sinopsis. No digamos ya entrar a analizarlo. El mejor consejo que se le puede dar al futuro espectador que quiera disfrutar de la gozosa celebración de lo freak que ha parido De La Iglesia es que deje los prejuicios en la puerta del cine. Porque si no lo va a pasar ciertamente mal. Dicho esto, servidor es que ya desde los tiempos de Acción Mutante y El Día de la Bestia sintoniza plenamente con el sentido del humor negro, cafre y costumbrista que destila su cine. Sé a lo que atenerme cuando se trata del cine de De La Iglesia y entro en su juego por completo, por delirantes y extraños que sean los caminos que recorren. Y créanme que el vasco se pasa varios pueblos en esta película desmadrada en la que, eso sí, su imaginería visual sigue tan potente como de costumbre, reforzada incluso por la alegre complicidad de un reparto entregado por completo a la causa, ya sean los de nuevo cuño como Hugo Silva o Mario Casas – éste último especialmente acertado como ese segurata de no demasiadas luces y buen corazón – o los compinches habituales Terele Pávez (terrorífica), Carmen Maura o Santiago Segura.

Nada nuevo bajo el sol: los detractores habituales de Alex de la Iglesia encontrarán en las flaquezas argumentales de Las Brujas de Zugarramurdi y en el exceso circense de su desmadradísimo tercio final munición suficiente para seguir disparando sus armas. Y los que amamos esos excesos y consideramos que Alex es mucho más fiel a sí mismo (y quizás por ello un cineasta genial y único) cuanto más se desmelena y más rienda suelta da a su negrísimo y provocador sentido del humor, saludaremos con gozo el presumible éxito en taquilla de su nueva frikada y, como los niños grandes que somos, nos compadeceremos un poco de aquellos a los que su rigor les impide disfrutarlo en la misma medida. El camino del exceso tiene en el cine de tan inclasificable cineasta un punto gozoso que lo hace irresistiblemente atractivo. Y divertido. Que viva el placer culpable.

 calificacion_5

Por David Garrido Bazán

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