A Sala Llena

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Lo que nos gusta

Lo que nos gusta

 Hola amigos: hoy cubriremos un temita interesante que me anduvo dando vueltas por la cabeza esta semana.

 Como ya saben, yo soy adicta a la tv en todas sus formas. La pantalla chica capta mi atención de manera semipermanente. Mucha gente que presume su inteligencia y creatividad, encuentra placer en proclamar a los cuatro vientos que no mira televisión y, probablemente, tenga alguna pista de cómo vivir mejor. Me refiero a que, a menudo, la procrastinación ad eternum está íntima y directamente relacionada con la cantidad de horas que pasamos frente al televisor. Y más ahora, que hay contenidos magníficos, de calidad insuperable.

 Lo cierto es que, en mi humilde opinión, la televisión es una de las formas más puras de representación de la cultura popular, y el espectro infinito de posibilidades que abre me resulta irresistible.

 ¿Cómo se llevan con la tele de aire? Es decir, ¿alguno de ustedes la usa para otra cosa que no sea ver el fútbol? ¿Miran ficción en televisión abierta?

 En este especio hemos mechado alguna que otra colu sobre el tópico y, sin especificar en cuál, la cosa se puso bastante picante y los ánimos se caldearon inflamatoriamente. Lo que me hace pensar, que más de uno que se inmola diciendo que no ve tv, está mandando fruta.

 Ojo, no los estoy señalando con el dedo, todo lo contrario. Estoy intentando establecer un lazo de intimidad que nos permita a todos abrirnos con comodidad. Un espacio seguro, sin prejuicios en donde podamos decir algo así como:

 –Hola, soy Laura, y miro televisión abierta más de lo que me gusta admitir.

 -¡Hola Laura!

 Asumámoslo, nuestra generación (hablo de los que estamos entre los 30 y los 40) se crio mirando televisión de aire. Todos sabemos quiénes eran Carozo y Narizota, Gomagoma, Carlitos Balá, El Señor Televisor, Pelín y la mar en coche. Es por eso que, tal vez, aun cuando nos atragantamos con contenidos de cable, Netflix y HBO, aun dejamos una pequeña ventana para ver qué está pasando en el mundo de la tele abierta.

 Y pivoteando en eso, esta semana, esperé no sin cierto grado de anticipación, el estreno de la nueva ficción de Campanella que emitirá TELEFE de lunes a jueves: Entre Caníbales.

 Protagonizada por Natalia Oreiro, Joaquín Furriel y Benjamín Vicuña, la historia, por lo menos aparentemente, vuelve a encaramarse en la plantilla “Conde de Montecristo” tantas veces traída a colación aquí y que, como también saben, es una de mis favoritas. La Oreiro, en la piel de Ariana, viene a vengarse del grupo de malnacidos que en su tierna juventud la violó y dejó por muerta a la vera del río. Un grupo de hijos del poder que, ahora, se alinea detrás de un candidato a la presidencia, para seguir su derrotero de impunidad y abusos.

 El primer capítulo me dejó un tanto decepcionada. Teniendo en cuenta tanta movida publicitaria, hubiera estado bueno que se pusiera más carne al asador de entrada. De hecho, la cuestión me resultó algo sobrevolada. Para encarar el tema que encara, al planteo le faltó algo de humanidad, de hondura y contenido. La emocionalidad del relato (y ojo, no estoy solicitando el golpe bajo) fue esquiva. La cosa, tal vez por el ritmo de montaje, tal vez por la característica más bien descriptiva que tomó todo, viene un tanto desprovista de carnalidad. Cobra, como quien dice, una cariz anecdótico y un pelín estereotipado. Así, los matices medio que brillaron por su ausencia, y los personajes, por lo menos por ahora, se mostraron monocordes y un poquito “maqueteros”.

 De Vicuña ya sabemos que el tipo dulce le sale sin esfuerzo. Y lo peló en el capítulo completo. Lo de Furriel, actor con el que he trabajado y a quien respeto profundamente por su talento y capacidad de juego está, más allá del arduo laburo físico, también un tanto en la periferia y enraizado en la imaginería popular. El político expansivo, autoritario, “garca”, déspota, soberbio y truculento, le viene como anillo al dedo. Pero no deja espacio para el misterio, el silencio, la oscuridad, la reflexión, la cavilación, la taciturnidad, el tormento y la inefabilidad que sí, por ejemplo, tenía su Marcos Lombardo de hace algunos años en, justamente, Montecristo. Por su parte, Natalia, quien ha recorrido un camino largo entre la estrella de telenovelas y la actriz, fue la que más rango mostró, por lo menos, en este primer capítulo. Su Ariana transitó un arco muy interesante entre la dureza y el desgarro. Y alienta mucho, tanto como para apostarle fuerte, el hecho de que haya abandonado la luz, el maquillaje y el encorsetado, al que nos tiene acostumbrados para verse como estrella de Sedal, y haya dejado que la veamos más al natural, con sus años y su belleza sin aditamentos. Aun así, me gustaría ver algún tipo de destello de ternura, ingenuidad o fragilidad, más allá de las acciones. No me gustaría que esta mina se convirtiera en la Emily Thorne/Amanda Clarke argentina y el asunto se pareciera demasiado a Revenge.

 Así y todo, el sello Campanella todavía no ha salido a la superficie. Supongo que veremos destellos de preciosismo un poco más entrada la temporada y conforme vayan sucediéndose los capítulos. Creo que, más allá de los gustos personales, el tipo es capaz de pelar su oficio y dejarnos con la boca abierta, cuando menos lo esperemos. Tiene el calibre y el elenco para hacerlo, así que no hay por qué no ponerle fichas.

 Soy de las que piensan que hay que hacerle el aguante a las ficciones nacionales y creo que, si bien el género ha sido muy bastardeado, la tira diaria sigue siendo nuestro caballito de batalla por excelencia. Es por eso que los insto a que me dejen sus impresiones y vayamos intercambiando comentarios.

 ¿Ustedes qué opinan? ¿Qué dicen, qué quieren?

 Porque siempre es importante saber lo que nos gusta, y encontrar el lugar donde pedirlo.

 

Laura Dariomerlo

@lauradariomerlo

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