Un poco de su propia mezcla…
No constituye ningún escándalo en la actualidad filmar un guión de mera temática homosexual y que este transcurra dentro de la estructura de un espacio cerrado como es el de un avión junto a sus tripulantes. El gran auteur Almodóvar, sobre quien podemos detenernos acerca de la indagación de temáticas abiertas a la discusión y debate (lo hizo en especial con sus últimas obras), la utilización de la sorpresa y hasta inclusive la posibilidad de jugar con géneros como ha realizado sobre todo en lo que respecta a temáticas sexuales, en Los Amantes Pasajeros pareciera jugar con un mero ejercicio cinematográfico que termina resultando tan vacío como los espacios contenidos entre las butacas de cabina business.
En sus obras anteriores, el cuestionamiento sobre la diversidad de la elección sexual, era impuesto inclusive como elemento para afianzar su marca, constituía uno de sus mayores atractivos como realizador, el tema, para muchos, tabú de otras décadas. Utilizaba incandescentes colores bien vivos y, enaltecía con música abrumadora, ralentis y movimientos de cámara, puntillosamente cuidados y valientes. En su adultez cinematográfica (estos últimos años, por así considerarlo) se notó un cierto compromiso (podría deberse a su estado anímico respecto a las temáticas que optó filmar) o crecimiento autoral que derivaron en sus más sombríos films como la semiautobiográfica La Mala Educación o Hable con Ella, hasta ebullir con el thriller La Piel que Habito. En todos estos casos, el eje sobre el que Almodóvar terminaba marcando un estilo era bien propio al de un autor en el que “algo” había cambiado. Cuestión que no quitó que se destaque frente al resto de realizadores siquiera.
Almodóvar se involucra con la situación de España actual, apenas como para decir -por más que haga una comedia- quisiera que el mundo se entere que no miro hacia un costado, desde la evidente mención al nombre de la aerolínea denominada “Península”, hasta un recorrido por el elemento más vago cinematográficamente hablando, que es abrir y leer el titular de un periódico o burlarse irónicamente de la realeza con trazo grueso. Ahora que volvió a los 80s, la apuesta es clara. Sin haber sido requerido por su audiencia sino por capricho personal, estimo, por su propia edad y por querer rememorar un pasado de excesos, drogas y sexo descomunal. Este reencuentro, inclusive, lo ve dispuesto a juntarse con una “chica almodovar” de las de antes (Cecilia Roth), menos valorada en el mundo artístico frente que a la “armada” para el starsystem (Penélope Cruz).
Específicamente de Los Amantes Pasajeros, trata sobre un avión que posee un problema técnico y debe quedarse dando vueltas en el aire; mismo efecto que es palpable en el guión, que por dar vueltas, termina delineando un film de enredos, casi coral. El menjunje dramático que gira sobre una virgen con clarividencia, una dominatrix, una pareja de recién casados y un político corrupto decididamente no transitan el terreno trash del cine de Almodóvar de los 80s. Al contrario, restan frente a lo mejor que ofrece Los Amantes Pasajeros: una coreografía al ritmo de I’m So Excited, tema de The Pointer Sisters realizada por tres aeromozos gays interpretados por Javier Cámara, Carlos Areces y Raúl Arévalo. Estos, con sus conversaciones, anécdotas y manierismos, integran los mejores momentos cómicos que Almodóvar bien supo explotar en otras obras, gracias a diálogos punzantes.
Es en ellos donde recae cada una de las líneas más filosas, divertidas y manieristas sobre los cuales el film podría haberse convertido en una interesante apuesta retro. Al ver Los Amantes Pasajeros me sentí igual que los pasajeros drogados ubicados en la clase turista: alejado de los privilegios del buen cine o clima “de primera” que Almodóvar podría haber logrado con sus excesos si tal hubiese sido la premisa. Excesos, que hoy, terminan siendo más provocadores en varias escenas de “buenas” comedias americanas, como Damas en Guerra o en la preciada escena del almuerzo inicial de Talladega Nights. A Los Amantes Pasajeros le faltó ser más salvaje, visceral, colorida, sexualmente desaforada y arriesgada. Si Pedro quería volver a su espíritu de los 80s bien podría haberlo hecho tomándose un poquito de agua de valencia.
Por José Luis De Lorenzo