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CRÍTICAS - CINE

Los Huéspedes, según Ernesto Gerez

Ganga de resurrección.

Finalmente, después de tantos bodrios solemnes, M. Night Shyamalan la limó. Al igual que a sus monstruos gerontes, lo invadió la locura y se mandó una comedy-horror sin un ápice del brillo artificial de sus planos de antaño, con una gran potencia tanto humorística como terrorífica, y en formato falso found footage. Shyamalan se desató y salió del closet de los reprimidos y se puso a filmar lo que quería, los mandó a tomar por culo a esos productores que le recortaban el control creativo de sus criaturas y filmó su película de menor presupuesto desde que está instalado en el mainstream. Lo curioso es que a pesar de estas decisiones (elegir filmar con menos guita y utilizando un estilo supuestamente gastado como el falso found), consiguió una obra con una real profundidad, tanto desde su mirada humanista como estética, algo que buscaba hace tiempo con sus obras más grandotas.

Por un lado, Los Huéspedes demuestra que se pueden hacer comedias de horror que sean graciosas sin los berretines bizarros de los cuales suele abusar el querido subgénero, y por otro exhibe que pueden convivir con el humor momentos de verdadera tensión. Además, pone en evidencia los prejuicios que existen sobre el formato falso found o cámara en mano. Tal manera de filmar -dado que no es un subgénero porque no define el contenido sino una parte del estilo narrativo- no es algo bueno o malo per se, sino una decisión estética más. Shyamalan les demuestra a los espectadores y a los críticos perezosos que no se puede juzgar negativamente a una película sólo por la elección de una manera de contar una historia, y que el estilo de falso found está tan vivo como cualquier otro.

En Los Huéspedes los protagonistas son dos chicos que la rompen toda: Olivia DeJonge y Ed Oxenbould. Shyamalan sabe que los niños a pesar de ser bastantes imbéciles para algunas cosas, son algo sabios y adultos para otras; no subestima el comportamiento preadolescente y los hace ejes del humor y del terror. Los chicos van a visitar por una semana a sus abuelos, dos viejos bizarros tremendos, uno se caga encima y junta la mierda en un granero y la otra araña las paredes desnuda después de las 21:30 por un supuesto síndrome nocturno. Casi toda la película se desarrolla en la misma locación, la casa de los vejetes. Y esa medida minimalista aplica también a los planos; al ser falso found, Shyamalan cambia encuadres prolijos por algunos que marean y que están fuera de foco, no sólo se despoja de la solemnidad sino de la prolijidad y el brillo.

Toda la película tiene un tono marrón como la mierda del abuelo, y toda su extensión está marcada por un trauma familiar igual de angustiante que la incontinencia; además de lo oscuro de rozar el denso tema de la pederastia, segunda película de horror estrenada este año que se acerca a ese tópico (la otra había sido El Payaso del Mal, una deforme oda a John Gacy). Sin embargo, el hilo conductor es un humor efectivo que sirve de vacuna para no caer en el cine garrón lacrimoso. Si efectivamente el director hizo un corte sólo de comedia y otro de horror, y finalmente se decidió por mezclarlos, tuvo allí un gran acierto. Además de lo lúdico hay, como en Sexto Sentido, una construcción desde los cimientos de los climas de suspense, sin apuros ni puro efectismo; pero a diferencia de aquella, Los Huéspedes no es sólo una vuelta de tuerca, aquí el giro hitchcockiano suma a una narración que ya se sostenía por sí misma. Estamos ante la resurrección de un director que se dio cuenta que tenía que despojarse de los vampiros que lo acechaban y jugársela por una finitud digna.

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Por Ernesto Gerez

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