Una aventura distópica que crece…
Cuando Suzanne Collins inició la saga literaria de Los Juegos del Hambre, el mercado se encontraba ávido de productos que sanaran la orfandad que había dejado el fin de la era Harry Potter en el público adolescente. En los últimos años, contrariamente a lo que se supone, se forjó un público de lectores fieles a los relatos de aventuras con toques de ciencia ficción, que siempre es tenido en cuenta por la industria al momento de encarar las adaptaciones cinematográficas de los éxitos editoriales. Particularmente la obra de Collins posee un perfil propio: las relaciones interpersonales no son el motor del relato (a diferencia del edulcorado romance religioso insatisfecho de Crepúsculo), su universo narrativo no es mágico y menos aun empático, portando características casi apocalípticas.
El entorno distópico de Los Juegos del Hambre se sostiene en muchos de los elementos nocivos de nuestra sociedad: guerras motivadas porintereses económicos (particularmente la de Irak), la exacerbación de los medios, la proliferación de los realitys, la manipulación de la realidad para la consecución de fines útiles al poder de turno, etc. Un público pasivo que de modo complaciente ve a sus congéneres morir en vivo y en directo sin ningún tipo de empatía, es un punto de partida interesante para la descripción de universos aciagos por venir. Sobre el tríptico “poder, información y opresión” la autora creó un universo en el cual varias urbes empobrecidas y oprimidas (llamadas distritos) solventaban la vida opulenta del centro urbano llamado Capitolio.
Una vez por año se disputan los “Juegos del Hambre”, en los cuales cada distrito envía a sus mejores exponentes a batirse en una lucha a muerte. Estas autenticas masacres son televisadas a todo el territorio a modo de reality, con la pasividad de los televidentes y el beneplácito de las autoridades, quienes manipulan los destinos de los participantes (tributos) en pos de un show más impactante.
Los mismos oprimidos son los principales consumidores del sistema que los condiciona, legitimándolo desde su desidia. Pero en los últimos Juegos del Hambre algo cambió: la batalla final entre Katniss (Jennifer Lawrence) y Peeta (Josh Hutcherson) no fue a muerte, de esta forma ambos lograron el beneplácito del público y un abrupto cambio de reglas. El Capitolio, ante ese acto de insubordinación, toma la decisión de enviar a los jóvenes nuevamente a las arenas para demostrar a los oprimidos que todo foco de insurgencia será castigado. Los aires de rebelión se respiran en todo momento en un film que se convierte en una de las mejores adaptaciones cinematográficas de sagas literarias para adolescentes de los últimos años. En Llamas es un producto cuidado que supera al original y establece un nuevo mojón para las próximas entregas, lo que no es poco decir si a eso le sumamos una mirada crítica de los medios de comunicación y su típica manipulación de la realidad.
Por Marisa Cariolo